Un verano infernal en Francia: temperaturas récord, sequía e incendios en bosques míticos
En los últimos tres meses una sucesión de olas de calor, incendios devastadores y una sequía histórica han sacudido el territorio francés. El verano del “fin de la despreocupación”—de acuerdo con la fórmula utilizada por Emmanuel Macron— ha sido el segundo más caluroso registrado en Francia desde 1900, con una subida de 2,3 grados centígrados respecto a la media entre 1991–2020. Un invierno seco, la intensificación de las temperaturas desde junio, la sequía y la amplificación de las vulnerabilidades ligadas a desastres naturales se han combinado para convertir la estación estival en un catálogo sobre las consecuencias de la emergencia climática.
La sucesión de fenómenos extremos materializa los impactos asociados al calentamiento global, anunciados en el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC): daños para la salud y para los ecosistemas derivados del calor extremo, escasez de agua, pérdida de rendimientos agrícolas y riesgo de inundaciones. En los últimos meses, Francia ha registrado 33 días considerados parte de una ola de calor (temperatura igual o superior a 25,3°C mantenida durante tres días consecutivos), cifra muy superior a los 22 días alcanzados en 2003.
Aquel verano de 2003 se registraron 15.000 muertes y continúa siendo el más caluroso del que existen datos, con una anomalía en la temperatura de +2,7°C en relación a la medias. “La gravedad acumulada de los episodios este verano sigue siendo muy inferior a la de 2003”, matiza el servicio meteorológico Météo-France. No obstante, en los últimos meses se han alcanzado récord de temperaturas en ciudades de la costa atlántica como Nantes (39,1°C), Burdeos (40°C) o Biarritz (42,9°C). También Toulouse (35°C), donde la temperatura se mantuvo en máximos históricos durante más de 20 días.
“A medida que el clima se calienta, los fenómenos de calor extremo se van a repetir con más frecuencia y las olas de calor serán más largas e intensas”, resumía hace unos días Valérie Masson-Delmotte, directora de Investigación del Laboratorio de Ciencias del Clima en la Universidad París Saclay y copresidenta del Grupo de Trabajo 1 del IPCC, en una entrevista en el diario Ouest-France. “El calentamiento también provoca una intensificación del ciclo del agua, con un aumento de los fenómenos de precipitación extrema y de la gravedad de las sequías, especialmente en Europa occidental”, decía.
Impacto en los ecosistemas
El verano ha sido devastador para los glaciares, obligando a cerrar muchas rutas de alpinismo en el macizo del Mont Blanc. La combinación de sequía y calor también ha afectado a varios bosques y las vías navegables francesas se han visto obligadas a cerrar a la navegación varias rutas (casi 579 kilómetros en total), especialmente en Alsacia y en Borgoña. Las imágenes de tramos del Loira, muy cerca de Orleans, que prácticamente se pueden cruzar a pie, han dado la vuelta al mundo.
“Es difícil relacionar el cambio climático con nuestra experiencia diaria del entorno, pero se está haciendo visible en la evolución a largo plazo de nuestros paisajes”, explica Isabelle Ruin, investigadora del Instituto de Geociencias Ambientales, en la Universidad de Grenoble Alpes (UGA). “Esto es especialmente evidente en los Alpes, donde los glaciares se están reduciendo, como demuestran las pasarelas que se han ido añadiendo a lo largo de los años para acceder al —cada vez más menguado— glaciar Mer de Glace”, dice.
Además de las temperaturas récord, la sequía ha sido la más intensa que ha sufrido Francia desde mediados del siglo XX y ha afectado a casi todo el país, especialmente en el mes de julio. Una falta de agua que mina los ecosistemas y que tiene un gran impacto en los sectores agrícola y energético, que ya estaban bajo presión a causa de la guerra en Ucrania. Según las últimas proyecciones disponibles del Ministerio de Agricultura, la cosecha de cereales (excluido el arroz) puede reducirse en 3,4 millones de toneladas este año, hasta quedarse en 48,3 millones de toneladas.
