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Anguiano, 1891: “Danzando sobre zancos”

Rioja2

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Contaba el año 1891 cuando Juan Ibáñez se desperezaba un 21 de julio en tierras zárreas. Había llegado su gran día, el momento de su estreno. Durante mucho tiempo familiares y amigos le habían hablado de cómo sería este mágico momento que permanecería en su memoria hasta el fin de los tiempos.

Más de tres siglos, según el primer testimonio escrito, se había estado realizando, pero Juan sabía que esta tradición era mucho más antigua. Sabía que por su sangre corría, desde tiempos inmemoriales, la pasión que trasmitiría a sus descendientes de ser Danzador de Anguiano.

Durante toda la mañana recordó las recomendaciones de sus mayores: cabeza alta, cuerpo erguido y mirar a un punto fijo, la ventana de la casa que se alzaba frente a la cuesta de los danzadores.

A medida que pasaban las horas y el momento del pasacalles llegaba, Juan se iba poniendo cada vez más nervioso. Llegadas las cinco de la tarde comenzó su preparación: camisa blanca, pantalones azules de su padre, faja con flecos en los extremos, medias blancas y alpargatas con el talón abierto. Listo para recorrer el pueblo al son de las primeras notas de la danza.

Reunido en la plaza mayor con sus siete compañeros, la comitiva comenzó el paseillo mientras por la cabeza de nuestro amigo pasaban las diversas leyendas sobre el origen de la danza.

Corre el rumor de que los primeros textos escritos en los que se hace referencia a la danza datan de 1603, aunque existen 200 años de textos desaparecidos, anegados por las llamas de los bárbaros. Tres años antes de que danzase Juan, en 1888, comenzaron de nuevo a verse referencias en los libros del Ayuntamiento.

Muchas y muy variadas son las leyendas que corren sobre el origen de esta danza. La anécdota que cuenta que se trata de un rito celta que da gracias al sol por el calor del verano que hace que las cosechas sean abundantes, es quizás la más conocido. La explicación que se da para justificar esta teoría es que la falda de los danzadores, al abrirse, simula al astro rey, rindiéndole homenaje de esta singular forma.

Otra teoría cuenta que se trata de un rito de iniciación a la edad adulta y que, desde tiempo remotos, los jóvenes debían pasar por esta danza cuando hubiesen alcanzado la madurez. Una especie de “puesta de largo” de los jóvenes varones.

Sobre realizar el baile sobre zancos se cuenta, se dice, que es porque los pastores se calzaban una especie de zancos que los elevaban sobre el terreno y que, de esta forma, eran capaces de ver mejor al ganado.

Finalmente, y quizás lo más acertado, es que se trate de un baile en honor a la santa del pueblo, a María Magdalena, para darle gracias, honrarla y pedir por el cuidado de todos los habitantes del pueblo. Esta es la razón por la que en determinados acontecimientos del año, como la bajada o la subida de la imagen de la santa a la Ermita, los jóvenes danzadores se vistan con sus mejores galas, para estar guapos ante la santa.

Todas estas elucubraciones poblaban la cabeza de Juan, sin darse cuenta de que llegaba la hora de calzarse los zancos. Con la ropa bajo el brazo, emprendió la subida de la cuesta que minutos después bajaría danzando. Los familiares se empezaron a reunir a ambos lados de la calle para contemplar el espectáculo y cuidar de la seguridad de los suyos.

Una vez llegados a la plaza de la iglesia de San Andrés, su padre se acercó y comenzó el ritual de preparación. Sentado en la muralla, Juan se calzó el zanco de 30 centímetros de altura. Con tiento y mimo su padre se lo aseguró fuertemente a la rodilla con la cuerda , colocando la pierna entre las dos espigas y amortiguando la presión con una almohadilla de color blanco.

Ya de pie y sin dejar de moverse ni un segundo, intentando mantener el equilibrio, Juan se vistió la tradicional la saya, la falda de tonos amarillos-anaranjados y un chaleco con cintas de colores que terminaba de componer el atuendo. Las castañuelas, fabricadas por un amigo de la familia era el último componente que quedaba por colocar.

Una vez reunidos y vestidos los ocho jóvenes, escucharon con el corazón encogido las palabras que el cachiberrio, director y guía de los danzadores, le dedicaba cada año a Santa María Magdalena, patrona del pueblo de Anguiano.

Tras realizar un pequeño baile en la “obra”, la plaza que da salida a la iglesia, uno a uno fueron preparándose para comenzar la bajada de las escaleras que les separan de la cuesta. Las primeras notas comienzan a sonar, allá va Juan, el primero de los ocho en comenzar el descenso.

Una vez superada la primera prueba se preparan para el gran reto, descender girando en sentido contrario a las agujas del reloj, los metros que les separan de la plaza del Ayuntamiento. Un tramo conocido como “La cuesta de los danzadores” y que se distingue del resto de calles del pueblo por estar empedrada de una forma exclusiva y singular, con adoquines de distintos tamaños y formas, que propician la bajada de la cuesta con los zancos.

Un escalofrío recorre la espalda de Juan. Una, dos, y tres. Cabeza alta, cuerpo erguido.

Comienza el descenso a la vez que hace tañer las castañuelas y sigue de lejos el ritmo de la música. Desde abajo, en la plaza, su familia sigue sus movimientos, esperando que llegue para recibirle como si fuesen un colchón humano.

Ya está, Juan acaba de bajar por primera vez aquella cuesta que sus antepasados bajaron del mismo modo hace más de 200 años.

Una vez retirados los zancos, los ocho jóvenes realizan una serie de bailes, conocidos como troqueaos, en los que, al son de melodías populares, se llevan a cabo una serie de movimientos y danzas acompañados de unos palos de madera cuyo sonido contrasta con el suave tañer de dulzainas y tamboriles.

117 años después, un 21 de julio de 2008, ocho jóvenes descendientes de los valientes de antaño, se emocionan al saber que les toca a ellos vivir la experiencia de lanzarse vertiginosamente, calzados con zancos de 50 centímetros de altura, por la empedrada cuesta.

Muy pocos son los cambios que esta tradición ancestral ha sufrido durante estos siglos de historia. Si tuviesemos que enumerar las diferencias destacaríamos la altura de los zancos, que pasó de medir 30 centímetros a alcanzar el medio metro; además de la reciente creación de una escuela de danza que da ciertas pautas a los danzantes para que ejecuten de forma brillante la danza milenaria.

Tres son los días en los que vecinos y visitantes podrán contemplar este singular espectáculo, comenzando el lunes, 21 de julio a las 20:00 horas, continuando el 22 a las 14:00 y a las 20:00 horas y finalizando el día 23, a las 14:00 y a las 20:00, con el debut de varios jóvenes danzantes que se calzarán los zancos y repetirán el ritual que en su día hizo Juan.