La calle Jianghan, en Wuhan, se llena de compradores y viandantes protegidos del frío característico de finales de diciembre. Las campanas suenan cada hora desde el emblemático edificio de aduanas de Hankou, donde termina la carretera, cerca de las amplias orillas del río Yangtsé.
Los restaurantes situados en la principal vía peatonal de la ciudad están abarrotados, incluso en las heladas noches de entre semana, y en ellos puede escucharse el bullicio de las conversaciones de los clientes. El ruido, las luces brillantes y el estruendo de la calle parecen mostrar que la ciudad ha vuelto a cierta normalidad un año después del 31 de diciembre de 2019, día en que las autoridades sanitarias de la ciudad informaron de un brote de neumonía desconocido a sus compañeros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Pekín.
Sin embargo, bajo la superficie existe una lucha entre los residentes y las autoridades de la ciudad, la primera en sentir el dolor de la pandemia del coronavirus, sobre cómo se debe recordar la respuesta inicial que se dio a la crisis en el país.
“En los próximos días creo que la gente tendrá un poco de miedo”, dice Zhou Xiangning un residente de Wuhan de 22 años que contrajo el virus a mediados de enero. “No miedo al regreso del virus, sino a los recuerdos de esa época”, afirma sentado frente a una sopa caliente.
Wuhan y sus aproximadamente 11 millones de residentes fueron confinados abruptamente el 23 de enero después de semanas asegurándoles que el virus era controlable, prevenible y no contagioso. El objetivo del confinamiento era limitar una mayor propagación de la enfermedad, que desde entonces se conoce como COVID-19 y que se ha extendido por todo el mundo y matado a casi 2 millones de personas.
En Wuhan, muchas personas todavía se muestran cautelosas sobre lo que deben y no deben decir respecto a lo que pasó hace un año y las lecciones que aprendieron.
En abril, después de 76 días, Wuhan salió del confinamiento. La ciudad logró salir adelante gracias a la ayuda de miles de voluntarios locales que entregaron y distribuyeron los escasos equipos de protección individual y alimentos y que llevaron a la gente a los hospitales; gracias a los médicos y el personal de enfermería que trabajaron hasta la extenuación o hasta que se contagiaron; y gracias a los trabajadores que construyeron hospitales temporales en cuestión de días para aliviar las instalaciones desbordadas.
Sin embargo, el recuerdo que el Partido Comunista Chino quiere que se guarde es sobre el gran esfuerzo que se hizo a nivel nacional para controlar el brote. La irrupción de personal médico y soldados del Ejército Popular de Liberación de las provincias de toda China, así como la respuesta de emergencia del Gobierno central después del 23 de enero reciben el mayor reconocimiento.
Una exposición de tres meses a punto de acabar en Wuhan muestra la respuesta de China al coronavirus, capta toda esta estrategia del Gobierno y pinta a una China triunfante sobre el virus dejando a un lado cualquier narrativa incómoda sobre la crisis.
No se menciona al Doctor Li Wenliang, el oftalmólogo conocido por muchos como el whistleblower tras haber sido amonestado por la policía por advertir a sus colegas sobre una “enfermedad parecida al SARS” el 30 de diciembre del año pasado y que más tarde murió a causa de la COVID-19. Todo lo que se difunda en las redes sociales chinas que no apoye la memoria colectiva correcta es rápidamente censurado.
Lo que todavía molesta a algunos residentes de Wuhan es que se restase importancia a la gravedad del virus en las semanas previas al confinamiento, cuando personas como Li trataban de hacer sonar las alarmas.
Uno de esos residentes molestos es Zhang Hai, que perdió a su padre de 76 años el 1 de febrero. Zhang cree que la muerte de su padre podría haberse evitado si se hubiera sabido que el virus era contagioso a mediados de enero, antes de que decidiera regresar a Wuhan desde Shenzhen después de que su padre se rompiera una pierna.
“No descansaré hasta que [las autoridades de Wuhan] rindan cuentas”, dice Zhang. Ha redactado una carta al presidente chino, Xi Jinping, en la que pide que las autoridades locales rindan cuentas por el periodo comprendido entre el 31 de diciembre y el cierre del 23 de enero. Por el momento, sus esfuerzos, junto con los de otras familias, para demandar al Gobierno local no han dado resultado.
“Quieren vender una historia de que controlaron de forma efectiva el virus aquí, pero también tratan de eliminar la causa”, dice Zhang. “La causa es que ocultaron y encubrieron información al principio, pero parece que sólo se centran en los resultados de después. Eso no ayuda a borrar el dolor de los corazones de aquellos que perdieron familiares”.
Han, aún afligido por la pérdida de su padre por el virus en febrero, no quiere que se use su nombre completo por miedo a las represalias de las autoridades. También quiere que los errores de ese período salgan a la luz con una investigación adecuada.
Su padre se infectó unos días antes del confinamiento, pero no se le hizo la prueba de la COVID-19, por lo que no contó en la lista de muertos. Han cuenta que las autoridades podrían haber hecho más para advertir a los residentes.
Zhang y Han esperan que la próxima investigación de la OMS sobre el brote de virus también tenga en cuenta las acciones del gobierno local durante las tres primeras semanas de enero de 2020.
Trabajadores de la OMS han dicho que la investigación, que comenzará después de que el equipo aterrice en enero de 2021 y se someta a una cuarentena de 14 días, se centrará estrictamente en la determinación de posibles fuentes zoonóticas del virus.
Se espera que el punto de partida del equipo de la OMS sea el mercado de marisco del Sur de China, donde se detectó una gran cantidad de muestras del virus después de que se cerrara y se desinfectara el 1 de enero de 2020.
Parece que ahora hay poco que mirar. Nieve húmeda mezclada con un viento cortante se arremolina alrededor del mercado cerrado. Una pared de 2,5 metros de altura cubierta de plácidas escenas de niebla en la cima de las montañas bloquea cualquier vista dentro del ahora silencioso edificio.
Han espera que un día el mundo sepa lo que pasó al principio del brote. “Antes de la pandemia tenía fe en el Gobierno, pero después de esto parece que decir la verdad es muy difícil”, dice. “Espero que más gente pueda hablar y decir la verdad sin temer que alguien venga a por ellos”.
Traducido por Lara Lema