María Socorro Cruz está a punto de cumplir 71 años, 30 de ellos los ha dedicado a recoger la basura y barrer las calles de la colonia Santa María Aztahuacán, en la delegación Iztapalapa de Ciudad de México. Pero tres décadas de trabajo no han bastado para que obtenga una plaza con salario fijo, seguridad social y prestaciones de ley. Ella es una trabajadora informal, o como prefieren decir las autoridades, “voluntaria” o “meritoria”.
La Güera, como la conocen en la colonia, no sabe de eufemismos y prefiere decir las cosas como son: “Vivo a base de limosnas”, dice respecto a las propinas que recibe por recoger las bolsas de basura de los vecinos, por lo que gana entre 80 y 120 pesos (entre los 3 y los 5 euros) diarios. Ha perdido poco a poco las fuerzas de antaño y también la vista. Con todo, sabe que el día que deje la escoba simplemente no tendrá dinero para comer. Ella no piensa en vacaciones, días festivos o descansos. ¿Una pensión? A sus 70 años eso es una fantasía: tendrá que barrer hasta su último aliento.
A los trabajadores “voluntarios” como Socorro, los ves a diario en toda la ciudad. Son los barrenderos, muchos adultos mayores, que desde las cinco de la mañana salen con sus escobas y carritos a limpiar las calles, llenando sus dos tonel con los desperdicios esparcidos en la vía pública y los desechos que recogen de algunas viviendas a cambio de una propina que les permita subsistir.
También son los jóvenes que, como pregoneros ambulantes, anuncian con una campana que el camión de la basura se aproxima y es momento de sacar tus bolsas. Y son los chalanes del chofer del vehículo recolector que siempre van colgados en la parte trasera y se encargan de recibir y separar tu basura. En fin, son los que evitan que tu casa y la ciudad entera se conviertan en un muladar.
Este ejército de hombres y mujeres son además los que permiten a las autoridades locales cumplir con su obligación legal de mantener limpia la capital (según el artículo 10 fracción VII de la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal) y a pesar de ello, hacen como que no existen.
“Al gobierno no le importa, no los tiene contemplados dentro del servicio. Si tú buscas en todos los reportes oficiales, esta gente no aparece o se menciona de manera marginal”, nos explica Héctor Castillo Berthier, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que estudia el tema desde hace 40 años.
De acuerdo con el Inventario de Residuos Sólidos del 2016 -el más actualizado que existe- solo ayudando en los camiones de basura hay 3.103 trabajadores informales, pero se trata de una estadística incompleta, ya que seis de las 16 delegaciones aseguraron no tener voluntarios, y la Benito Juárez no reportó información. Para la sección 1 del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México, que agrupa a los trabajadores de la limpieza, la cifra de voluntarios ronda los 10.000, aunque Castillo calcula que son entre 15.000 y 18.000.
En la basura también hay niveles
Hay dos reglas para entrar a este círculo: conocer a alguien que ya esté dentro y aceptar que “todos inician como voluntarios”, nos cuenta Julio Miranda, chófer de un camión recolector.
Él ha vivido de la basura toda su vida. A los ocho años llegó con sus padres y abuelos a los tiraderos a cielo abierto que había en Santa Cruz Meyehualco y Santa Fe para trabajar como recogedor de basura. Cuando estos cerraron, su familia buscó en el servicio de limpieza de la ciudad una nueva forma de subsistir.
Julio entró como ayudante de un tío que ya conducía un camión en la delegación Iztapalapa. Por seis años trabajó de manera informal, luego obtuvo un contrato eventual y con el tiempo ganó su plaza definitiva. Y es que hasta en el mundo de la basura hay rangos.
