Juanlu Sánchez es periodista, cofundador y subdirector de eldiario.es. Colabora en La Sexta y en el New York Times. Fue cofundador de Periodismo Humano y como reportero pasó de la cobertura especializada en derechos humanos a documentar la génesis y las consecuencias sociales y políticas del 15M. Es autor del libro 'Las 10 mareas del cambio' y profesor en el Máster Oficial de Innovación en Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Borrell y el PSOE que no podía ser
No podía estar peor arropado. A un lado, la enorme figura Xavier García Albiol, líder del PP en Catalunya, que cada vez que puede abre la puerta de la ultraderecha para comprobar cuánta gente pasa por ella. Como si estuviera esperando su momento (¿Es España xenófoba? ¿Y ahora? ¿Y ahora?) para dar el salto a la siguiente dimensión de su ideología. Al otro lado, Mario Vargas Llosa o Albert Rivera.
¿Qué hacía Borrell allí? A muchos militantes de su partido les ha molestado su presencia y la de dirigentes del PSC en una manifestación por la unidad de España este domingo en Barcelona. Lo cierto es que Borrell siempre ha tenido palabras muy duras para el soberanismo catalán.
Y, sin embargo, partiendo desde ese lugar lleno de banderas de España y no de camisetas blancas, Borrell ha conseguido arrancar el aplauso de muchos. Quizá desde el escenario equivocado, Borrell hizo un discurso que ha recibido halagos sorprendidos de gente que no halaga fácilmente a los políticos. Aquí, la intervención completa.
Borrell es un intelectual, habla varios idiomas, no quiere disimular su acento catalán, hace reflexiones llenas de recovecos que no siempre dicen lo que el interlocutor quiere oír. Borrell no se comporta como un macho alfa al menos en público, no hace chascarrillos llenos de testosterona ni parece tener el sentido del humor perfecto para los despachos.
Hay que decir, también, que Borrell encarna un elitismo con poca paciencia para lo mundano y cierta tecnocracia que desprecia las pasiones y la rutina como lugares reales, los más reales, de la política. A veces no se le entiende y no siempre hace esfuerzos por hacerse entender sino por arrastrar a los demás hacia su terreno.
Por todo lo anterior, a Borrell en el PSOE, dentro de su PSOE, muchos le despreciaban. Como con todo hombre que no cumple con el estándar de la guerra, hacían chistes para extender el rumor falso de que era homosexual. Borrell no es gay, pero sus adversarios internos usaron argumentos homófobos y machistas para desacreditarle personal y políticamente. Cuando años después se convirtió en presidente del Parlamento Europeo, él mismo lo explicó en un acto contra la discriminación:
Era lo habitual en la España de los 90. Todavía años después, Alfonso Guerra haría chistes en campaña electoral sobre lo “mariposón” que era Mariano Rajoy. El público aplaudía entre carcajadas. Quedaban algunos años para que se aprobara la ley de matrimonio igualitario, que por supuesto recibió la resistencia interna contra Zapatero (al que también llamaban “Bambi” por sus maneras suaves, ¿se acuerdan?) de los mismos que usaban argumentos homófobos para manchar a Borrell.
Josep Borrell es liberal en lo económico, como la mayoría de los dirigentes del PSOE en las últimas décadas, aunque transmite una sofisticación alérgica a la caspa. En un programa reciente de Salvados sobre corrupción, hablaban de una reunión que como ministro de Obras Públicas tuvo en 1991 con los grandes constructores para pedirles que dejaran de pagar comisiones a los partidos políticos a cambio de adjudicaciones. En el mismo programa, frente a Borrell estaba sentado Eduardo Serra, que ha hecho carrera en el poder político y empresarial en España. Serra recuerda que él estuvo en aquella reunión. “Sí, pero del otro lado”, le suelta Borrell.
En fin, que Borrell no era ni suficientemente español, ni suficientemente macho ni suficientemente popular para liderar el PSOE. Eso pensó parte de la vieja guardia del partido, con Felipe González y Alfonso Guerra a la cabeza, que apoyaron a Joaquín Almunia en las primarias de 1998 y que desde entonces han seguido dictando las fronteras entre el PSOE posible y el PSOE que no podía ser.
Pero, contra pronóstico y contra el aparato (¿les suena?), Borrell ganó. Eran tiempos donde mirabas hacia atrás y era todo Felipe, un genio de la oratoria, un experto en llenar plazas y estadios y en levantar a los militantes de sus sillas, que ya habían tocado el cielo de la exaltación con el precalentamiento de Alfonso Guerra. A Borrell le costaba hasta levantarse de la silla y subirse en ella para saludar al respetable, atado a tierra por su timidez y su esnobismo.
Borrell ganó las primarias. Venció en Catalunya con el 80% de los votos, cuando el PSC era la fuerza política más votada allí y justo antes de que dejara de serlo. Ahora es la cuarta. Con casi empate técnico en Euskadi, Borrell solo perdió en Andalucía y en Castilla-La Mancha.
En el año en que lideró el PSOE, a Borrell le dio tiempo de enfrentarse a Aznar en un debate sobre el estado de la nación. Perdió estrepitosamente la contienda, que centró en intentar desmontar el mito del progreso económico mientras estaba cada vez más desconcertado por el cacareo de la grada popular, que acabó desquiciándole, y la inseguridad por la falta de apoyos internos. Era 1998 y dijo:
Un año después de ganar, Borrell tuvo que dimitir. Nadie en la dirección del PSOE quiso protegerle cuando salió a flote un caso de corrupción que afectaba a un excolaborador suyo. No había en ese momento ni hubo después ningún indicio de que el caso salpicara a Borrell, no estaba imputado, pero en esta ocasión el universo que orbita alrededor del aparato del PSOE vio claro que tenía que dimitir. Como recordaba Andrés Gil en un artículo reciente sobre el tema, El País publicó un editorial con un titular cargado de desprecio: “El mejor Borrell fue el de su despedida como candidato”.
El PSOE no volvería a hacer primarias estatales hasta 2014, cuando ganó el Pedro Sánchez aliado con la vieja guardia. El Pedro Sánchez de hoy, el que se emancipó, cuenta con Borrell para el futuro de su PSOE imposible.
No podía estar peor arropado. A un lado, la enorme figura Xavier García Albiol, líder del PP en Catalunya, que cada vez que puede abre la puerta de la ultraderecha para comprobar cuánta gente pasa por ella. Como si estuviera esperando su momento (¿Es España xenófoba? ¿Y ahora? ¿Y ahora?) para dar el salto a la siguiente dimensión de su ideología. Al otro lado, Mario Vargas Llosa o Albert Rivera.
¿Qué hacía Borrell allí? A muchos militantes de su partido les ha molestado su presencia y la de dirigentes del PSC en una manifestación por la unidad de España este domingo en Barcelona. Lo cierto es que Borrell siempre ha tenido palabras muy duras para el soberanismo catalán.