Ucrania se convierte en la guerra que quería Putin
“El sector de los restaurantes está creciendo, no sólo en Moscú, sino en toda Rusia, gracias al aumento del turismo interno. Y la calidad de los alimentos está mejorando. Está claro que hubo pánico en el sector a principios de 2022, pero eso se acabó rápidamente”, contó un dueño de restaurantes al periodista Mikhail Zygar. Las guerras no se ganan comiendo fuera de casa, pero la capacidad de consumo de la población es un buen termómetro de su economía.
Zygar es un periodista ruso que vive en el exilio. Su libro 'Todos los hombres del Kremlin' está prohibido en Rusia. No tiene mucho interés en hacer de propagandista de Vladímir Putin. Su análisis de la recuperación de la economía rusa, que aparece también en muchos otros artículos, confirma que 2023 ha sido un buen año para Putin.
Rusia no está más cerca de la victoria que a principios de año. Lo que también es indudable es que Ucrania ha abandonado las esperanzas sobre un triunfo inminente que tenía en los primeros seis meses.
Mark Galeotti, historiador británico y experto en Rusia, ha escrito que noviembre fue el mejor mes para Putin en toda la guerra. En su primer número de diciembre, The Economist colocó en su portada la pregunta: “¿Está ganando Putin?”. La respuesta: de momento, sí, al menos en el tipo de guerra que está teniendo lugar.
“La razón de que una victoria de Putin es posible es que ganar tiene que ver más con resistir que con capturar territorio”, dice el artículo principal. “Ningún ejército está en una posición en la que pueda expulsar al otro del territorio que controla. La contraofensiva ucraniana ha quedado paralizada. Rusia pierde 900 hombres cada día en la batalla por tomar Avdiivka, una ciudad en la región del Donbás. Esta es una guerra de posiciones defensivas y puede durar muchos años”.
Todo pronóstico sobre esta guerra corre el riesgo de acabar como los anteriores. El fracaso del asalto inicial a Kiev y la retirada en la provincia de Járkov y la ciudad de Jersón extendieron la idea de que los rusos habían quemado sus opciones de ganar la guerra. El aumento de la ayuda militar occidental a Kiev, además de la propaganda del Gobierno de Zelenski, hizo creer que Ucrania podía triunfar en el campo de batalla.
Todo estaba orientado a la ofensiva ucraniana que se iniciaría en primavera, una vez que Ucrania pudiera disponer del armamento que decía necesitar y de que algunas de sus fuerzas recibieran el entrenamiento adecuado en Polonia. Cuando los resultados fueron escasos al principio, las autoridades respondieron con sorna a las dudas aparecidas en los medios occidentales. “Expertos de sofá” fue la expresión que utilizó el ministro de Exteriores para definir a los periodistas y expertos que destacaban que el avance de las tropas se medía en centenares de metros, no en kilómetros.
Un análisis publicado en octubre por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales calculó que las fuerzas ucranianas habían avanzado una media de 90 metros cada día hasta finales de agosto en el frente del sur del país. A partir de entonces, los progresos comenzaron a ralentizarse.
El balance final que hace el Gobierno norteamericano sobre esa ofensiva no deja lugar a dudas. Las barreras defensivas puestas en pie por los rusos en el este y sur de Ucrania frenaron a las tropas ucranianas. Los tanques y blindados enviados por otros países, un asunto polémico del que se habló durante meses, no supusieron un factor diferencial en el campo de batalla. No importa que Kiev insista en continuar con una estrategia de ataque cuando sea posible para recuperar el territorio que controlan los rusos. Ahora es más importante conservar las posiciones propias antes que plantearse nuevas ofensivas.
“Sin una nueva estrategia y ayuda económica adicional, las fuentes norteamericanas afirman que Ucrania podría perder la guerra”, se leía esta semana en The New York Times.
110.000 millones de dólares entregados por EEUU desde 2022 en ayuda militar y económica no han sido suficientes. No es una simple cuestión de dinero. Los militares ucranianos continúan reclamando munición de artillería que simplemente no existe en las cantidades necesarias en los arsenales occidentales.
El artículo del NYT incluye una frase que recuerda épocas tenebrosas del pasado: “Fuentes del Gobierno norteamericano afirman que, sin un cambio de estrategia, 2024 podría ser similar a 1916, el año más letal de la Primera Guerra Mundial, cuando miles de jóvenes perecieron y las líneas del frente cambiaron muy poco”.