Los trabajadores de limpieza se dividen en personal de base, eventual y voluntario. La diferencia entre cada uno radica en los beneficios que tienen. Se puede decir que los de base son empleados de primera categoría porque gozan de todos los derechos laborales y protección sindical. Los eventuales, aunque tienen un sueldo fijo, no cuentan con prestaciones ni generan antigüedad. Y finalmente están los voluntarios, que carecen de todo y sueñan con algún día formar parte del grupo privilegiado. Mientras ese día llega, viven de lo que la gente les da por llevarse la basura de sus casas y negocios y de lo que ganan por vender a los centros de reciclaje los residuos que ellos mismos separan.
Hace tiempo que Julio Miranda es parte de la “primera clase” y decidió ayudar a quienes aún no lo son. Cinco años atrás fundó la asociación civil Trabajadores Voluntarios y Desempleados de la Ciudad de México para apoyar a los trabajadores que inician en el eslabón más bajo. Hoy acumula más de 4.700 socios y podrían ser más si no fuera porque el sindicato bloquea su labor.
Las historias de Julio, la Güera y otros trabajadores con los que pudimos hablar coinciden con las conclusiones de una recomendación que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) emitió en 2016. El organismo documenta que los voluntarios realizan sus actividades de manera subordinada, cumpliendo horarios y funciones preestablecidas, pero sin ningún derecho laboral. En palabras llanas, el gobierno de la ciudad y de las 16 delegaciones trabajan como su patrón aunque ellos oficialmente no son sus empleados.
“Son mano de obra gratuita para el gobierno, se aprovecha de ellos porque si no estuvieran prestando este servicio tendría que contratar a otras personas para que lo hagan”, afirma Tania Espinosa, coordinadora para la Ciudad de México de Mujeres en Empleo Informal: Globalizando y Organizando (WIEGO, por su sigla en inglés) y consejera honoraria de la CDHDF.
Tampoco cuentan con seguridad social aunque trabajan en condiciones insalubres y de riesgo, por lo que si enferman o se accidentan tienen que cubrir su gastos médicos. E incluso hay casos en que tienen que comprar su herramienta y uniforme de trabajo.
Plazas en tiempo electoral
Entre las 42 secciones que conforman el Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México, la de “Limpia y Transportes” es la más grande con una plantilla de 14.000 empleados de base, 5.000 eventuales y 10.000 voluntarios, según su portal de Internet. Hugo Alonso Ortiz es su dirigente.
La cercanía de Alonso Ortiz con el exjefe de gobierno Miguel Ángel Mancera es tal que el 4 de septiembre del año pasado le manifestó el respaldo del gremio a sus aspiraciones presidenciales en un evento masivo al que acudió la dirigencia sindical, el gabinete de Mancera y cientos de trabajadores de la limpieza.
“Nosotros tenemos un gallo, al que no se le caen las plumas y que va a volar muy alto... Miguel Ángel Mancera, que va a ser nuestro próximo presidente”, gritaba extasiado el líder sindical mientras le obsequiaba al elogiado un gallo de pelea frente a la multitud que coreaba consignas como “Se ve, se siente, Mancera presidente” a la vez que ondeaban banderas blancas con su nombre escrito en rosa mexicano, el color institucional de la Ciudad de México.
La euforia que invadía a los presentes se debía a que el jefe de Gobierno había prometido que 10.000 voluntarios serían integrados a la plantilla laboral a partir del 16 de ese mes. La promesa era incluirlos en un esquema conocido como Nómina 8 o Programa de Estabilidad Laboral, que consiste en un contrato temporal que, aunque no genera antigüedad, sí les otorga seguridad social, aguinaldo y vales de despensa.
El gallo de Hugo Alonso no voló muy alto y a finales de ese año terminó desplumado por el panista Ricardo Anaya, quien se quedó con la candidatura presidencial de los tres partidos que hoy conforman la alianza Por México al Frente (PAN, PRD y Movimiento Ciudadano). Mancera acató la decisión y cerró filas con la coalición, a cambio de un escaño en la próxima legislatura del Senado de la República por la vía plurinominal.
