En enero de 2020, cuando apareció la COVID-19, los gobiernos de todo el mundo tenían pocas estrategias para lidiar con la enfermedad. Sin vacuna ni tratamientos comprobados, y sin siquiera acceso a tests masivos, la única opción que tuvieron los líderes políticos fue elegir la alternativa menos mala.
Durante los primeros tiempos de la pandemia, los diferentes gobiernos adoptaron una de cuatro estrategias. China, Nueva Zelanda, Vietnam y Tailandia optaron por eliminar el virus restringiendo los viajes internacionales. Singapur, Hong Kong y Corea del Sur le pusieron límite gracias a un riguroso sistema de test, rastreo y aislamiento, evitando los confinamientos estrictos. Suecia dejó que el virus se propagara antes de darse cuenta de que su sistema de Sanidad no podía lidiar con la cantidad de pacientes de COVID-19. Mientras tanto, los países europeos -incluido Reino Unido y Francia- controlaron la propagación del virus con un ciclo de medidas de confinamiento, manteniendo las fronteras bastante abiertas. Este esquema se parecía al patrón de espera de un avión que se ha quedado sin combustible: la gente comenzó a cansarse de las restricciones, la economía se resintió y nunca se pudo eliminar del todo la COVID-19.
Antes de la llegada de las vacunas, la más efectiva de estas estrategias fue la de “COVID-19 Cero” que aplicaron países como Nueva Zelanda, Taiwán y China para eliminar el virus. Sin embargo, en los últimos 15 meses, las herramientas a nuestra disposición han cambiado radicalmente. Ahora tenemos vacunas seguras y efectivas, tratamientos y test masivos que permiten a los gobiernos repensar sus estrategias iniciales y establecer un plan sustentable para el futuro.
Las vacunas harán de la COVID-19 un asunto manejable
La COVID-19 hizo entrar en crisis a los gobiernos del mundo entero por la enorme cantidad de muertes que causó, la presión que supuso para los servicios de sanidad y los riesgos de síntomas a largo plazo para las personas más jóvenes. Sin medidas de confinamiento, el virus podía propagarse exponencialmente, encontrando infinitos huéspedes en los que alojarse. A la vez, el miedo al virus provocó cambios en el comportamiento de la gente, lo cual derivó en perjuicios económicos. Actualmente, las vacunas están abordando estos tres problemas. Si los gobiernos pueden vacunar al 80 o 90% de su población, la COVID-19 comenzará a convertirse en un asunto de sanidad manejable, igual que otras enfermedades para las que existen vacunas, como el sarampión o la tos ferina.
Sabemos que las vacunas ayudan efectivamente a reducir el número de hospitalizaciones y muertes. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU concluyó que las personas mayores que han recibido vacunas de ARN mensajero (como la de Pfizer y la de Moderna) tienen un 94% menos probabilidades de ser hospitalizadas que las personas de la misma edad que no recibieron ninguna vacuna.
Un estudio realizado en Escocia concluyó que cuatro semanas después de la primera dosis, las vacunas de Pfizer y AstraZeneca redujeron el riesgo de hospitalizaciones hasta en un 85% y 94% respectivamente. Estudios preliminares de la Universidad de Yale también indican que las vacunas parecen ayudar a aquellas personas con síntomas persistentes de COVID-19. Entre el 30 y el 40% de las personas que han recibido la vacuna han informado sentir una mejoría en los síntomas.
Si las vacunas evitan fehacientemente que las personas mueran o enfermen de manera grave, entonces el fin de la pandemia está a la vista en los países que tienen altas tasas de vacunación, test y tratamientos. Un estudio reciente de trabajadores de la sanidad escocesa que aún no ha sido revisado por otros científicos sugiere que las vacunas podrían también prevenir la transmisión del virus. Israel lleva la delantera con su programa de vacunación, mientras que Estados Unidos y Reino Unido le pisan los talones. La Unión Europea está avanzando, y el siguiente grupo en unírseles seguramente sean los países del este asiático y el Pacífico. Una vez que estas poblaciones estén protegidas con la inmunidad que proporcionan las vacunas, podrán comenzar a abrirse otra vez al mundo y levantar las restricciones de sus fronteras de forma cuidadosa y controlada.
En estos países, las cifras de contagios serán cada vez menos relevantes. Se reducirán en gran medida la conexión entre los casos, las hospitalizaciones y los fallecimientos. Este ha sido desde siempre el objetivo de los científicos que investigan tratamientos y vacunas, y la ciencia ha triunfado.
Pero todavía quedan dos áreas de importante incertidumbre. Podría aparecer una mutación del virus que reduzca la efectividad de las vacunas para prevenir hospitalizaciones y muertes. Y también será un desafío continuo la forma en que manejemos el virus en niños y adolescentes, que en su mayoría no han sido vacunados y pueden ser susceptibles a la enfermedad. Parece que pronto podrán ser vacunados los niños menores de 16 años (Estados Unidos y la Agencia Europea del Medicamento ya han autorizado la aplicación de la vacuna Pfizer para niños de entre 12 y 15 años).
La pandemia no acabará si no hay vacunas para todos
¿Entonces cuándo terminará la pandemia? La COVID-19 no se despedirá a bombo y platillo. Hemos visto a lo largo de la historia que las pandemias acaban cuando la enfermedad deja de dominar la vida cotidiana y comienza a quedar en un segundo plano, junto con otros desafíos sanitarios. A menos que aparezca una variante nueva espantosa, los países ricos como Reino Unido y Estados Unidos podrían estar a meses, sino semanas, de lo que sus ciudadanos verán como el fin de la pandemia.
Este no es el caso de países más pobres de América Latina, el África subsahariana y el sur de Asia. En aquellos países que no pueden comprar vacunas, tecnología ni tratamientos para la COVID-19, las poblaciones seguirán atrapadas por los brotes que generan caos en los hospitales y matan a trabajadores de la salud y a personas mayores y vulnerables. Les corresponde a los países más ricos que están saliendo de la pandemia el prestar atención a la situación de las naciones más pobres y asegurarse de que tengan los recursos que necesitan con urgencia. Solo cuando la COVID-19 deje de alterar la vida y las formas de sustento de las personas de todas las regiones del mundo, podremos decir que la pandemia se ha terminado de verdad.
Traducido por Lucía Balducci