Hay noticias que, de tan discretas, no lo parecen. Que caminan de lado. Por la periferia y en silencio. Huérfanas de notas de prensa, declaraciones, discursos grandilocuentes.
Encuentros que podrían ocupar las portadas bajo titulares como 'Diplomacia científica entre los dos países responsables de la mayor parte de las emisiones de gases invernadero del planeta'. Iniciativas que podrían divulgarse tras un 'Alaska, zona cero del cambio climático, presenta su plan de acción para adaptarse al acuerdo de París pese al negacionismo del Gobierno federal'. Proyectos sumergidos en los archivos hasta el día en que alguien decida escribir la historia del desastre, las omisiones que nos arrastraron a una situación que nadie sabe definir con exactitud pero sobre la que todos coinciden en algo: será peor que la actual.
Los últimos días de septiembre, bajo un sol radiante y rodeados de los últimos colores del otoño, muy poco antes de que el Panel de Expertos sobre el Cambio Climático anunciara que la reducción de emisiones a la atmósfera debe ser rápida y radical para evitar consecuencias irreversibles, profundas y potencialmente catastróficas para el futuro, se celebró una reunión.
Dos docenas de científicos y estudiosos del hielo, el mar, la nieve, el permafrost y la sostenibilidad trabajaron varios días en el Instituto de Estudios Árticos de la Universidad de Alaska, en Fairbanks.
Los encuentros científicos no son noticia a menos que vayan acompañados de importantes descubrimientos o anuncios catastróficos. Menos aún si solo se trata de sesiones de trabajo para la elaboración de una agenda de investigación conjunta, como en este caso.
Pero ¿Y si resulta que los participantes en esa conferencia son algunos de los científicos punteros en el estudio del cambio climático de Estados Unidos y de la Academia de Ciencias de China, los dos países responsables de la mayor parte de las emisiones de gases invernadero a la atmósfera?
No cambia nada.
Planes de investigación, localización de las estaciones de medición, vínculos entre el Ártico y el tercer polo –situado en la planicie del Tíbet– o la velocidad comparada a la que se descongela el permafrost del norte de América y el de Asia Central que avanzan entre la nada.
Cientos de páginas y conclusiones sepultadas en lo abstruso de la jerga para iniciados que solo demasiado tarde –o quizá nunca– llegarán al ámbito de la divulgación. Mucho menos a la incidencia política.
La prueba, apenas un par de meses después y a pocos kilómetros de aquella reunión entre científicos chinos y estadounidenses, a las afueras de la misma ciudad. Ya sin sol y pese a una tormenta de nieve que duraba más de dos días, después de unas elecciones que le han devuelto Alaska al Partido Republicano, que no quiere ni oír hablar de estos temas. En medio de la oscuridad, la política de los avisos no atendidos se sube al escenario de un teatro repleto y actúa ante un público lleno de ciudadanos que no por convencidos tienen mayor capacidad de acción.
Sobre la tarima, el vicerrector de investigación de la Universidad de Alaska, Larry Hinzman, con más de 30 años de trabajo sobre la climatología polar en la cabeza. A su derecha, Luke Hopkins, que fue alcalde de Fairbanks y lidera el grupo de acción estatal sobre el cambio climático. Junto a ambos, Nikoosh Carlo, una mujer joven, indígena Athabascan, apoyada por la triple legitimidad de su doctorado en ciencias, su pertenencia nativa al ártico y su puesto como asesora principal del gobernador de Alaska para el cambio climático.
El discurso lo es de despedida. Sentado sobre una advertencia. Presentaban el plan de acción que proponen aplicar en la zona cero del cambio climático. Un trabajo conjunto de cientos de personas durante meses, la compilación del conocimiento acumulado durante años, una propuesta de políticas públicas.
Un informe y un aviso: no lo dejen morir.
Piden que la audiencia se descargue el informe antes de que el nuevo gobernador, el republicano Mike Dunleavy, negacionista del cambio climático, asuma el cargo a principios de diciembre. Lo más probable es que, como ya ha sucedido en el pasado, esa web desaparezca. Como si borrar informes del repositorio digital sirviese para algo más allá de lanzar un mensaje político de oídos cerrados a la ciencia. Como si detuviera el avance del cambio climático.
En ese centenar de páginas que se sumarán a la pila a radiografiar cuando en el futuro se deduzcan responsabilidades –si se deducen–, muchos diagnósticos y medidas.
Primero el diagnóstico. Recurrente, casi apocalíptico, medido hasta la saciedad por todo tipo de iniciativas. Carlo, la asesora indígena del gobernador repite una y otra vez la expresión “Zona Cero”. Debido a la localización geográfica de Alaska, estamos en la “Zona Cero” del Cambio Climático y ofrece detalles: aumento de las temperaturas a mayor velocidad que en el resto del planeta, tormentas, humedad, falta y retraso de hielo, erosión en las costas, descenso de la pesca debido a la acidificación del mar, pérdida de nieve y albedo -su efecto reflectante-, 31 comunidades a desplazar antes de verse ahogadas por el mar, la desaparición de modos de vida milenarios y el efecto cascada que nace del Ártico afectando a todo el planeta.
Las imágenes, que –pasada la mitad de noviembre– siguen mostrando el Estrecho de Bering sin hielo, deberían convertirse en emblema, mensaje, sirena de alarma, portadas de apertura de noticieros, dice. No sucede. Nadie atiende. Demasiado lejos, demasiado complejo. En vez de lamentarse de la falta de atención del mundo, su optimismo maníaco transforma el desastre en oportunidad. La oportunidad de que se asuma la realidad y eso impulse medidas.
Las medidas, casi un tabú en un estado cuya economía depende de la extracción de petróleo.
Hopkins, el político de larga data, a semanas de la retirada, esto es, sin pelos en la lengua, marca la ruta del qué hacer. Propone fomentar principios: educar en la ciencia, seguir investigando hacia dos palabras: energía limpia. ¿Cómo avanzar en esa dirección? Hay que disminuir la emisión de gases invernadero hasta un 30% en la próxima década. Eso significa sacar el petróleo de la economía y apoyar una transición lo más rápida posible hacia la energía geotérmica, solar, eólica, oceánica. Para lograrlo proponen establecer un banco verde estatal que lo financie.
Ese era el plan diseñado por encargo de una administración demócrata derrotada en las urnas. Que, pese a su derrota en Alaska, comparte las líneas maestras de lo que un grupo de congresistas de izquierda comienza a defender en Washington con el nombre de “Green New Deal”.
El turno de intervenciones del público fue largo, Hinzman, el investigador, agotado de repetir y repetir y repetir, se hizo una pregunta a sí mismo y se la respondió. Tenía que ver con los plazos, con el paso del tiempo.
— ¿Cuántos grados de temperatura ha ganado la tierra desde la última glaciación?
— Ahora estamos a unos cuatro grados más.
— ¿Cuál es el aumento de temperatura que asumimos como algo que ya será muy difícil detener, que parece incluso avanzar sin freno?
— Dos grados.
— El planeta es un lugar termalmente muy estable. Cuatro grados menos y nos vamos a la era del hielo, cuatro grados más y ¿dónde nos vamos?
Hinzman se despidió con una petición. No se olviden de descargar el plan de acción.