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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Los barrios pobres de Caracas intentan sobrevivir a los saqueos, la violencia política y las bandas callejeras

Virginia López

El Valle, Caracas —

Los restos chamuscados de una vieja nevera tirada a un costado de una calle llena de basura son las únicas señales que quedan de la violencia que estalló tras las protestas antigubernamentales en El Valle, un barrio de clase trabajadora al sureste de Caracas.

Funcionarios de la Administración limpiaron rápidamente las otras huellas –marcos de puertas arrancados y cristales rotos–, cuenta Ana Sánchez, una vecina que pidió no ser identificada con su verdadero nombre por miedo a represalias. “Incluso están pintando los bordes de las aceras en amarillo brillante. Eso nunca se ha hecho antes”, indica. “El Gobierno está intentando hacer como que no pasa nada, pero todos lo sabemos”, añade.

Sánchez, madre y ama de casa, se refiere a las protestas que estallaron el 20 de abril, que se ha transformado lentamente en una ola de saqueos nocturnos, y que ha dejado aquí 12 muertos. Nueve de ellos murieron electrocutados en una panadería cuando el cable pelado de una cafetera industrial robada en los saqueos tocó un charco de agua. Los otros tres recibieron disparos.

Pero los acontecimientos de esa noche también ponen en evidencia que la lenta crisis de Venezuela puede estar entrando en una nueva fase: los pobres han salido a la calle para expresar su frustración con el gobierno de Nicolás Maduro. Una semana antes, en la ciudad de San Félix, los manifestantes lanzaron piedras y huevos al presidente. Seis meses antes ya había ocurrido un incidente similar en la isla de Margarita.

Maduro creció en El Valle y, aunque los residentes dicen que no se están uniendo necesariamente a las marchas antigubernamentales, están enfadados y han empezado a demostrarlo.

En El Valle y otras partes pobres de Caracas, el riesgo se multiplica: los vecinos temen una respuesta de mano dura de la Guardia Nacional, pero también temen a las bandas callejeras armadas que dominan estos barrios y que actualmente parecen capaces de enfrentarse a las fuerzas de seguridad del Estado.

Protestas casi diarias

El malestar empezó hace poco más de un mes, cuando una sentencia del Tribunal Supremo despojó de sus poderes a la asamblea liderada por la oposición. La toma de poder fue rápidamente suspendida, pero ya había movilizado a la oposición, que ha lanzado desde entonces una serie de protestas casi diarias.

30 personas han muerto, incluido un miembro de la Guardia Nacional, una mujer golpeada en la cabeza por una botella de agua congelada lanzada desde un balcón y nueve dentro de la panadería La Mayer.

Los manifestantes volvieron a enfrentarse a la policía antidisturbios este martes después de que Maduro anunciase una asamblea constituyente para reescribir la Constitución del país. El presidente afirmó que era necesario restablecer la paz y evitar que sus oponentes lleven a cabo un “golpe”. Los activistas de la oposición han descrito este movimiento como una estratagema para retrasar las elecciones regionales y presidenciales, que el Gobierno sabe que tiene pocas posibilidades de ganar. Y es poco probable que la frustración pública disminuya pronto.

Venezuela tiene la inflación más elevada del mundo. El FMI pronostica que superará el 700% a finales de año. En 2016, la economía se contrajo más del 18,6%. La vida diaria se ha reducido a una serie de dificultades: falta de comida, falta de dinero en efectivo, aumento del crimen y un sector sanitario en crisis.

En El Valle, esto se traduce en colas interminables bajo el sol para intentar conseguir alimentos básicos. Los crímenes obligan a las gente a vivir en un toque de queda autoimpuesto. La recesión económica hace que cada vez más personas tengan trabajos informales, generalmente como conductores de moto-taxi o vendiendo fruta en la calle, con ingresos bajos que se evaporan al ritmo que suben los precios.

Para las empresas y tiendas, esto significa falta de materiales, el creciente peligro de robo y una lucha diaria para obtener alguna ganancia. Y hay una nueva amenaza: los saqueos.

La panadería La Mayer del Pan ha estado cerrada desde la noche del saqueo, igual que la mayoría de las tiendas en la calle Cajigal, ubicada a los pies del barrio de chabolas Las Malvinas. “¿Para qué abrir? Si no tienen productos”, explica Nelly Olavarria, que solía comprar pan allí “cuando había”. Los dueños de las tiendas tienen miedo de abrir las puertas de chapa y que una vez más arda el descontento y les destruyan la tienda.

