Mientras que millones de musulmanes de todo el mundo terminaban ayer sus 28 días de ayuno diurno con la visión de la ‘hilal’ que marca el nacimiento de la nueva luna, muchos de los fieles residentes en países africanos y europeos comenzarán la fiesta del fin del ayuno (‘Id al-Fitr) hoy.
En esta fiesta islámica, similar al día de Navidad para los cristianos, la familia se reúne para comer en comunidad y se intercambian regalos. Cada responsable de familia está obligado a hacer un donativo, en forma de alimentos, proporcional al número de personas que la compongan (‘sadaqa al-Fitr’), que suele equivaler a unos 5-7 euros por miembro. Es tradición, así pues, llevar estos alimentos a la mezquita antes de la oración principal, como agradecimiento por la vida y la existencia, para que éstos sean distribuidos entre las personas más necesitados.
Millones de musulmanes se preparan, ahora que ya ha terminado el Ramadán, para su peregrinación a La Meca, uno de los mandamientos obligatorios para todo musulmán, que debe realizar si su salud y economía se lo permite.
El fin del ayuno es acogido por todos los fieles con mucha alegría. Sin embargo, los musulmanes no han podido disfrutar de un mes tranquilo: terrorismo, violación de derechos humanos, explotación, crisis… El balance no es muy positivo.
El mes de agosto han persistido las noticias referentes a las fronteras de la UE en la costa mediterránea, donde centenas inmigrantes irregulares procedentes de países musulmanes perdían la vida. Otros llegaban a territorio europeo en pésimas condiciones de salud. Tampoco han cesado, las ONGs pro derechos del inmigrante, de denunciar las insalubres condiciones en que se encuentran los retenidos en muchos centros de detención europeos, antes de ser deportados, que ya hay quien se atreve a denominarlos “cárceles para inmigrantes”. Ni han caído las críticas a las políticas de inmigración (sobre todo la famosa ‘ley del retorno’ de inmigrantes irregulares), que muchos consideran un atentado contra los derechos humanos del inmigrante.
Fuera de nuestras fronteras, llegan las noticias de ataques terroristas, conflictos armados y muertes en países musulmanes (como Argelia, Pakistán e Irán), eso sí, sensiblemente menores a los de meses y años precedentes, quizás justificado por los mejores dispositivos de seguridad.
Podemos añadir la crisis económica a toda esta mezcla, resultado de una receta de ‘un producto ya podrido e indigesto’ para todos, religiosos o no.