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Análisis

El largo adiós del presidente Pedro Castillo

8 de diciembre de 2022 14:28 h

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Para entender el encadenamiento de los acontecimientos que precipitaron el fin anticipado del mandato del presidente peruano, conviene atender solamente, y sin desvío, a las grandes líneas de una prolongada intriga narrativa, que no ha conocido variaciones esenciales desde 2018. Es verdad que resulta difícil hacer a un lado las anécdotas y peripecias finales, abundantes como la corrupia que figura en el escudo del Perú. En tres tumultuosas horas, Pedro Castillo fue destituido por el Congreso, arrestado por la Policía, y sustituido en el Ejecutivo por la primera mujer que será presidenta del Perú, y que no es ni Keiko Fujimori ni Lourdes Flores, sino Dina Boluarte, de nombre desconocido fuera de las fronteras nacionales.

En Perú sigue vigente la Constitución Política de 1993, que hizo redactar Alberto Fujimori después de su autogolpe de Estado de 1992. La Ley Suprema fujimorista establece un régimen presidencialista y un Congreso unicameral de 130 miembros. Entre las potestades del Legislativo se cuenta la de destituir al Ejecutivo si considera la mayoría de congresistas que la presidencia ha entrado en situación de “vacancia moral”. La causal es amplia, y discrecional. En cinco años hubo cinco presidentes, sólo uno llegó al fin del mandato sin ser vacado. La preparación de acusaciones y defensas contra el Jefe de la Administración pública le resta lo mejor de su tiempo útil a cualquier presidente, de cualquier calidad. La vacancia que destituyó a Castillo era la tercera que el Congreso organizó en su contra, y la primera y única en lograr los votos para lograrlo.

No sólo tiene el Congreso la facultad de controlar y juzgar políticamente al Presidente. También debe aprobar su gabinete, al primer o primera ministra que es la cabeza del gobierno. Puede también interpelar a cada titular de cada cartera. En la presidencia de Castillo, cayeron cuatro gobiernos, por renuncias de las jefaturas de gabinete, o por mociones destituyentes de censura votadas por las mayorías congresistas. Dos mociones de censura votó el Congreso, dos gabinetes tumbó sin que mediara renuncia previa de los primeros ministros. Según la Constitución, el presidente puede, llegado a esta impasse, y si lo considera la mejor salida hacia delante, disolver el Congreso, y gobernar por decreto hasta que en nuevas elecciones generales el electorado peruano se dote de gobernantes y representantes más representativos. Este fue el anuncio que hizo solemnemente, con lectura fluida del maestro de primaria que había sido, con la voz grave y temerosa del presidente que también habría de dejar de ser, pero sin quiebre ni temblor como el de las manos que sostenían el papel del texto del anuncio.

Castillo anunciaba la disolución, anunciaba elecciones en un plazo jamás mayor de nueve meses, durante el cual gobernaría por decreto. Pedía apoyo, a las FFAA, a las de Seguridad, a los ronderos o fuerzas autoorganizadas serranas y rurales. No tenía ninguno, y había hecho este anuncio sin anuncio previo, sin comunicarlo a la Administración pública, a los servicios de prensa del Estado, ni siquiera a su gabinete.

Los medios y agencias extranjeras, como la oficial France24, consignaron que de inmediato medios locales y congresistas denunciaron el golpe de Estado de que se señalaban como primeras víctimas propiciatorias y fatales. En América Latina, por ejemplo, desde temprano se adoptó la rutina, para referirse a Castillo, de en vez de 'presidente' usar dictador y golpista y en todo caso falso presidente: no sólo era corrupto, era antidemocrático. Cambiando las señales mayoritarias, variaba poco el racismo: 'no está mal ser ignorante, no haber estudiado, si se quiere aprender, pero al bandido Castillo le falta ese respeto que no se aprende si no se tiene por la Majestad de la presidencia nacional peruana'.

Otros medios, como la brasileña Carta Capital, la más organizada revista y multimedia pro Lula, informaron del caso de la caída de Castillo como de uno de lawfare vía impeachment express. Aun si hubiera querido serlo Castillo, no es golpista ni dictador quien quiere, sino quien puede. La mala praxis no es Golpe. Y no hay Golpe sin coacción, sin coerción, sin capacidad de victoria por disponer del monopolio de la fuerza, o de un volumen competitivo de munición y de poder de fuego. Ni la Policía, ni las FFAA, cuyos jefes apenas una semana atrás juraban fidelidad al presidente acosado ante una delegación de la OEA que Castillo había invitado para consolidar su legitimidad (invitación también contemplada constitucionalmente).

Hasta el partido mariateguista Perú Libre (PL), de antiguas, neblinosas, posibles, demostrables pero nunca demostradas proximidades ni demostrados vínculos con la guerrilla maoista de Sendero Luminoso, el partido que históricamente lidera Vladimir Cerrón, pero que las últimas elecciones generales llevó a Castillo encabezando la fórmula presidencial, también había desertado al Presidente. Representantes del ex partido minoritario oficialista en el Congreso ya habían hecho conocer que en la tercera vacancia propuesta para Castillo, votarían a favor de la destitución. Es posible que el cálculo de que esta tercera votación fuera la vencida, y que le llegara la exoneración de la presidencia, el resorte que moviera el anuncio sorpresivo de la disolución hecho por Castillo al fin de la mañana. Que era un giro, porque él y su primera ministra la abogada Betssy Chávez habían proclamado que no disolverían el Congreso aprovechándose de la función presidencial que la segunda moción de censura ya había dejado activada.

