Juanlu Sánchez es periodista, cofundador y subdirector de eldiario.es. Colabora en La Sexta y en el New York Times. Fue cofundador de Periodismo Humano y como reportero pasó de la cobertura especializada en derechos humanos a documentar la génesis y las consecuencias sociales y políticas del 15M. Es autor del libro 'Las 10 mareas del cambio' y profesor en el Máster Oficial de Innovación en Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
7 cosas que he aprendido en 100 debates sobre 'fake news'
Bueno, el dato del titular es un poco fake: no han sido 100 debates. Pero han sido muchos. Las “noticias falsas” son el tema de moda entre periodistas, directivos de medios, políticos con conexiones internacionales y expertos en seguridad, propaganda y tecnología. En España el asunto ya toma cuerpo político y este martes un nuevo “grupo de trabajo” sobre fake news echará a andar en el Congreso de los Diputados.
El auge del debate tiene su origen en el sentimiento de frustración de las élites demócratas estadounidenses ante la victoria de Donald Trump. Sin asumir demasiado las razones profundas de su inesperada derrota, empezaron a señalar a dos enemigos relacionados entre sí: Putin y las fake news. Ambas amenazas existen, sí, pero manipular el fenómeno se ha convertido en la tendencia geopolítica del momento.
En universidades españolas, eventos internacionales, talleres o seminarios, he participado (como otros muchos periodistas) en unas cuantas charlas (1, 2, 3 ejemplos). También entre los miembros de la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información discutimos el asunto a menudo. Comparto algunas conclusiones después de todas estas conversaciones.
1. Churras, merinas y fake news.
La primera conclusión es desalentadora: aquí cada uno habla de una cosa diferente. Bajo la expresión ‘fake news’ se mezclan conceptos muy distintos. Desde la manipulación de toda la vida al espionaje tecnológico pasando por los bulos de homeopatía. Cada uno usa como ejemplo lo que más le conviene como ascua para su sardina.
El vicio más frecuente al hablar superficialmente de fake news nace del sesgo que todos tenemos y que produce posturas que se resumen así: las noticias que dan los medios que me gustan son independientes y las noticias que dan los medios que no me gustan son ‘fake news’. Mezclar manipulación informativa con fabricación deliberada de mentiras sin fundamento es fácil, pero no ayuda a entender la nueva dimensión de esta historia. Es a lo que juega de hecho el propio Donald Trump, que ha sabido usar el término a su favor. Para él, una noticia falsa es cualquier titular informativo crítico con su gobierno.
En cuanto se profundiza, empieza a separarse el grano de la paja. El grupo de alto nivel reunido por la Comisión Europea, donde participan los compañeros de Maldita.es, recomienda dejar de usar el término ‘fake news’. Ellos prefieren hablar de diferentes fórmulas de desinformación.
De todas las formas de desinformación que existen (manipulación, partidismo, hechos sin contrastar, etc.) hay una que parece realmente novedosa y que sí encaja con el término fake news: son páginas con aspecto de noticias con titulares y contenido que no tienen ninguna base factual y que se publican con la intención deliberada de engañar. No se trataría de una noticia sesgada o de sensacionalismo o de mal periodismo, sino de contenido falso disfrazado para parecer veraz.
Como este titular, que cuenta una historia que jamás ocurrió, como desmiente maldita.es:
2. Que vienen los rusos.
He visto muchos estudios e informes sobre fake news que culpan a Rusia y únicamente a Rusia de todos los males de la desinformación mundial o del auge de la ultraderecha. ¿La xenofobia en Italia? Alentada por Rusia. ¿El brexit? Culpa de Rusia. ¿Lo de Catalunya? Los rusos, como todo el mundo sabe.
Si en un informe que resume la problemática de las fake news aparece muchas veces Rusia y Putin y no se nombra a otros agentes políticos, hay que sospechar. Probablemente nuestra preocupación sobre el asunto de las noticias falsas esté siendo usada como arma dentro de una guerra geopolítica donde, en realidad, lo que menos les importa es la salud del periodismo. Las entidades que sufragan esos estudios no suelen tener que ver con el periodismo sino con las políticas de seguridad internacional y las relaciones internacionales. Y debido a ese sesgo suelen dedicar mucho espacio a hablar de lo xenófobos que son los contenidos de influencia supuestamente rusa y poco a hablar de los contenidos xenófobos también falsos alentados en páginas más conocidas en España.
