Opinión

Las últimas masacres en EEUU tienen algo en común: la misoginia

La masacre en el instituto de Santa Fe de la semana pasada que se saldó con 10 personas muertas –la mayoría estudiantes– parece tener algo en común con respecto a muchas otras que se han producido en EEUU: la misoginia. La madre de una de las víctimas dijo que el atacante eligió a su hija como primera víctima porque ella rechazaba sus continuas insinuaciones en forma de acoso.

¿Cuántas masacres más vamos a tener que presenciar para reconocer que la misoginia mata? Cuanto más tiempo ignoremos la masculinidad tóxica que subyace en tantos de estos crímenes, más violencia estaremos permitiendo.

Sadie Rogríguez contó en LA Times que su hija Shana Fisher “tuvo problemas durante cuatro meses” con el atacante de Santa Fe. “Él se le insinuaba constantemente y ella una y otra vez le dijo que no”. Una semana antes de la masacre, su hija se enfrentó al atacante y “lo avergonzó en medio de la clase”.

El nuevo tiroteo se ha producido ni un mes después del ataque con furgoneta perpetrado en Toronto en el que murieron 10 personas y otras 13 resultaron heridas –ataque protagonizado por un hombre que, al parecer, estaba furioso porque las mujeres no se acostaban con él. Antes de esto, en el año 2015 se produjo un ataque en la universidad de Oregon por parte de un joven que se quejaba de seguir siendo virgen y “no tener novia”.

En 2014, Elliot Rogger mató a seis personas y dejó por escrito un manifiesto machista de 140 páginas y vídeos en los que protestaba: “No sé por qué no os atraigo, chicas, pero os castigaré por ello”. En 2009, George Sodini mató a tres mujeres en un gimnasio en Pensylvania después de lamentar online que las mujeres jóvenes no quisieran tener citas con él.

Incluso en los casos de tiroteos en masa en los que el motivo declarado no es directamente el desprecio a las mujeres, a menudo hay una historia de violencia machista o sexual detrás.

Desde este último ataque, hemos escuchado a los líderes republicanos culpar de dicha violencia a casi todo, desde el uso de Ritalín y los videojuegos a la falta de religión en las escuelas e incluso han culpado al aborto. Nunca a las armas por supuesto, y eso que este es el tiroteo número 22 que se produce en un instituto de EEUU en solo un año.

Incluso cuando las feministas continúan alzando la voz sobre la amenaza común que suponen el sexismo y la misoginia en este tipo de crímenes, mucha gente parece estar obviando esta perspectiva.

Después del ataque en Toronto, el columnista del New York Times Ross Douthat publicó un artículo inoportuno sobre la “redistribución del sexo”, una idea que se originó en foros online misóginos para “incels” a los que les gustaría ver a las mujeres obligadas a tener sexo con hombres “en situación desfavorable”.

Hace solo unos días, el profesor de psicología y escritor canadiense Jordan Peterson, hombre de culto para jóvenes descontentos, dijo en un perfil de New York Times que los hombres jóvenes no cometerían crímenes de violencia masiva si hubiera “monogamia forzada”.

La solución a los crímenes misóginos no es asegurar que los hombres violentos tengan acceso sexual a mujeres. La solución es que enseñemos a los hombres que no tienen derecho a la atención sexual por parte de las mujeres, para empezar.

La mujeres no deben tener miedo a rechazar a los hombres para que no les maten a ellas y a otros; los hombres no pueden crecer creyendo que las mujeres les deben sexo. Y estas no son lecciones tan complicadas.

Antes de que otro joven decida saciar su rabia misógina en una escuela, en un gimnasio o en una calle de la ciudad, es el momento de que finalmente hagamos algo.

Traducido por Cristina Armunia Berges