Sobre las plazas prometidas, estas no llegaron o al menos no para todos. El 10 de febrero de 2018 los trabajadores volvieron a ser convocados para escuchar la misma promesa del Jefe de Gobierno. En lugar de los vítores y gritos de la ocasión anterior, el silencio era lo que prevalecía, si acaso unos gritos tímidos de apoyo combinados con algunas voces que se atrevían a denunciar que el ‘gallo’ de su líder no les había cumplido.
Julio -chófer de camión y defensor de los voluntarios- señala que es el sindicato y no el Gobierno el que decide a quién asignar las plazas y a quién no: siempre ha sido así y no le asombra que su gente haya quedado fuera. Lo que le parece extraño es que quienes afirman haber recibido ya la plaza no han firmado contrato, y se les paga en efectivo “con la condición de asistir a jornadas de trabajo extra fuera de sus delegaciones”, algunas de las cuales fueron mítines políticos.
Su inquietud le llevó a dirigir un escrito a Mancera, fechado el 14 de marzo, planteándole esta situación y pidiéndole una explicación sobre los criterios para la entrega de plazas. Mancera renunció a su cargo dos semanas después de entregada la carta y la contestación no llegó hasta dos meses después, dejando más dudas que respuestas sobre la promesa de contrataciones anunciadas a bombo y platillo.
El escrito firmado por Antonio Paz García, Subsecretario de Administración y Capital Humano, con fecha del 8 de mayo dice textualmente que “no se tiene contemplado implementar algún programa de creación de nuevas plazas de trabajo, en Dependencias, Delegaciones, Órganos Desconcentrados o Entidades de la Administración Pública del Distrito Federal”.
Tania Espinosa cree que esto parece más un “programa clientelar en época de elecciones” y quizá no esté equivocada. Durante las campañas, trabajadores de limpieza denunciaron que el líder gremial estaba repartiendo de manera discrecional las susodichas plazas con la condición de que los beneficiarios asistieran a los mítines de los candidatos frentistas. Su argumento es que “debían estar agradecidos” porque su gallo -que aspiraba al Senado por la misma coalición- había mejorado sus condiciones laborales. Tras la elección del pasado 1 de julio, Mancera tiene asegurado su lugar en la próxima legislatura mientras que las plazas prometidas siguen en el aire.
Para este reportaje solicitamos la postura de la Secretaría de Finanzas de la Ciudad de México, de quien depende Paz García, y también buscamos al líder sindical Hugo Alonso Ortiz, pero no obtuvimos respuesta.
La foto perfecta del sistema político
El uso clientelar de los trabajadores de limpieza no es nuevo. Cuando el investigador Héctor Castillo quiso hacer su tesis de licenciatura sobre la basura hace cuatro décadas, esta no se consideraba un problema. No estaba de moda la ecología, ni el cuidado del medio ambiente, ni el reciclaje. Como no había información sobre el tema, la única forma que halló para conocer las entrañas de ese mundo fue sumergirse literalmente en él. Ingresó como barrendero, luego pasó a ayudante de camión y finalmente a recogedor.
Lo que encontró tras pasar casi tres años metido en la basura fue “una fotografía perfecta del sistema político mexicano”. Él lo explica así: “A través de la basura puedes ver toda la estructura del sistema político, las leyes que sirven y las que no funcionan y el olvido generalizado que tienen estos grupos y que terminan siendo utilizados como grupos clientelares por los partidos políticos”.
La Güera prefiere no pensar en qué es lo que está detrás de las supuestas nuevas plazas. En 30 años de trabajo ha escuchado tantas promesas que ya no cree en nadie. Se ha resignado a vivir como voluntaria.
“Si no me quieren tomar en cuenta, que no me tomen, pero que me dejen mi tramito (donde barre), es con lo único que me sostengo. Yo pago renta, pago luz, pago agua y cuando el seguro no me da los medicamentos tengo que comprarlos... Gracias a Dios no me he muerto, porque mi hijo me dejó asegurada, pero si no, ya estuviera yo bajo tierra desde hace un buen tiempo”.