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La última agonía de Beirut: el posible latido de un corazón bajo los escombros un mes después de la explosión

El perro y miembros del equipo de rescate durante los trabajos este jueves en el edificio derruido.

Andrea Olea

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Todo un país seguía con mezcla de angustia y esperanza la búsqueda de un posible superviviente entre las ruinas de Beirut un mes después de la brutal explosión que devastó el centro de la ciudad. Tras un día y medio de búsqueda ininterrumpida, los equipos de socorro no habían logrado dar con la vida que prometían los signos vitales detectados bajo los escombros de un edificio casi completamente derruido en el barrio de Gemmayze, situado a apenas un kilómetro del lugar del estallido el pasado 4 de agosto. 

El jueves, un equipo voluntario de rescatistas chilenos devolvía la esperanza a la ciudad. El perro especializado en rescates de 'Topos Chile' había señalado un punto concreto en medio del derrumbe y el escáner del equipo confirmó que había señales de pulso y respiración, según explicaba a este medio Walter Muñoz, uno de los miembros del equipo. A última hora de la tarde del viernes el jefe del equipo aseguró que seguirían buscando hasta que encontraran una señal definitiva de que no había nadie vivo dentro. 

Las primeras informaciones apuntaban a que el superviviente sería un niño o niña pequeño. Comenzó entonces una frenética operación de rescate junto a otros equipos que aún sigue en marcha, pese a que las esperanzas se disipan por momentos. Un miembro de la ONG Live Love Lebanon, también participante en las tareas, aseguró que seguirían toda la noche si era necesario. “Continuaremos hasta confirmar si hay o no cuerpo”, aseguró.

Con el paso de las horas, las respiraciones detectadas entre las ruinas habían pasado de las 18 por minuto iniciales a 15 y después a siete (lo habitual en una persona sana adulta es de 60 a 100). Entretanto, crecía el interés de todo un país roto por la tragedia: los libaneses han seguido el minuto a minuto pegados a sus televisores o apostados tras la barrera de seguridad impuesta por el ejército frente al lugar de la búsqueda, esperando la buena aunque improbable noticia. Durante toda la noche del jueves, decenas de personas hicieron vigilia, algunas rezando, otras reportando en las redes sociales cada piedra retirada.

El jueves hacia medianoche se detuvieron brevemente las tareas de búsqueda después de que el ejército libanés, que supervisa la operación, alegara problemas de seguridad debido al mal estado del edificio. Ante la noticia de que las tareas no se reanundarían hasta la mañana siguiente, decenas de vecinos se encararon con los uniformados y exigieron indignados al grito de “vergüenza” que se retomara el rescate. Varios jóvenes se encaramaron a las ruinas, dispuestos a seguir excavando con sus propias manos, hasta que fueron disuadidos por la multitud, y una vecina comenzó a gestionar el alquiler de la grúa faltante para seguir buscando. Finalmente, y a petición popular, Defensa Civil libanesa retomó la operación y el equipo de rescatadores chileno regresó para darles el relevo hacia las cuatro de la mañana.

Un equipo veterano en rescates imposibles

Topos Chile lleva años acudiendo a escenarios de desastre para buscar supervivientes. “Si hay un 1% de posibilidades de encontrar a alguien, nos quedamos”, explicó Walter Muñoz, uno de los miembros del equipo. El grupo de 14 socorristas había llegado a Beirut tres días antes, financiándose los billetes y el alojamiento de su propio bolsillo. Topos Chile ha intervenido en desastres en países como Nueva Zelanda y Haití, donde llegaron a encontrar una persona con vida 27 días después del terremoto que sacudió el país en 2010. Durante el rescate, el equipo y su perro, Flash, se han convertido instantáneamente en héroes de Líbano, con miles de personas loando su labor en las redes sociales.

Aunque en contadas ocasiones se ha encontrado supervivientes semanas después de un terremoto o derrumbre, lo más común es que las tareas de rescate se detengan tras siete días de búsqueda. Sin embargo, la búsqueda se habría detenido apenas tres días después de la catástrofe, según denunciaron vecinos de la zona, alegando que en repetidas ocasiones avisaron del olor a descomposión que emanaba del edificio en ruinas. Un bombero voluntario aseguró que había intentado examinar el lugar dos días después de la explosión y fue disuadido

Los beirutís han acusado de inacción absoluta a las autoridades, tanto en los momentos inmediatos a la explosión, como en las tareas de rescate, desescombro y asistencia a las víctimas posteriores. El último balance asciende a 191 muertos, más de 6.500 heridos y 300.000 personas desplazadas al quedarse sin hogar. Ha sido la propia población afectada la que se ha encargado de limpiar las calles asfaltadas de escombros, proveer de alimentos y medicinas a los afectados, y reparar las viviendas dañadas. 

En Gemmayze y Mar Mikhail, las zonas más golpeadas por la explosión, los comerciantes y vecinos cuyas casas han quedado en pie se afanan estos días en instalar puertas y ventanas. En las aceras, decenas de carpas de ONG locales e internacionales ofrecen ayuda mientras ríos de trabajadores de organizaciones humanitarias, distinguibles por sus chalecos de todos los colores, recorren la ciudad evaluando daños y ofreciendo asistencia. Todas las personas interrogadas por este medio aseguran no haber recibido ningún tipo de ayuda oficial tras lo ocurrido.

“Cuando oía que podía haber un superviviente bajé a verlo y aquí sigo desde ayer, paseando calle arriba, calle abajo”, explica Esther Diko, vecina de Gemmayze. “Ayer sí creía que había esperanza, hoy ya no sé, todo esto es muy duro para mí, no hago más que recordar lo que pasó”, añade entre lágrimas contenidas.

La indiferencia oficial ante las víctimas de la tragedia era evidente: en las primeras 36 horas de operación de rescate, ningún cargo público había visitado la zona para informarse de los avances sobre el terreno. “Todo Líbano pendiente del rescate menos nuestros dirigentes”, afirmaba un usuario en Twitter. 

Hacia las 2 de la tarde del viernes, los equipos de rescate empezaron a agotar sus expectativas de encontrar vida, aunque siguieron buscando. Tras descartar el punto inicialmente señalado por el escáner y las cámaras de temperatura, empezaron a barrer el área circundante hasta un radio de tres metros, sin resultados. A última hora de la tarde habían logrado llegar hasta el sótano del edificio y la operación continuaba, convertida en todo un símbolo de la resiliencia de un país desbordado por la sucesión de crisis.

La información sobre el origen y causas de la explosión se ha ido conociendo con cuentagotas en las últimas semanas, mayoritariamente a través de filtraciones e informes de la prensa internacional. Ni el nuevo ejecutivo ni gobierno dimisionario han ofrecido ruedas de prensa hasta la fecha para explicar en detalle lo ocurrido, pese a que se sabe que tanto el presidente Michel Aoun como el dimitido jefe del Ejecutivo tenían conocimiento de la presencia de cantidades masivas de nitrato de amonio en el puerto de Beirut.

Además de los 191 muertos, quedan aún siete desaparecidos de los que no hay noticias. El viernes a las 7 de la tarde, una vigilia en la céntrica Plaza de los Mártires recordaba a las víctimas de una tragedia que podría haberse evitado. No se esperaba a ningún miembro del Gobierno.

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