Afortunadamente tenemos el ejemplo catalán para darnos cuenta de cómo unos hechos concretos pueden exagerarse hasta dibujar una conspiración casi ridícula. De igual manera que Trump no ganó las elecciones por los bots rusos, el independentismo no se mantiene fuerte en Catalunya porque a Putin le interese.
Porque, sí, Rusia invierte millones de euros en propaganda. Y, efectivamente, no hay muchas razones más allá de la pura propaganda para que el Kremlin esté pagando una televisión rusa en idioma español que poca gente ve (Russia Today, RT), una agencia de noticias rusa en español (sputnik) que poca gente lee y campañas de tuits y bots con Julian Assange al frente. Sucede también en otras partes del mundo, donde hay dinero ruso pagando medios locales para desestabilizar las instituciones y los valores del enemigo. Pero al pensar en eso hay que tener presente este artículo de The New York Times, escrito por su experto en asuntos de seguridad y excorresponsal en Moscú, Scott Shane, donde afirma casi con enfado: “¿Injerencias en elecciones? Rusia hace ahora lo que EEUU lleva décadas practicando”.
En todo caso, y por ahora, el volumen y el impacto en la mayoría de Europa occidental están siendo muy sobrevalorados en estos debates. ¿Retroalimentan un clima concreto? Puede, como lo hace cualquier manipulación. ¿Lo determinan? No hay ninguna prueba de ello. Como recuerda siempre Myriam Redondo, docente y experta en verificación de noticias, “no hay una sola prueba de que lo que llamamos fake news hayan cambiado climas de opinión”.
Es más, lo más parecido a una prueba de cómo se puede usar la tecnología para manipular las cabezas de la gente ante de unas elecciones a través de contenido diseñado para activar su voto no la tenemos en Moscú, la tenemos en una empresa estadounidense llamada Cambrige Analytica, que usaba datos de los perfiles personales de Facebook para diseñar mensajes casi individualizados. Sobre Cambridge Analytica hay algo esclarecedor: su primer cliente en campaña de unas presidenciales no fue Donald Trump sino Ted Cruz, otro republicano de origen latino.
En Macedonia hay una famosa empresa que se dedica a publicar bulos masivamente en inglés, sobre política americana. Han sido de los que más impacto han tenido, pero su interés es puramente comercial. Ponen publicidad en sus páginas y si aterrizas engañado por un titular falso, te sale el anuncio y ellos cobran. Fueron muy agresivos contra Hillary Clinton, pero lo cierto es que al principio empezaron a hacer noticias falsas sobre Trump y nadie las leía. Meterse con Hillary era más rentable.
3. La importancia de la intención
¿Y qué pasa con El Mundo Today? La pregunta es inevitable, por mucho que nos duela meter en este debate a gente con la que nos reímos tanto. ¿Qué pasa con aquellas páginas que como The Onion en EEUU o El Jueves o el blog de Mimesacojea juegan con la sátira en forma de noticia-ficción? El antídoto parece ser la transparencia. En el caso de El Mundo Today, la intención es clara: son una web de humor y parodia. Son conocidos por ello y solo fuera de contexto uno puede pensar que sus titulares son ciertos.
En otras ocasiones, la intención está menos clara. Hay páginas como HayNoticia que juegan con titulares muchísimo más confundibles con la realidad. Con titulares como ‘Los aficionados del Barça no podrán entrar al estadio hasta después del himno’ o ‘La iglesia exigirá certificado de virginidad para poder casarse’ juegan a engañar al ojo del lector despistado que aterrice desde Google o alguna red social sin saber exactamente lo que está leyendo.
Este es el aviso legal escondido en otra página parecida, 25minutos. Las negritas son mías:
Este párrafo no está ahí para ser transparentes sino para defenderse cuando lleguen las demandas. Con la excusa legal de la ficción, hay grandes puertas abiertas a la desinformación.
4. Lo que está en juego es la noción de poder percibir la realidad.
Los periodistas nos creemos a veces el centro del universo de la comunicación y cada vez que hay una novedad nos da por creer que somos el elemento más importante de la nueva ecuación. Cuando nacieron los blogs la primera duda parecía ser si los blogs eran periodismo; cuando surgieron las redes sociales, igual: ¿el periodismo ciudadano es periodismo?, se repetía. En la época del Big Data, muchos suelen pensar antes en el periodismo de datos que en casos como el de Cambridge Analytica. Hasta que el fenómeno nos explota en las manos.
