Donald Trump ha amenazado a dos estados con “cortarles los fondos” por cometer el terrible delito de fomentar el voto por correo. En un ataque de sinceridad, el presidente ya había dicho que no le gustaba esa forma de votar porque “no le va bien a los republicanos”, pero además tiene una teoría de la conspiración de que es “un fraude”. Cuando le han preguntado por qué entonces votó él mismo por correo en las últimas elecciones ha respondido: “Porque me lo permiten”.
Esto puede sonar un poco extraño, pero en EEUU hace ya décadas que los conservadores comprendieron que una parte clave de su éxito consiste en hacer más difícil que la gente vote. El presidente ataca a las autoridades de Michigan y Nevada por enviar a las casas de los votantes registrados solicitudes para votar a distancia, pero: ¿no es razonable que en la pandemia se den facilidades para que la gente vote sin hacer cola, sin compartir cabinas y sin tener que ir siquiera al centro de votación? Si tu respuesta es sí, no estás pensando como un republicano.
Los conservadores han reflexionado mucho sobre la famosa frase de Larry Sabato: “Todas las elecciones las decide la gente que participa”. Parece simple, pero no lo es. Los republicanos tienen la inmensa suerte de que los grupos que les son favorables también son los que más participan: los jóvenes votan mucho menos que los jubilados, los ricos más que los pobres y los blancos más que los negros y los hispanos. Es un hecho. Por eso saben que poner obstáculos juega a su favor, porque los votantes demócratas son más fáciles de desanimar.
Hay mucho en juego. Para las próximas elecciones el Partido Republicano está gastando una fortuna en preparar una campaña nacional para “vigilar” los centros de votación. En varias ocasiones los tribunales han dictaminado que esa vigilancia era en realidad un intento deliberado de amedrentar votantes negros o hispanos u obstaculizar la participación en feudos demócratas. Tanto es así que, durante décadas, han tenido que someter estas operaciones a la autorización de un juez, pero una sentencia reciente les ha liberado de esa obligación para las próximas elecciones.
Sin embargo, esas tácticas intimidatorias son menos útiles cuando el votante mete la papeleta en el sobre en la tranquilidad de su hogar y luego la deja en el buzón. No es que sea una novedad: el voto por correo es legal en todos los estados y en las últimas presidenciales el 40% de los votantes no fue presencialmente a la urna el día de las elecciones. De hecho, las autoridades republicanas de Iowa, Georgia, Nebraska y West Virginia han hecho exactamente lo mismo que las que han levantado la ira de Trump en Nevada y Michigan. ¿Por qué? Pues porque todo indica que los primeros estados van a votar por el presidente, mientras que en los segundos todo puede pasar.
No es la primera vez que los republicanos recurren a la excusa de vigilar el “fraude” para limitar la participación. Cuando Trump ganó las últimas presidenciales con tres millones de votos menos que su rival, se montó una conspiranoia de que millones de inmigrantes ilegales habían votado por Hillary Clinton sin tener derecho a ello. Se organizó incluso una muy cacareada comisión presidencial para “velar por la integridad de las elecciones” que se disolvió después de solo dos reuniones y no encontró ninguna prueba de ese supuesto fraude masivo. Los estudios que se han hecho en profundidad tampoco consiguen hallar más allá de un puñado de irregularidades entre millones y millones de votantes.
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Sin embargo, esas tácticas intimidatorias son menos útiles cuando el votante mete la papeleta en el sobre en la tranquilidad de su hogar y luego la deja en el buzón. No es que sea una novedad: el voto por correo es legal en todos los estados y en las últimas presidenciales el 40% de los votantes no fue presencialmente a la urna el día de las elecciones. De hecho, las autoridades republicanas de Iowa, Georgia, Nebraska y West Virginia han hecho exactamente lo mismo que las que han levantado la ira de Trump en Nevada y Michigan. ¿Por qué? Pues porque todo indica que los primeros estados van a votar por el presidente, mientras que en los segundos todo puede pasar.
No es la primera vez que los republicanos recurren a la excusa de vigilar el “fraude” para limitar la participación. Cuando Trump ganó las últimas presidenciales con tres millones de votos menos que su rival, se montó una conspiranoia de que millones de inmigrantes ilegales habían votado por Hillary Clinton sin tener derecho a ello. Se organizó incluso una muy cacareada comisión presidencial para “velar por la integridad de las elecciones” que se disolvió después de solo dos reuniones y no encontró ninguna prueba de ese supuesto fraude masivo. Los estudios que se han hecho en profundidad tampoco consiguen hallar más allá de un puñado de irregularidades entre millones y millones de votantes.
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