Quien dio la voz de alarma no fue ninguno de esos “expertos de sofá” de los que hablaba el ministro Kuleba, sino el arquitecto de las Fuerzas Armadas de Ucrania. El jefe del Ejército tomó la inesperada decisión de mostrar el lado más sombrío de la guerra hace dos semanas en una entrevista y un artículo en The Economist. El general Valeri Zaluzhni también utilizó como ejemplo la guerra iniciada en 1914 para explicar que el nivel tecnológico de ambos ejércitos les ha atrapado en una contienda que ninguno de los dos puede ganar.
“El hecho más simple es que podemos ver lo que hace el enemigo y que ellos pueden ver todo lo que hacemos. El nivel de nuestro desarrollo tecnológico es el que nos ha dejado a nosotros y al enemigo en un estado de parálisis”, escribió Zaluzhni. La panorámica del frente de batalla que ofrecen los omnipresentes drones permiten a cada general observar en tiempo real qué es lo que está sucediendo. El factor sorpresa ha desaparecido.
La consecuencia era clara, según decía Zaluzhni. Si EEUU y Europa no ofrecen una ayuda que desequilibre esa igualdad, las posibilidades de éxito son escasas.
El presidente Zelenski se apresuró a desautorizar a su mejor general. No ya por estar en desacuerdo con su análisis estratégico, sino por las repercusiones políticas. No puede permitir que su país piense que una victoria completa está fuera de sus posibilidades. Eso podría hacer que se extendiera el derrotismo o simplemente que aumentara el número de personas, aún muy bajo, favorables a un acuerdo diplomático con el que poner fin a la guerra.
Zelenski advirtió de que la cúpula militar no podía inmiscuirse en las decisiones políticas, aunque en realidad toda la política ucraniana tiene que ver con la guerra de una forma u otra. El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, tomó partido en favor del general Zaluzhni: “Algunas personas no quieren escuchar la verdad”. El frente unido en favor de Zelenski en la política ucraniana corre el peligro de fragmentarse.
Poco antes de que se publicara la entrevista a Zaluzhni apareció en la revista Time un largo reportaje sobre la guerra firmado por un periodista que está escribiendo una biografía de Zelenski, entre otras cosas gracias a su gran acceso al presidente y su círculo de asesores más cercanos. El artículo mostraba a un Gobierno dispuesto a ordenar ofensivas sobre algunas localidades cuando el Ejército no estaba en condiciones de llevarlas a cabo por carecer de hombres y armamento suficientes.
Dos párrafos llamaron la atención. Los asesores de Zelenski parecían preocupados por el carácter obcecado de su presidente. Se negaba a aceptar la realidad. Era imposible hacerle cambiar de opinión. “Se engaña a sí mismo”, dijo uno de sus principales colaboradores. “Nos estamos quedando sin opciones. No estamos ganando. Pero prueba a decírselo”.
En la entrevista en The Economist, el general Zaluzhni deja muy claro que su prioridad es conservar las posiciones y no perder más territorio. Está lejos de la idea que mantiene el presidente de seguir preparando nuevas ofensivas con las que intentar dar buenas noticias a la población. Por el contrario, Zaluzhni no descarta que los rusos se lancen contra las líneas ucranianas en febrero o marzo, incluso con la intención de tomar Kiev. Aunque dice que lucharán hasta el final, su mensaje suena bastante pesimista, quizá porque pretende presionar a Washington con este discurso para que aumente la ayuda militar.
La Casa Blanca sabe que Ucrania no podría sobrevivir sin el armamento y los recursos económicos que aporta. Por eso, solicitó al Congreso un nuevo paquete de ayudas por valor de 60.000 millones de dólares que ahora está bloqueado. Los republicanos se niegan a aprobarlo si no se incluyen nuevas medidas para restringir la inmigración a EEUU. Las posiciones están tan distanciadas que la votación definitiva ha tenido que aplazarse hasta enero.
Es ahora cuando resulta más claro un aspecto del que se ha hablado desde el comienzo de la guerra. El desequilibrio demográfico en favor de Rusia es abrumador. La población rusa supera en más de tres veces a la ucraniana. Eso tiene una influencia obvia en el número de soldados que cada bando puede reclutar. Con la intención de destacar esa diferencia, Putin acaba de anunciar un aumento de 170.000 hombres en la capacidad máxima de sus Fuerzas Armadas. No le costará encontrar voluntarios si ofrece salarios diez veces superiores a los habituales en algunas zonas del país.