En realidad lo que está ahora mismo en juego no es la credibilidad de las noticias; lo que está en juego es la noción misma de lo que es real y lo que no, de lo que es fiable a nuestros ojos.
Está el ejemplo aterrador de lo que les está pasando a las actrices de Hollywood: colocan sus caras en el cuerpo de actrices porno con un montaje de vídeo casi perfecto. ¿Qué pasará cuando esa tecnología se democratice y cualquiera pueda jugar con las identidades de los demás? ¿Qué pasa con nuestra percepción si nuestra identidad puede ser cambiada igual que se ponen unas orejas de conejo de Instagram?
Hay otro ejemplo más próximo al campo de acción del periodismo, pero que igualmente tiene un impacto sobre asuntos más amplios. Hay ya varios discursos falsos de Obama pronunciados por Obama. Esto es posible gracias de nuevo a montajes de vídeos casi perfectos, como este experimento de denuncia que ha realizado hace unos días BuzzFeed.
Por tanto, en la frase “fake news”, donde realmente está el meollo de la cuestión para los próximos años es en ‘fake’, más que en ‘news’. El periodismo, como siempre, se verá afectado por las transformaciones sociales que esta nueva revolución traerá, pero no es el centro de este universo.
5. El periodismo como víctima de las fake news
Las noticias falsas, como parte del problema de la frontera difusa entre realidad y ficción, no son por tanto un subproducto periodístico: son una injerencia contra el periodismo. No soy precisamente corporativista, pero en este caso creo que es justo decir que el periodismo, incluso cuando cae en alguna trampa tendida por una noticia falsa que se hace viral, no es el culpable sino la víctima de las muchas estrategias de desinformación que operan a su alrededor.
Porque sí: hay mucha desinformación dentro de los medios de comunicación, pero pocas veces tiene que ver con el método periodístico sino con presiones y condicionantes externos (políticos o económicos) que casi siempre vienen de parte de los jefes y no por iniciativa del redactor. Las fake news no suelen seguir la cadena productiva del periodismo sino la cadena productiva de las relaciones públicas, los encargos políticos o la pura propaganda.
Este vídeo es más que un ejemplo. Aviso: verlo produce verdadera tristeza si te dedicas al periodismo. En las imágenes se ve cómo decenas de periodistas repiten como un papagayo exactamente las mismas frases ante su audiencia, millones de personas, en diferentes televisiones locales de Estados Unidos. Las mismas frases, palabra a palabra. Cada uno de ellos hace suyo el guion que los jefes les han pasado y, como si fueran actores y no periodistas, añaden su toque personal en la locución, el movimiento de las cejas y los brazos, la colocación de la respiración. Para que sea creíble.
Lo más paradójico de todo es que el discurso es precisamente contra las fake news. Entre otras cosas dicen: “Compartir información sesgada o falsa se ha convertido en algo común en las redes sociales. Algunos profesionales usan su espacio en los medios de comunicación para favorecer sus ideas personales. Esto es extraordinariamente peligroso para nuestra democracia”.
Se trata de una locución que todos los periodistas tuvieron orden de dar por parte del grupo de comunicación nacional al que pertenecen 193 emisoras locales, Sinclair Broadcast Group. Hay frases casi calcadas de un discurso que dio el vicepresidente de la empresa un año antes. La empresa ha recibido acusaciones de usar sus conexiones con el gobierno de Trump para conseguir cambios legislativos que le son favorables.
Sí, los periodistas de este vídeo podrían haberse hecho los héroes y negarse a decir ese párrafo. Pero lo más justo es señalar a las empresas de comunicación, que no siempre hacen periodismo o no siempre basan su modelo de negocio en hacer periodismo. Y aquí llegamos al siguiente punto [ya queda poco].
6. Del negocio de la atención al negocio de la complicidad
La economía tradicional del periodismo online está basada en el negocio de la atención. Hay que conseguir cuantos más lectores mejor porque eso permite mostrar cada vez más anuncios e ingresar dinero cuando la gente los ve.