“La Guardia Nacional protegió el centro comercial donde están los supermercados, pero dejaron las tiendas pequeñas a merced de los saqueadores”, dice Javier Vargas, un colombiano de 60 años que tiene una tienda pequeña y que tampoco quiso dar su verdadero nombre.

Vargas llegó a Venezuela cuando tenía 25 años y ya ha vivido más tiempo aquí que en su país natal. “Amo este país, me ha dado todo lo que soy. Pero ahora todo es un caos. Mis hijos son venezolanos. Si no fuera por ellos, me marcharía”, añade.

Vargas vive cerca de la calle principal que divide la parte de El Valle que se desarrolló formalmente y la parte que resultó de décadas de asentamientos informales que se fueron consolidando lentamente para formar lo que los venezolanos llaman “barrios”.

A medida que se sube la colina, más pobreza se encuentra. Desde lejos, el lado de El Valle donde vive Vargas parece una masa sólida de casas de ladrillos rojos apiladas milagrosamente una sobre la otra, con una malla de cables eléctricos enredados por encima. Vargas confiesa que durante el estallido del 20 de abril no pudo evitar sentir miedo.

Cientos de personas enfrentadas en las calles

“Vi a tres personas morir ese día. A dos de ellas, las conocía”, recuerda. El día anterior, cientos de miles de personas habían salido a las calles, enfrentándose en manifestaciones a favor y en contra del gobierno de Maduro.

Los que apoyan al gobierno llevaban camisetas rojas y se congregaron cerca de la Casa de Gobierno, en el oeste de Caracas. Los opositores iban de blanco y marcharon por más de doce calles de la zona este de la ciudad hacia el centro. En El Valle, muchos no se unieron a ninguna manifestación porque tenían otra prioridad: encontrar comida.

“Hice cola durante cuatro horas, esperando poder comprar un poco de harina y quizás café, y luego me fui a casa temprano. Estaba feliz porque fui uno de los últimos en conseguir un poco de comida”, dice Sánchez. Vargas también se fue a casa temprano. Tenía miedo de que las manifestaciones se enfrentaran y hubiera violencia.

Aunque no hubo una confrontación abierta entre las manifestaciones que se sucedieron durante dos días,  tres personas murieron y muchas fueron detenidas. La Guardia Nacional lanzó gases lacrimógenos a los manifestantes opositores para dispersarlos, algo que ya se ha vuelto común en el país.

Hacia el día 20, las tensiones en El Valle iban aumentando y muchos de los vecinos de Vargas salieron a la calle a golpear ollas y sartenes, una forma de protesta conocida como “cacerolazo”. A las 21.00, varias calles estaban cortadas con neumáticos en llamas y llegaron al barrio los primeros coches blindados del ejército.

Los disturbios sirven para robar comida

“Al principio, la gente salió a protestar a las calles. Luego, algunos vieron que podían entrar a las tiendas y robar comida. Y luego vimos que toda la ladera de la colina se venía abajo”, explica Vargas. “Lo que vi esa noche fue hambre”, añade.

Los medios de comunicación locales dicen que la Guardia Nacional fue a restablecer el orden y se enfrentó con saqueadores. Pero según los vecinos, las Fuerzas de Seguridad también se enfrentaron a pandillas poderosas, armadas con armamento militar –incluyendo granadas– que han ido comprando a lo largo de los años a soldados corruptos.

En marzo del año pasado, nueve hombres fueron asesinados en El Valle en un enfrentamiento entre bandas rivales que supuestamente se disputaban el control de la droga en la zona. Los medios locales informaron que habían participado de los enfrentamientos unos 150 hombres armados con rifles AR-15.

“It was a war. The thugs hate the national guard – and they met them head-on with the same weapons they’ve been buying from them for years.”

Los enfrentamientos del mes pasado tuvieron como protagonistas a menos hombres armados, pero los vecinos dicen que el combate entre la Guardia Nacional y las bandas duró al menos cuatro horas. “Era una guerra. Los criminales odian a la Guardia Nacional, y se enfrentan a ellos directamente con las mismas armas que les han comprado durante años”.

Traducido por Javier Biosca y Lucía Balducci