Este mes, sin disparar ni un tiro, Israel cedió tierras a un vecino árabe. Jordania izó su bandera de Jordania en Baqoura y Al Ghamr, dos regiones fronterizas con Israel reconocidas como territorio jordano, pero arrendado a Israel como parte de un tratado de paz histórico firmado por los dos países en 1994.
La devolución pacífica de los territorios, así como la firme negativa de Jordania de renovar el arrendamiento de Israel en ellos, llega justo para el vigésimoquinto aniversario de un tratado de paz que ha demostrado ser tan extraordinariamente impopular como tercamente duradero. El tratado de paz entre Jordania e Israel ha sobrevivido a masacres, intentos de envenenamientos y el giro hacia la derecha de la política israelí; y ahora se enfrenta a uno de sus mayores desafíos: los esfuerzos de Donald Trump por reconfigurar Oriente Medio.
“¿Estamos mejor ahora, a 25 años de la firma del tratado? Yo creo que no, ni económica ni políticamente”, afirma Dureid Mahasneh, un exfuncionario jordano que formó parte de negociaciones con Israel para acuerdos clave sobre agua y transporte. “Pusimos fin a las hostilidades, y eso ya es un avance, pero nada más”.
“Yo diría que todavía funciona”, dice Jawad Anani, un exviceprimer ministro de Jordania que formó parte del equipo que negoció el tratado. “Ninguno de las dos partes ha dado señales de querer retirarse del acuerdo, a pesar de las pruebas de fuego que hemos atravesado”.
El acuerdo, que fue el segundo tratado de paz entre Israel y un país árabe después del acuerdo de 1979 con Egipto, es producto de una época perdida. “Fue una inusual alineación de gente que tenía la voluntad real de llegar a la paz”, asegura Osama al-Sharif, un analista político que vive en Amán.
A principios de la década de los 90, Jordania vivía bajo una enorme presión económica, dejada de lado por sus socios tradicionales del Golfo, que consideraron que el país reaccionó de forma demasiado blanda cuando Saddam Hussein invadió Kuwait. Los acuerdos de Oslo entre Israel y la Autoridad Palestina se habían firmado unos meses antes, generando esperanzas de una solución al conflicto más inextricable de la región.
Y además había cierta química entre el Rey Huséin, gobernante de Jordania en aquel momento y el entonces primer ministro israelí, Yitzhak Rabin. “El Rey Huséin sentía una simpatía especial por Rabin, y viceversa”, señala Sharif. “Había una química personal entre estos dos hombres y una nueva visión para Oriente Medio: una ribera a lo largo del Mar Rojo que se extendiera desde Sharm el-Sheij (en Egipto) hasta Aqaba (en Jordania), pasando por Eliat (en Israel)”.
El tratado se firmó el 26 de octubre de 1994, pero poco después aquellas esperanzas se esfumaron con el estruendo de un tiroteo. “Justo cuando se estaba expandiendo el acuerdo, asesinaron a Rabin, lo cual truncó todo el proceso”, explica Sharif, haciéndose eco de la forma en que ven los hechos en Jordania. “Y entonces llegó al poder el hombre que lo deshizo todo: Benjamin Netanyahu”.
El tratado fue desafiado prácticamente desde el comienzo. En 1997, un solado jordano de servicio en una zona de Baqoura conocida como la Isla de la Paz abrió fuego contra un grupo de colegialas israelíes que estaban de excursión en el lugar, matando a siete de ellas. Fue necesario que el rey Huséin fuera personalmente a las casas de las víctimas y se arrodillara pidiéndoles perdón para recomponer las relaciones.
Ese mismo año, en una operación increíblemente mal organizada, un equipo del Mossad, los servicios secretos israelíes, entró a Jordania con pasaportes falsos e intentó envenenar al líder de Hamás, Khaled Mashaal. Los agentes lograron rociarle un producto químico mortal, pero fueron detenidos cuando intentaban huir de la escena. En pocas horas, el líder de Hamás cayó en coma.
Cuando le notificaron el intento de asesinato, Huséin advirtió que si Mashaal no sobrevivía, tampoco lo haría el tratado. A regañadientes, y bajo presión de Estados Unidos, el Gobierno israelí envió al jefe de sus espías a Amán con un antídoto para la sustancia que habían rociado sus agentes sobre uno de sus principales enemigos y Mashaal se recuperó.