Casi dos años de guerra han dejado a Kiev sin muchos de sus mejores soldados, lo que le ha obligado a incluir a hombres muy por encima de la edad habitual de los combatientes en una guerra. La edad media de los soldados está ya en torno a los cuarenta años.
Los hombres de 18 a 60 años tienen prohibido salir del país. La realidad es que muchos de ellos consiguieron abandonar Ucrania de forma legal o clandestina. Otros pudieron impedir ser llamados a filas gracias a sobornos. Una estimación de BBC calculó que 650.000 hombres en edad de reclutamiento viven en el extranjero desde el comienzo de la guerra.
Las bajas sufridas en 21 meses de guerra son escalofriantes. Según el Departamento de Defensa de EEUU, hasta agosto de este año Rusia había tenido 300.000 bajas (120.000 muertos y 170.000 heridos). Las cifras ucranianas eran menores, pero su impacto en un país menos poblado era mayor: 70.000 muertos y más de 100.000 heridos.
Occidente puso buena parte de sus esperanzas en las sanciones a Rusia. La hipótesis de un progresivo hundimiento de la economía rusa que afectara a su potencial militar ha quedado desmentida por los hechos. Se decía que un país totalmente abierto a la economía occidental, a diferencia de la Unión Soviética, no podría sobrevivir a un programa de sanciones que le cerraba todas las puertas de Europa y EEUU.
Rusia ha encontrado socios en países como China, Turquía o India y utilizado vías alternativas para vender su petróleo y gas en todo el mundo, también en Europa, y para importar bienes de consumo. La reducción en la producción de crudo se ha debido en su mayor parte a los acuerdos con la OPEP. El plan de EEUU de limitar el precio del petróleo ruso a 60 dólares el barril no ha tenido éxito.
La militarización de la economía, un factor ineludible en un país en guerra, ha hecho que el presupuesto de defensa y seguridad supere el 6% del PIB. Se prevé que se acerque al 8% en 2024, lo que supondría el 40% del presupuesto del Estado.
La repatriación de los fondos que los oligarcas conservaban en el exterior –50.000 millones de dólares, según Bloomberg– ha favorecido un aumento de la inversión, que se nota especialmente en la construcción.
La credibilidad de algunas estadísticas rusas es discutible, pero su economía ha superado este año incluso las previsiones de su banco central y de la OCDE de los últimos meses. Anticipaban un crecimiento del 2% en 2023 y es probable que la cifra final alcance el 3% o lo supere. Para comprobar hasta qué punto estaban errados algunos pronósticos, hay que recordar que el FMI preveía una caída del 2,3% del PIB ruso para este año.
El aumento del gasto público, fundamentalmente destinado a la guerra y a aliviar sus consecuencias, ha facilitado un aumento de la inflación, que en noviembre llegó al 7,5% interanual. El banco central admite que las previsiones inflacionarias continúan siendo altas, por lo que esta semana anunció un incremento de los tipos de interés hasta el 16%. Es posible que la recuperación económica haya alcanzado su pico en el tercer trimestre, pero las expectativas son mejores que hace un año.
El Departamento del Tesoro calcula que la economía de Rusia sería un 5% mayor si no fuera por la guerra. La salida del país de 600.000 personas, jóvenes cualificados en su mayoría, supondrá una rémora para el desarrollo del país a largo plazo. Pero Putin, que tiene 71 años y que será reelegido en las elecciones de marzo de 2024, sólo piensa en el presente.
Es suficiente para que Putin cante victoria en su guerra económica con Europa y EEUU. Ha encajado el peor golpe de las sanciones y reorientado la economía para fortalecer el esfuerzo de guerra. No piensa ceder en su idea de que sólo tiene que aguantar hasta que Occidente pierda interés en defender a una Ucrania independiente. “Ucrania no produce casi nada hoy. Todo le llega de Occidente, pero los productos gratis se acabarán algún día”, dijo el jueves en su rueda de prensa anual.
Su gran esperanza es que Donald Trump gane las elecciones de 2024 con el mensaje de que continuar la guerra exige un precio demasiado alto para EEUU y sea capaz de presionar a Ucrania para que firme una paz con Moscú que le impida recuperar los territorios perdidos. Putin sigue convencido de que el tiempo juega en su favor.
2024 será un año muy largo para Ucrania.
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