En el penúltimo fin de semana de marzo, mientras los medios de comunicación centraban su atención en las protestas de la Marcha por Nuestras Vidas (March for Our Lives) que se celebraron por todo Estados Unidos, una fuerza de policía militarizada bloqueó la carretera que lleva hasta el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Uno de los laboratorios más famosos del MIT recibía a un invitado especial, el príncipe heredero de Arabia Saudí. En su primera gira oficial por Estados Unidos, Mohamed bin Salmán visitaba la Universidad de Harvard y el MIT.
Los funcionarios saudíes alardearon luego de la visita subiendo a las redes fotos de Bin Salmán junto al rector de Harvard, Alan Garber, y junto al presidente del MIT, Rafael Reif. Pero las dos universidades fueron notablemente discretas en lo referido a la presencia del príncipe. Ninguna anunció públicamente la visita y hasta tomaron medidas para encubrirla. A los estudiantes del Media Lab, por ejemplo, les enviaron un correo electrónico indicándoles que el acceso al laboratorio estaría restringido y que habría detectores de metales. No les explicaron por qué.
El único indicio de la visita de Bin Salmán al campus fue una pequeña protesta organizada por un grupo de activistas contra la guerra. Tanto el MIT como Harvard admitieron la visita solo después de que se hubiera producido, cuando los periódicos estudiantiles les preguntaron, y a través de un comunicado de prensa en el que no se explicaban las implicaciones de la alianza con el príncipe saudí.
¿Cuál es la relación entre Bin Salmán y estas universidades de élite? ¿Por qué sus responsables podrían tener interés en mantenerla en secreto?
La visita a las universidades formó parte de una gira del príncipe para negociar acuerdos con el gobierno, las empresas y el mundo académico de Estados Unidos. En Washington, Bin Salmán se reunió con Trump para celebrar los 12.500 millones de dólares en armas que Estados Unidos ha facturado del Gobierno saudí para la guerra contra Yemen. Apoyado por Estados Unidos y dirigido por Arabia Saudí, el conflicto ha provocado la muerte de más de 10.000 civiles en Yemen desde 2015. El posterior bloqueo de los puertos yemeníes por parte del ejército saudí ha dado lugar a lo que la ONU califica como “la mayor hambruna del mundo en décadas”, con unos 400.000 niños yemeníes sufriendo desnutrición.
La visita a EEUU también sirve para reforzar la campaña de relaciones públicas saudí, dirigida por consultoras como McKinsey, en la que Bin Salmán aparece como un “reformador”. Si bien varios periodistas han propagado ese mito, el príncipe heredero no representa un cambio fundamental en la monarquía autoritaria que su familia maneja desde 1932. Aunque Bin Salmán haya sido elogiado por promover los derechos de la mujer, el Gobierno saudí ha silenciado a muchas de las que luchan por la igualdad. También ha detenido, y en algunos casos torturado, a altos cargos de empresas y miembros de la familia real. Su gobierno es culpable de decenas de violaciones contra los derechos humanos, sigue prohibiendo las elecciones democráticas y la libertad de expresión, y condenando a prisión a las mujeres que cometen adulterio.
La visita de Bin Salmán debe entenderse como parte de su campaña de imagen. A cambio de dinero, las universidades de élite le hacen parecer progresista. En 2017, la fundación Misk de Bin Salmán fue aceptada como “empresa miembro” del Media Lab. La admisión requiere una contribución anual mínima de 250.000 dólares durante al menos tres años para el laboratorio. A cambio, la fundación MiSK tiene acceso a su personal, su tecnología y su propiedad intelectual. Pero lo más importante es que, al admitirla, el Media Lab normaliza a la fundación MiSK, con la que Bin Salmán busca ampliar su influencia sobre los asuntos educativos en Arabia Saudí. El MIT le da credibilidad y un barniz de “innovación” tecnológica. Así se entiende también que el príncipe heredero aprovechara su visita para consolidar alianzas con otros grupos del MIT, de Harvard y del hospital Brigham and Women (vinculado con la Facultad de Medicina de Harvard).
La relación de Bin Salmán con el mundo académico no es fortuita, sino consecuencia de la creciente lógica neoliberal de las universidades estadounidenses. Como señaló en 1984 el periodista David Dickson, las universidades y corporaciones estadounidenses se han “unido para cuestionar la noción del control democrático sobre el conocimiento” y pasar a delegar en “el mercado” las decisiones sobre la investigación académica.
La racionalidad del mercado afecta hasta la forma en que se evalúa la investigación, algo que el Gobierno saudí ha utilizado en su provecho. A modo de ejemplo, pagó a matemáticos universitarios muy citados de todo el mundo para que incluyeran a la Universidad Rey Abdulaziz en la lista de instituciones académicas a las que estaban afiliados. Gracias a esa estrategia logró que los rankings US News y World Report de 2014 calificaran al departamento de matemáticas de la Rey Abdulaziz como el séptimo “mejor” del mundo.
El Gobierno saudí se limita a jugar con reglas diseñadas por las élites occidentales. Es la misma lógica que se usó para permitir que las corporaciones, las organizaciones sin ánimo de lucro y los militares se adueñasen sin cesar de partes de la academia hasta el punto de que hoy parece no tener sentido imaginar fronteras entre los dos mundos. El resultado ha sido que muchas de estas alianzas terminan relacionando a los investigadores del MIT con Bin Salmán.
En su gira por Boston, el príncipe también visitó las instalaciones de investigación de IBM en Cambridge. La empresa se alió hace poco con el MIT para crear un laboratorio de investigación en inteligencia artificial a cambio de 240 millones de dólares para la universidad. Boston Dynamics, una socia del MIT que construye robots para el Ejército estadounidense, también le ofreció una demostración. Son alianzas que deberían poner en duda la promesa del MIT de comprender las implicaciones “sociales y éticas” de la inteligencia artificial y desarrollar tecnologías que sean buenas para la sociedad.
Las cláusulas de todas estas alianzas permanecen en la oscuridad. El secreto que las rodea niega a la comunidad la oportunidad de debatir y tomar una decisión. Como otras crisis que enfrentan hoy las instituciones educativas, el crecimiento de este tipo de alianzas universitarias en las que no se rinden cuentas se debe a una falta de compromiso democrático. Cuando las universidades deciden venderse al mejor postor dejan de velar por los intereses de sus estudiantes y de las sociedades en las que operan. Lo que suele venir a continuación es sumisión ante las corporaciones y los criminales de guerra.
Grif Peterson es miembro del Berkman Klein Center for Internet & Society de la Universidad de Harvard.
Yarden Katz es investigador en el departamento de biología de sistemas de la Facultad de Medicina de Harvard y miembro del Berkman Klein Center for Internet & Society de la Universidad de Harvard.
Traducido por Francisco de Zárate