Las historias de los 29 atletas que forman el equipo de refugiados en las Olimpiadas de Tokio

Emili Serra

30 de julio de 2021 22:02 h

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Alaa Maso nació en Siria, donde entrenaba como nadador y triatleta. En octubre de 2015, después de que su centro de entrenamiento quedara destruido y la guerra se expandiera, decidió dejar Alepo. Lo que siguió fue un largo viaje por Europa junto a su hermano mayor, Mohamad, en búsqueda de un lugar seguro. Tras pasar por Turquía, Grecia y Holanda, ambos se instalaron en Alemania, donde viven y entrenan juntos. Sus padres siguen en Siria y no los han visto desde que se fueron, hace seis años.

El viernes pasado, la historia de los hermanos llegó a los titulares de medio mundo tras una imagen donde aparecían abrazándose durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio, aunque “solo reflejaba un gesto espontáneo entre hermanos”, según han contado ambos en Instagram.

Las implicaciones políticas vinieron después, y es que los hermanos compiten por equipos diferentes: Mohamad sigue representando a Siria, mientras que Alaa corre por el Equipo de Atletas Refugiados tras conseguir una de las becas que el COI ofrece a atletas desplazados. Según la agencia AFP, el equipo sirio no lo había rechazado.

En su equipo, a Alaa lo acompañan 28 atletas más. No llevan la bandera de ningún país en el uniforme y, si ganan alguna prueba, será el himno olímpico el que suene. Sin embargo, sus historias conectan con los 82 millones de personas que, según Acnur, siguen viviendo desplazadas de sus países de nacimiento. “Significa mucho que el mundo nos haya dejado de ver como un problema y nos reconozca como seres humanos reales”, decía Alaa en una entrevista.

Junto a Alaa, Yusra Mardini es la otra atleta refugiada que competía en natación. También nacida en Siria, fue eliminada el sábado después de participar en los 100 metros mariposa. Maso también ha caído este viernes, tras no superar el corte en los 50 metros libres.

Corría el año 2002 cuando Angelina Nadai Lohalith abandonó su Sudán del Sur natal, sumido en guerra, junto a su tía. Ambas se refugiaron en el campo de Kakuma, al norte de Kenia. “Todo quedó destruido”, contó a Acnur en 2016. No ha visto a sus padres desde entonces y su sueño, más allá del éxito olímpico, es poder reencontrarse con ellos. 

Angelina fue una de los 10 atletas que representaron al primer Equipo de Atletas Refugiados en Río 2016. En Brasil, la corredora de media distancia (1.500m) no pasó de la primera eliminatoria, pero ahora tiene otra oportunidad el próximo lunes en Tokio. En estos cuatros años se ha convertido en madre de un niño. Sigue teniendo claro su objetivo: “Si llego lejos y tengo éxito, mi sueño solo será ayudar a mis padres”.

Para Tachlowini Gabriyesos, correr maratones no es nada nuevo: huyó de Eritrea con tan solo 12 años y su periplo lo ha llevado a través de Sudán y Egipto, donde cruzó el desierto a pie hasta llegar a Israel. Ahora vive en Tel Aviv y corre para el Emek Hefer club, dotado de la beca del COI para refugiados.

Después de un año impredecible lleno de restricciones, y de varios problemas de visado que lo dejaron sin correr dos mundiales, los juegos de Tokio le han dado una nueva meta a la que apuntar. “Son mi sueño. Quiero demostrar que todo es posible, que no hay que rendirse”. Después de tener que someterse a un aislamiento preventivo en Doha, Gabriyesos ya está en Tokio, donde correrá la semana que viene.

El resto del equipo de atletismo lo conforman Dorian Keletela, nativo del Congo; Rose Nathike Likonyen, James Nyang Chiengjiek, Paulo Amotun Lokoro, nacidos en Sudán del Sur, y Jamal Abdelmaji Eisa Mohammed, originario de Sudán. Likonyen, abanderada del equipo tanto en Río como en Tokio, ha quedado eliminada de los 100 metros este viernes. Chiengjiek correrá el sábado.

“Esperaba que la crisis en Siria terminara, pero ocurrió todo lo contrario. Fue a más. Todo era caos”. Aram Mahmoud, doble campeón nacional de bádminton sirio, dejó su país en 2015. A pesar de haber llegado al número 98 del ránking mundial de su categoría, la federación siria no le brindó ningún apoyo. Su próximo destino fueron los Países Bajos, donde estuvo tres años dependiendo de la bondad de la gente, saltando de ciudad en ciudad buscando un equipo que le respaldara. La dureza de las restricciones sanitarias en los Países Bajos lo llevó a entrenar a Bélgica y a Alemania durante los peores meses de la pandemia. Contra todo pronóstico, Mahmoud pudo clasificarse para los juegos, que siempre fueron su sueño. El sirio fue eliminado este lunes frente a Loh Kean Yew, de Singapur.

