Xiomara Castro, de 62 años, es la nueva presidenta de Honduras. Con ella, la izquierda vuelve a gobernar el país 12 años después del golpe de Estado contra el expresidente y marido de la actual mandataria, Manuel Zelaya.
En la toma de posesión, en el Estadio Nacional de Tegucigalpa, Castro aseguró que su Gobierno investigará lo sucedido en el golpe de 2009. “Es un compromiso asumido por la alianza emitir la ley de condena al golpe de Estado que destruyó el hilo constitucional”, dijo.
Castro es la primera mujer que llega a la Presidencia en Honduras. En su primer discurso como presidenta prometió reducir la brecha de género en el país: “Mujeres hondureñas: no les voy a fallar. Voy a defender todos sus derechos, cuenten conmigo”.
La presidenta cuestionó el manejo de la economía y los casos de corrupción durante el anterior gobierno de Juan Orlando Hernández, período que definió como “12 años de dictadura”. “¿Dónde están los 20 millones de dólares que sacaron en préstamos?”, dijo Castro. La deuda externa del sector público y privado de Honduras se ubica en más de 11.115 millones de dólares, según el informe del Banco Central de ese país.
“El Gobierno estará acompañado de la voz del pueblo a través de las consultas populares. Convoco al pueblo hondureño y solicito al Congreso Nacional que apruebe la ley para la participación ciudadana para las consultas”, dijo Castro.
Reconocimiento internacional
La vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, participó de la toma de posesión. “Esta visita es una oportunidad para que nuestras dos naciones profundicen la cooperación en temas clave, desde la lucha contra la corrupción hasta la recuperación económica”, dijo Harris en las redes sociales.
La Administración Biden busca la relación con Honduras después de las tensiones con el presidente saliente, Juan Orlando Hernández, del conservador Partido Nacional, sospechado de corrupción y narcotráfico. Pero también, el eje de estos dos países estará puesto en la crisis migratoria.
También participó de la ceremonia el rey Felipe VI. Antes de la toma de posesión, Felipe VI se reunió con el presidente saliente y con la nueva presidenta en dos encuentros distintos.
La toma de posesión funcionó también como punto de encuentro para la tradicional izquierda latinoamericana, a la que asistió la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, la expresidenta de Brasil Dilma Rousseff y el expresidente de Paraguay Fernando Lugo.
La rebelión interna
En el momento de la ceremonia, antes del ingreso de Castro al estadio, el presentador del evento anunció la presencia del diputado Luis Redondo, recientemente designado presidente del Congreso. Desde las gradas se escuchó en coro y como respuesta: “¡sí se pudo!”.
El mensaje llega una semana después de que una fracción de su propio espacio político votara en contra de la voluntad de la nueva presidenta. Todo empezó el viernes pasado, cuando 20 diputados de Libre cerraron filas con el principal partido de la oposición, el conservador Partido Nacional, para nombrar a un candidato a la presidencia del Congreso distinto al propuesto por Castro.
Los diputados no quisieron respetar el pacto entre Libre y el Partido Salvador de Honduras, del excandidato presidencial Salvador Nasralla. Los líderes de Libre habían tejido un pacto preelectoral con el Nasralla para que el dirigente retirara su candidatura a la presidencia y, a cambio, Libre le garantizaba la posibilidad de elegir a la directiva del nuevo Congreso. Pero el acuerdo estuvo a punto de romperse. Así fue que 20 diputados de Libre se unieron a los 44 del Partido Nacional para impulsar a su propio candidato: Jorge Cálix. “Se consumó la traición”, se quejó Castro.
Por esa razón, el martes dos diputados juraron como presidentes del Congreso. Por un lado, Jorge Cálix, hasta el viernes del Partido Libre y que juró de manera virtual con el apoyo del conservador Partido Nacional. Por el otro, Luis Redondo, del Partido Salvador de Honduras con el respaldo de Castro, quien asumió el cargo desde sede del Legislativo.
Fue por ese motivo que 18 de esos 20 legisladores fueron expulsados del partido, y Castro pidió al tribunal de ética de Libre que “tome las medidas que corresponde para completar el expediente que respalde” la expulsión de los diputados rebeldes. La fractura muestra la fragilidad de las alianzas que llevaron a Castro a la presidencia y la urgencia con la que Castro deberá reafirmar su liderazgo al interior de su propio espacio político.