Pero eso tiene un problema: por muy buena que sea la calidad de tu información, este modelo de negocio pone a competir el periodismo con la atención que es capaz de generar cualquier otra cosa del mundo: las series, los hijos, el trabajo, Facebook, la lavadora, YouTube, Spotify, el fútbol, Sálvame o salir a dar un paseo en primavera (ya se imaginan lo que ha pasado con las audiencias de cualquier periódico online cuando ha salido el sol después de semanas de lluvia).
La competencia por la atención del lector es una pelea imposible por el escaso tiempo libre que todos tenemos en un país, además, de conciliación imposible. En esa pelea, además, ¿qué creen que es más rentable a corto plazo: un buen reportaje sobre refugiados o una noticia falsa que diga cualquier barbaridad falsa, como que un refugiado ha violado a una niña en alguna ciudad conocida? Si competimos por llamar la atención, perdemos.
Por eso hay cada vez más medios que como eldiario.es optan por un modelo mixto y apuestan por la complicidad con el lector como fórmula para generar ingresos. Si los lectores perciben que nuestro trabajo es útil, porque desvelamos información o abrimos debates necesarios, muchos nos darán su apoyo aunque no puedan estar pendientes de él las 24h del día.
En un sistema donde no necesitemos llamar la atención más que sobre aquellos temas que estemos totalmente convencidos y donde las manipulaciones no tengan premio sino castigo, la salud del periodismo se ve reforzada y las noticias falsas quedarán algo más arrinconadas a páginas poco fiables que menos gente compartirá por error.
Aunque, seamos sinceros, no van a dejar de mentir. No dejaremos de leer barbaridades circulando en todas direcciones. Nuestro trabajo será también desmentirlas.
7. Y dicho todo esto: cuidado con la regulación
¿Y entonces qué? ¿Leyes contra las fake news? Cuidado.
Desde la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información, donde participo con otros muchos periodistas, juristas y activistas, llevamos alertando desde hace años sobre el reverso tenebroso para libertad de expresión de algunas leyes, como la ahora conocida como Ley Mordaza o el propio pacto antiyihadista.
Desde esa misma perspectiva, y en eso hay coincidencia con el grupo de alto nivel que ha analizado el fenómeno en la Unión Europea, es peligroso que, sabiendo tan poco como sabemos ahora sobre cómo cirulan los bulos en Internet, dejemos que políticos que todavía saben menos se pongan a regularla con fines restrictivos. De nuevo, con un ejemplo se entiende mejor: de todos los fenómenos de desinformación, engaños, bulos e infamias que se han soltado en los medios de comunicación de España en los últimos años, el que ha provocado la apertura de un debate en el Congreso tiene que ver con que si hubo en Twitter fotos falsas del 1-O o si los rusos están lavando el cerebro a los catalanes. En realidad sabemos que usarán la ley, una vez más, para castigar la propaganda contraria y nunca la suya propia.
Recordemos que la ley ya castiga la injuria, la calumnia y hasta protege el derecho al honor. Con eso debería bastar. De hecho ya con eso, el poder abusa y son frecuentes las denuncias a periodistas que luego terminan en nada.
Lo que sí puede ser interesante es regular no tanto el contenido sino la manera de presentarlo. Etiquetas de transparencia en casos de sátira o contenido patrocinado que puedan prevenir al lector, establecer un pacto sobre lo que se está leyendo y dejar aún más en evidencia a quienes tratan de engañarnos deliberadamente.
Esto es solo el principio.
Bueno, el dato del titular es un poco fake: no han sido 100 debates. Pero han sido muchos. Las “noticias falsas” son el tema de moda entre periodistas, directivos de medios, políticos con conexiones internacionales y expertos en seguridad, propaganda y tecnología. En España el asunto ya toma cuerpo político y este martes un nuevo “grupo de trabajo” sobre fake news echará a andar en el Congreso de los Diputados.
El auge del debate tiene su origen en el sentimiento de frustración de las élites demócratas estadounidenses ante la victoria de Donald Trump. Sin asumir demasiado las razones profundas de su inesperada derrota, empezaron a señalar a dos enemigos relacionados entre sí: Putin y las fake news. Ambas amenazas existen, sí, pero manipular el fenómeno se ha convertido en la tendencia geopolítica del momento.