Eldric Sella pisó por primera vez un gimnasio de boxeo cuando tenía 10 años. Quería aprender a protegerse. Después del colapso económico que azotó Venezuela en 2014, la inestabilidad política y la violencia que siguieron, el joven boxeador veía poca luz en su futuro. Decidió dejar atrás a su familia y la crisis humanitaria que reinaba en su país y salió en busca de oportunidades más allá.

Junto a su pareja, huyeron a Trinidad y Tobago, donde se les dio el estatus de refugiado. Su padre, que ahora es su entrador, les siguió más tarde. “Con el programa olímpico de refugiados no solo tengo la oportunidad de representarme a mí, sino a millones de personas que, como yo, fueron obligadas a dejar sus hogares y sueños atrás”. Dice que sigue pensando en esa casa cada día y comiendo arepas para, de alguna forma, sentirla más cerca. 

Wessam Salamana, refugiado sirio, acompaña a Eldric en el equipo de boxeo. Salamana perdió el pasado domingo 0 a 5 frente al brasileño Wanderson de Oliveira; por otro lado, Sella fue noqueado por el dominicano Euri Cedeño. Después de su sueño olímpico, Eldric se enfrenta a una situación complicada. Según Newsday, el Ministerio de Seguridad Nacional de Trinidad y Tobago no lo había autorizado a viajar a Japón y después volver. Acnur, sin embargo, dice estar buscando “la solución más adecuada” para Sella y su familia.

Masomah Ali Zada huyó de Afganistán para cumplir su sueño: convertirse en ciclista. Su vida ya era difícil como miembro de la minoría étnica hazara, pero se convirtió en insoportable cuando un grupo de mujeres, entre las que se encontraban ella y su hermana, fueron acechadas y amenazadas por practicar ciclismo de forma profesional. Se le dio asilo en Francia en 2017, pero no era la primera vez que huía de su país. Masomah pasó su infancia en Irán con su familia, mientras los talibán gobernaban en Afganistán. Fue ahí donde su padre le enseñó a ir en bicicleta. Volvieron a mediados de los 2000, cuando ella empezó el instituto. 

“Participando en los Juegos quiero convencer a quienes piensan que es inapropiado que una mujer sea ciclista o a quien le resulta extraño que una mujer lleve el velo mientras pedalea, de que eso es algo normal”. La ciclista se estrenó este miércoles y terminó la carrera en vigésimo quinto lugar. Si un día vuelve a Afganistán, dice Masomah, organizará una carrera que incluya tanto a hombres como mujeres. Ahmad Badreddin Wais, nacido en Siria, también ha competido como ciclista en Tokio, donde ha terminado en el puesto 38. 

Como muchos de sus compañeros en el equipo internacional de refugiados, Sanda Alass le agradece al deporte el haber sobrevivido, primero en su país natal partido por la guerra y luego por ayudarle adaptarse a su nuevo hogar. La judoca nacida en Siria, que emigró a los Países Bajos hace seis años, ha confiado en el deporte para mantenerse fuerte, no solo físicamente, también mentalmente, durante su transición de Oriente Próximo a Europa. “Si me hubiera quedado sentada sin hacer nada me hubiera vuelto loca”. Aldass huyó de Damasco en 2015, dejando atrás marido e hijo. Tras llegar a los Países Bajos, pasó nueve meses en un campo de refugiados, seis de ellos sin su familia. En Tokio, Alass perdió este lunes en la ronda eliminatoria contra la serbia Marica Perisic.

Ahmad Alikaj y Muna Dahouk también dejaron Siria para buscar un futuro mejor. Como Sanda, compiten en judo, igual que Javad Mahjoub, nativo de Irán, Popole Misenga, originario de la República Democrática del Congo, y Nigara Shaheen, nacida en Afganistán. Alikaj se estrenó este lunes y perdió contra el judoca tayiko Somon Makhmadbekov; Dahouk también fue eliminada, en su caso por la cubana Maylín del Toro. El checo Lukáš Krpálek venció a Majhoub; el húngaro Krisztián Tóth, a Misenga, y la brasileña Maria Portela, a Shaheen.