Ante la situación de sequía extrema que afecta a todo el país, la primera ministra, Elisabeth Borne, que también es responsable de la planificación ecológica, creó en agosto una célula de crisis interministerial. El titular de la cartera de Cohesión Territorial, Christophe Béchu, dijo poco después que 100 millones de euros habían sido “desbloqueados por las agencias de gestión del agua para apoyar las medidas de resiliencia territorial”, un anuncio acompañado con diferentes restricciones en todo el territorio. De hecho, en 88 departamentos situados en situación de crisis “solo se autorizan las retiradas para garantizar el ejercicio de los usos prioritarios (salud, seguridad civil, agua potable y saneamiento)”.
Tensión hídrica
La escasez ha provocado situaciones de tensión entre sectores de actividad por todo el país, enfrentando también a ciertas autoridades locales con el Estado. En Lavilledieu (departamento de Ardèche), los responsables de un club de motocross robaron 400 metros cúbicos de agua almacenados en una reserva para los bomberos locales. Dos semanas después, se entregaron, pidieron disculpas y devolvieron el agua, que necesitaban para mojar las pistas.
En Toulouse, el colectivo Extinction Rebellion rellenó con cemento los hoyos de varios campos de golf para protestar contra las exenciones de las que se benefician estas instalaciones para mantener los greens. Otros campos de golf han sido también objeto de protestas en Brière, La Baule o en Missillac, localidades que se encuentran en la cuenca del río Loira. “Como hemos visto otras veces, no basta con conocer el problema: también debemos ser capaces de prever soluciones eficaces y aplicarlas... y no todos somos iguales en la elección de las acciones”, señala Isabelle Ruin.
Según Météo–France, las grandes tormentas de agosto tuvieron un escaso impacto en la hidratación del suelo. Sí que causaron daños importantes en otros ámbitos: inundaciones urbanas (como en París, Marsella y Montpellier), granizo intenso (en Saint–Étienne, en el Jura) y vientos excepcionales. La más destructiva fue la tormenta que azotó Córcega el pasado 18 de agosto, con ráfagas por encima de 200 km/h y fuertes lluvias, que provocaron la muerte de cinco personas.
Además, los suelos y la vegetación están especialmente secos, lo que –unido a las altas temperaturas y al viento– ha favorecido la propagación de los numerosos y grandes incendios que ya se han declarado en la región. Según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales, se han destruido 62.000 hectáreas desde principios de año, cuando la media estaba siendo de 8.500 en los últimos años.
Estos incendios, antes limitados principalmente al sureste de Francia, se han extendido por el centro y el norte. Los fuegos más importantes ocurrieron en la Gironda y en las Landas, pero también en Lozère, Aveyron, Isère, Drôme, Maine-et-Loire, e incluso en el Jura, la región con mayores precipitaciones de Francia. En Bretaña, también ha sido presa de las llamas una parte del mítico bosque de Brocelianda, en el que los franceses ubican el origen de la leyenda del mago Merlín y de los caballeros de la Mesa Redonda.
El Mediterráneo se calienta
El Mediterráneo también está sufriendo las consecuencias de un verano de fenómenos extremos. Los mapas publicados por el servicio marino europeo Copernicus muestran que las temperaturas del agua son hasta 6,5°C más altas de lo normal en las costas de España, Francia e Italia. Así, gorgonias y posidonias están desapareciendo, obligando a los peces y crustáceos, ya amenazados por nuevos depredadores, a emigrar. Los expertos de Copernicus explican que, durante mucho tiempo, era la parte oriental del Mediterráneo la más afectada por este fenómeno, pero este año la ola de calor marina está afectando más al oeste.
El conjunto de las comunidades submarinas está cambiando y algunas especies están siendo sustituidas por otras. Variedades vegetales, procedentes principalmente del Océano Índico y que entran por el Mar Rojo, a través del Canal de Suez, están “transformando las zonas de arrecifes que antes estaban dominadas por bosques de algas complejos y biodiversos”. El año pasado un informe de WWF advertía del desastre que supone la “tropicalización” que se está dando en el Mediterráneo, donde el agua se calienta “un 20% más rápido” que en otros mares y océanos del mundo.
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