Más recientemente, analistas de ambos lados creen que el tratado ha estado bajo una enorme presión por el giro a la derecha de la política israelí, liderado por Netanyahu, el primer ministro que ha pasado más tiempo en el poder en la historia del país. Su Gobierno ha utilizado el miedo mutuo a Irán para suavizar las relaciones con Arabia Saudí y los Estados del Golfo, que a su vez se considera que se han desentendido de la cuestión palestina.
Sin embargo, el 70% de la población de Jordania está formada por refugiados palestinos o sus descendientes. La posición oficial del reino es que algún día estas personas podrán regresar a su propio país. La creciente ocupación de Cisjordania y anuncios como el que realizó Netanyahu el día previo a las elecciones, en el cual se comprometía a anexionar franjas ocupadas del Valle del Jordán, son vistos en Amán como amenazas existenciales.
“Veo al tratado de paz cada vez más en peligro”, afirma en septiembre Efraim Halevy, exdirector del Mossad en un instituto de investigación israelí. “La falta de atención y de un análisis certero de la situación por parte de Israel, que subestima a Jordania como si fuera un Estado que no tiene otra opción más que confiar en Israel, son factores que están poniendo en riesgo la existencia del tratado”.
Nimrod Goren, fundador y director de Mitvim, un think tank israelí que trabaja para promover las relaciones entre Israel y los países árabes, remarca que cada vez que hubo tensión con los palestinos, esta se trasladó al vínculo entre Jordania e Israel. “Esto es algo que el Gobierno de Israel intenta pasar por alto. Ellos intentan decir que las relaciones con los países árabes no tienen nada que ver con su conflicto con Palestina. Esa es la narrativa de Netanyahu”.
Actualmente, casi el 70% de los jordanos están a favor de restringir las relaciones con Israel, según un sondeo reciente; lo contrario a un sondeo israelí que concluyó que el 71% de la población apoya el tratado.
Uno de los pocos emprendimientos comerciales que promueve el tratado, un acuerdo para que Jordania compre gas natural a Israel, sigue generando protestas en Amán. El Centro de Estudios Israelíes, la única ONG jordana que busca promover las relaciones entre los dos países, opera prácticamente en secreto y se niega a publicitar sus eventos o invitar a los medios de comunicación. “Es un ambiente hostil”, aclara el fundador del centro, Abdullah Sawalha. “Intentamos mantener un perfil bajo porque la mayoría de las personas no comprende nuestra misión”.
Aún así, el tratado perdura, en gran parte sostenido por el secreto a voces de que los servicios de seguridad de Jordania e Israel cooperan para mantener su frontera libre de combatientes y traficantes. “Ambas partes quieren conservar el tratado. Los israelíes por su propia seguridad y los jordanos por su seguridad, pero también para poder seguir negociando con Israel”, afirma Anani, que también fue ministro de Asuntos Exteriores de Jordania.
El acuerdo también ayuda a allanar el camino para la recepción de ayudas anuales estadounidenses por valor de más de 1.360 millones de euros al año y las cuales mantienen la economía jordana a flote.
Para llegar a su trigésimo aniversario, el tratado primero deberá sobrevivir a las intrigas en torno al llamado “acuerdo definitivo”, el plan que anticipó el Gobierno de Trump para alcanzar la paz entre los israelíes y los palestinos. Los jordanos temen que un apoteósico intento de Trump por lograr la paz le quite a su país la importante tarea de mantener los sitios históricos musulmanes en Jerusalén, que consolide la ocupación de territorios palestinos o que margine aún más a Jordania como principal interlocutor del mundo árabe con Israel.
El Gobierno de Jordania preferiría seguir con el tratado, asegura Anani. “La posición jordana es que, vale, si Trump va a proponer el 'acuerdo del siglo', negociemos cómo retirarnos del tratado”, explica. “Y nos puede ir mejor con un tratado de paz con Israel que sin él”.
Pero otros analistas advierten que, incluso en un país con una democracia limitada, la opinión popular sólo se puede controlar un tiempo determinado. “El tratado es un arma de doble filo”, dice Sharif. “Ayuda a Jordania a alcanzar algunos objetivos, pero también perjudica porque una vez que se han probado todos los canales diplomáticos para presionar a Israel, ¿qué nos queda por hacer?”
Traducido por Lucía Balducci