Wael Shueb, nativo de Damasco, solía combinar su trabajo en una fábrica textil con las clases que impartía como entrenador de artes marciales. En 2015, con la guerra acechando en Siria, sintió que no le quedaba otra que escapar. Después de una odisea de cuatro semanas –primero en balsa hacia Turquía y luego en bicicleta a través de Macedonia – se instaló en Alemania. Para él, el deporte es clave para una buena integración. “Abre puertas. Habla todos los idiomas. Es el campeón mundial de la integración”. Hamoon Derafshipour, nacido en Irán, competirá junto a Shueb el próximo fin de semana en kárate.  

Luna Solomon nunca pensó que se convertiría en lanzadora olímpica. Creció en Eritrea, donde este deporte no es popular. La primera vez que lo practicó fue en Suiza, donde se instaló tras dejar su país natal. “Me fui porque no hay libertad”. El aplazamiento de los Juegos le ha dado la oportunidad de ponerse al día y poder clasificarse. Después de estrenarse el primer fin de semana, Luna quedó eliminada en la primera ronda.

A los 18 años, Kimia Alizadeh se convertía en medallista olímpica de Taekwondo en Irán tras ganar el bronce en la categoría de 57 kg en Río. Fue aclamada como una heroína y recibió el sobrenombre de “tsunami”. Un año después, ganó la plata en el Campeonato Mundial de 2017 en Muju, Corea del Sur.

Sin embargo, en enero de 2020 todo cambió. La atleta huyó, declarándose “una de las millones de mujeres oprimidas en Irán” en una publicación de Instagram. También sugirió que las atletas iraníes eran explotadas entre bastidores. “Me vestía como querían. Repetía cada frase que ordenaban. No se trata de mí, no se trata de nosotras. Somos solo herramientas”. Los funcionarios del Gobierno la denunciaron y las amenazas a través de las redes sociales no tardaron en aparecer. Hoy vive con su marido en Nuremberg, desde donde consiguió una plaza para Tokio 2020.

Después de haber vencido a la campeona olímpica Jade Jones, Alizadeh se quedó el pasado domingo a las puertas de la medalla de bronze en la categoría de -57kg frente a la turca Hatice Kübra Ä°lgün. Dina Pouryounes Langeroudi, nacida en Irán y Abdullah Sediqi, nacido en Afganistán, también competían en Taekwondo.

En 2014, Cyrille Tchatchet II se planteó acabar con su vida. Semanas después de conseguir quinto puesto en levantamiento de pesas de 85 kg en los Juegos de la Commonwealth en Glasgow, el joven, nativo de Camerún, se encontraba sin dinero, hambriento y desamparado en Brighton.

Después de terminar la competición en Glasgow, el entonces joven de 19 años huyó del campamento del equipo porque no se veía capaz de regresar a su tierra natal por razones que aún no puede discutir. Vivía solo en las calles y no tenía forma de mantenerse a sí mismo.

Tchatchet acabó detenido y trasladado a un centro de deportación de inmigrantes en Dover. Temía que se acercara la deportación, pero finalmente fue realojado en Birmingham.

Con la ayuda de antidepresivos y de mucho deporte, no tardó en volver a competir en campeonatos regionales británicos. “El simple hecho de entrenar me permitió dejar de pensar, básicamente”. Después de convertirse en campeón británico de 94 kg y 96 kg con una serie de récords nacionales, el Comité Olímpico Internacional lo recompensó con la Beca de Atleta Refugiado. Tchatchet competirá éste sábado.

Aker Al Obaidi, iraquí, empezó a luchar a los seis años. Por aquel entonces, no tenía idea de que el deporte le iba a dar el pase a su nueva vida. Obaidi tenía un gran potencial y se divertía luchando. Empezó a ganar torneos juveniles y a atraer la atención de otros países que querían reclutarlo. Pero cuando cumplió 14 años, la diversión se detuvo. El autodenominado Estado Islámico se apoderó de su ciudad natal, Mosul, y empezó a reclutar a niños de su edad. Aker huyó del país. “Fue una experiencia muy aterradora. No sabía a dónde iba o dónde terminaría. Estaba separado de mi familia y solo seguía a un grupo de gente”. 

Obaidi terminó en Austria, donde se le concedió asilo. Allí, volvió al ring, entrenando en sus ratos libres, cuando no trabajaba como pintor. Después de dos años, Benedikt “Mo” Ernst lo convenció para que se mudara a Inzing, una pequeña ciudad en las montañas, para entrenarlo allí. Ernst le consiguió un apartamento y rápidamente pudo empezar a luchar en clubes locales.

El Equipo de Atletas Refugiados lo cierra Saeid Fazloula, refugiado iraní, que competirá el próximo lunes en la categoría K-1 de piragüismo.