Un Congreso con poder omnímodo y efímero: no hay reelección, las bancas se gastan al primer uso

Mucho se habla, y deplora, la fragmentación política peruana, la desaparición o atomización de partidos que fueron modelos continentales como el APRA. Perseguido como corrupto por la Justicia, Alan García, último presidente de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, no cometió un suicidio político como el de Castillo, sino que en 2019 el predecesor de Alberto Fujimori en su primera presidencia y sucesor del hoy auto-exiliado Alejandro Toledo en su segunda, se mató literalmente.

Es cierto. Sin embargo, ha habido una reforma constitucional que es una de las explicaciones mayores acerca de la actual hipekinesia destitutiva del Congreso. Si la vacancia existía desde 1993 como instituto para controlar al Ejecutivo, la aceleración de la actividad destituyente (porque por cada exoneración efectiva requiere de la práctica ganada en juicios políticos anteriores, ineficaces, propedeúticos, pero no menos absorbentes ni onerosos en recursos) es un rasgo de los últimos cinco años. Con un proyecto que gustó a la ciudadanía, y también en un primer momento a los congresistas que lo hicieron norma, el sucesor del empresario liberal Pedro Pablo Kuczynski , el 'populista' Martín Vizcarra estableció la norma de la no reelección absoluta para las bancas del Congreso. Esto significaba, no demoraron en advertir, que el enorme poder que había ganado el Congreso (en el que intervenía la aceptación de un concepto cada vez más amplio e inclusivo de 'vacancia moral') se veía drásticamente limitado por lo efímero de su duración: se gastaba al primer uso. Todo empate de fuerzas entre Ejecutivo y Legislativo dejaba en vía muerta la capitalización política (y no solo) de ocupar una banca. Si no había alianza, habría destitución.

Hay quienes dicen que tampoco esta vez habría contado con todos los votos la moción de vacancia, que la decisión de Castillo fue una pasión inútil. Es dificultoso recalcular sin incertidumbre esa hipótesis. Es seguro, en cambio, que el alud de sufragios nominales para la vacancia fue impulsado por la decisión del Ejecutivo de disolver a un Legislativo que la desestimó y se reunió a sesionar más temprano para acabar con la Presidencia Castillo. Destituido, asumió la vicepresidenta. Dina Boluarte juró con su idea de lo que es gala, es decir, según Moloko Podcast, vestida de 'pollo a las brasas' -en el programa político La encerrona, más intelectual, dijeron que era la transformer Bumblebee. Anunció un gobierno de 'todas las sangres'. Le falta poder, liderazgo, apoyos. El destino del nuevo Ejecutivo es incierto, aun si deviniera en Secretaría del Legislativo.

En las últimas elecciones peruanas, ninguna candidatura superó en mucho el 10% de los votos en primera vuelta. En el balotaje, rivalizaron Castillo y Keiko Fujimori. El candidato desconocido, del que CNN no tenía una fotografía, y dejaba su nombre sin ilustrar con una imagen de la persona. superó por un margen mínimo a la hija de Alberto Fujimori en la tercera elección presidencial en que ella era derrotada. Keiko jamás reconoció el triunfo de un provinciano, campesino, sin educación y modales, sin fortuna, sin vis administrativa, izquierdista, comunista. Siempre conservó el reclamo y la incriminación más o menos velada de fraude. Sin embargo, no ha ocurrido lo que se esperaba entonces. Keiko no se convirtió en la líder de la oposición militante, influyendo en el Congreso. Tal vez vea la irrelevancia a la que sucumbe el Ejecutivo. La crisis peruana es política (como la boliviana de 2019), no social (como la chilena del estallido de aquel año), ni mucho menos económica (como la argentina de 2001). Según evocó el presidente en Castillo en su último mensaje, en un pasaje súbitamente sarcástico, la economía capitalista crece en el Perú como en ningún otro país de Latinoamérica y el riesgo país es el más bajo de la región. A pesar de todas las vacancias encadenadas, los bancos prefieren prestar dinero a Perú antes que a Chile, y se lo van a cobrar más barato.

El atípico contexto peruano de alto crecimiento económico anual sostenido, recuperado de la pandemia, y la alta informalidad de la economía (estimada en un 70%), es solidario con el progresivamente menos atípico régimen constitucional de hecho. La erosión del poder Ejecutivo, más allá de la ya establecida en la Ley Suprema de 1993, ha sido operada por el Legislativo y tolerada o admitida por el Judicial. La folklórica apelación a los 'ronderos' en la última comunicación de Castillo puso de trágica evidencia hasta a qué punto carece hoy un presidente peruano de esas dos bases de apoyo indispensables para el populismo más banalmente estereotípico: los sindicatos de trabajadores con empleo (bastión del peronismo clásico en la Argentina) y los movimientos sociales de trabajadores sin empleo (el electorado planero atendido por el kirchnerismo que suspendió la represión de la protesta social). El mismo miércoles del adiós final del presidente Castillo, el batallador presidente electo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, ya había renunciado a su viaje a Washington para 'hacer llover' y salvar el plan social Bolsa Familia en el Congreso de Brasilia antes del inicio de su tercera presidencia el 1° de enero.

AGB