Se supo a las cinco y media de la tarde, cuando los diputados y los senadores de Zimbabue estaban reunidos en una sala de conferencias de un hotel de cinco estrellas en la capital, Harare, para discutir una moción de censura contra el presidente.
Helton Bonongwe, ministro de Asuntos Parlamentarios, toma la palabra. En la mano tiene una hoja de papel. Tras el anuncio y un momento de silencio, se pueden oír las exclamaciones de los asistentes. Tras 37 años en el poder, Robert Mugabe acaba de dimitir.
Las ovaciones de los 400 diputados y senadores se propagan en olas concéntricas y llegan primero a la recepción y a los bares del Hotel Rainbow Towers, y después hasta los chóferes que esperan a los políticos en lujosos todoterrenos, y hasta las calles de Harare, donde los ciudadanos cantan, bailan y silban en lo que se convierte en una muestra colectiva de alivio y alegría.
Algunos vitorean eslóganes políticos y piden la presidencia para Emmerson Mnangagwa, que hasta hace dos semanas era el vicepresidente del país y cuya destitución propició la crisis que ha terminado con el régimen de Mugabe. Sin embargo, en general los ciudadanos expresaban su alegría y, por encima de todo, su esperanza.
“Nunca me imaginé que esto estaba a punto de pasar”, explica Nancy Thembi, una estudiante de 21 años que se desplazó hasta el hotel y bailó para celebrar la noticia. “Todos creen que estamos ante una nueva era. Estamos haciendo historia. Somos libres”. Thembi, como muchos otros ciudadanos de esta joven nación, no han conocido a otro líder que no sea Mugabe.
“Los cambios son positivos”, indica Phionah Kusere, una recepcionista de 25 años que continuó atendiendo a los huéspedes a pesar del caos que la rodeaba porque, como ella misma explica, “Soy zimbabuense y trabajo duro”.
En los pasillos del Rainbow Towers, un hotel con un punto hortera, con suelos de mármol y una enorme escalera de caracol, que también es un casino y un centro de convenciones, los políticos de la oposición abrazan a políticos leales al Gobierno que hasta hace poco eran sus enemigos más acérrimos.
“Es un ejemplo para el resto de África. Seguir nuestro camino, nuestro compromiso con la unidad y el Estado de derecho”, indica David Chapfika, un veterano diputado del partido en el gobierno, la Unión Nacional Africana de Zimbabue - Frente Patriótico (ZANU-PF por sus siglas en inglés).
Mike Carter, un senador del Movimiento para el Cambio Democrático (MDC en inglés), el partido de la oposición que ha sido brutalmente oprimido durante décadas, sostiene que es un momento “maravilloso”. “Hemos estado luchando durante 25 años para llegar hasta aquí”, añade.
En la última semana, el blanco de la ira de los ciudadanos no ha sido Mugabe, de 93 años, y que ha conseguido mantener hasta ahora su reputación de héroe progresista tanto en el continente como en el país, sino su esposa Grace.
“Él ha sido mi líder y siempre será mi líder. Fue mi padre y mi amigo. El problema es su mujer”, puntualiza Matanga Takamurumbira, un hombre de 75 años que luchó en las brutales guerras de la década de los sesenta y setenta que convirtieron Zimbabue en un país independiente y terminaron con el régimen supremacista blanco.
La multitud rodea a los soldados, temidos y vilipendiados por la población. Una pareja se sienta con su niño en un vehículo blindado y se deja fotografiar.
“Me alegro por mi hijo. Esto es el nacimiento de un nuevo Zimbabue. A mi hijo le espera un nuevo futuro”, indica Avril Chimesa, de 31 años. Los zimbabuenses blancos también se unen a las celebraciones. “Ahora podremos pasar página”, afirma Lloyd Herschel.
Trevor Ryamuzihwa, un consultor informático, invita a una ronda de bebidas en un bar del centro de la ciudad. Nació en 1980, el año en que Mugabe se hizo con el poder. “Tengo sentimientos encontrados. Respetamos lo que ha hecho por el país, pero debería haber dejado el cargo hace 15 años. Hubiese sido incorrecto juzgarlo o hacer otra cosa parecida. Tiene 93 años. Déjenlo tranquilo”, exclama Ryamuzihwa.
En referencia a la primera dama, Ryamuzihwa apunta que “es un caso completamente distinto. Debería devolver el dinero y debería ir a la cárcel”.
El barman le pide disculpas a un cliente porque la cerveza no está fría. La respuesta es inmediata: “Dame las botellas. Llevamos 37 años bebiendo cerveza caliente. Nadie va a dormir esta noche”.
En Epworth, uno de los barrios más pobres de Harare, la gente sale a la calle tras conocer la noticia e improvisa barbacoas. Amenizan la velada con cerveza barata. En este barrio no sienten el mismo respeto por el presidente.
“No nos importa lo que pase a partir de hora”, explica Blessing Nyathi, una mujer de 37 años. Su marido, un veterano de la guerra de la liberación, murió hace diez años y desde entonces ella tiene que mantener a sus seis hijos.
“Pase lo que pase será mejor. [Mugabe] solo nos dio palabras vacías y promesas que no cumplió. Mis hijos han sufrido. Nadie ha cuidado la tumba de mi marido. Recibo una pensión mísera. Tenemos hambre. Piden que lo respetemos pero yo lo maldigo”.
La economía del país está al borde del colapso. Su moneda no vale nada. Millones de zimbabuenses viven en la más absoluta de las miserias. Su infraestructura, otrora admirada, ha quedado en un estado lamentable. Existe una profunda fractura social y política.
De momento la ZANU-PF, el partido en el gobierno, mantendrá el poder e incluso es posible que los acontecimientos de la semana pasada le hayan permitido ganar fuerza. Mnangagwa, que podría jurar el cargo como presidente interino el miércoles, era la mano derecha de Mugabe. A los ciudadanos les preocupa que no se lleguen a celebrar unas nuevas elecciones o que, si se celebran, estén amañadas.
“Tiene nuestro apoyo [Mnangagwa] porque simboliza el cambio, pero también es cierto que formaba parte de un régimen que ha gobernado durante 37 años así que nos preguntamos si puede impulsar un cambio verdadero”, explica Clement Nlizeyo, un investigador de temas políticos de 33 años que ha estado siguiendo el proceso de destitución.
A la mayoría de las personas que abarrotan las calles de Harare, Bulawayo, Masvingo y de otros lugares no les preocupa el futuro. “Finalmente se ha ido y estoy muy contenta. Hace 37 años que esperamos este momento. Siento una gran emoción”, señala Bacillia Makhaya, representante del MDC que presenció las muestras de alegría con una amiga, la diputada del MDC Josephine Chithembwe, de 65 años. “Somos conscientes de que tendremos que superar desafíos y momentos difíciles, pero ahora es el momento de celebrar”.
Traducido por Emma Reverter