En mi memoria, las imágenes de Ordoyo se remontan a la niñez, recuerdo durante las vacaciones de verano en Villarroya, bajar a cazar pajarillos o ranas en las charcas habituales en estos parajes debido a la mayor generosidad entonces de las lluvias. Todavía no nos había seducido Félix Rodríguez de la Fuente con la belleza y pasión de sus programas, que suscitaron fascinación y conciencia medioambiental en muchos españoles, entre los que me incluyo, nos mostraron la necesidad de conservar y proteger también estos espacios naturales considerados menores, así como a sus moradores.
También allí, en Ordoyo, en mi juventud y como conservacionista convencido, presencié escenas de naturaleza propias de alguno de los capítulos de la serie El hombre y la tierra como: la destreza y poderío del águila real marcando territorio; las reacciones desvividas de la corza atenta en la custodia y defensa de su corcino; o en el gélido anochecer de comienzos de enero la llamada en celo, que apabullaba, del búho real.
Y comenzaba a pintar ya algunas canas cuando conversaba, junto a la balsa de Ordoyo, con uno de los mejores “Pastores de paisajes” que conozco, aparte de amigo, sobre las transformaciones que habían sufrido, para bien y para mal, los paisajes de este espacio tan particular: fue en primer lugar la plantación de cerca de 100 hectáreas de viñedo en las faldas sur de la Sierra de Gatún, que descendían hasta llegar al fondo del Valle de Ordoyo y regadas por goteo desde la balsa generada para tal fin con una presa de tierra bien integrada en la llanada y que remansa las aguas de lluvia y las procedentes de un pozo perforado para la captación de agua subterránea que es impulsada por la energía procedente por las placas solares integradas en el propio viñedo. Siguió luego la instalación de más de un centenar de aerogeneradores, primero en las alturas de Yerga para seguir por las lomas romas de Gatún, gigantes tribraquiales que parece competirían bien, en maldades, con aquellos a los que se enfrentaba en “desigual batalla” el Ingenioso Hidalgo Don Quijote por tierras manchegas. Concluíamos en nuestra conversación que en Ordoyo ya no se escuchaba el silencio.
En el verano del 2021 recorríamos un paisaje enlutado a los pocos días de dar por sofocado un virulento incendio, iniciado en un área de recreo de la ladera norte de la Sierra Gatún y que, dada su voracidad, abraso también amplias terrenos por los cogotes y las laderas sur de la misma y ya, con menor ansiedad, pequeños tramos de Ordoyo. En tránsito por lo que fueron los últimos dominios del fuego, próximas, descubrimos las incipientes plantaciones de lavanda, no fui entonces muy consciente de lo que podían suponer en Ordoyo estos cultivos, un paisaje ya de fuerte humanización y unida a su valiosa naturaleza acompañada de una rica biodiversidad. Era sin duda una apuesta innovadora en la comarca, y me atrevería a decir que en La Rioja, y si además valoraba las condiciones minerales de los suelos, la altitud del territorio, condiciones climáticas donde la lavanda (Lavándula angustifolia) crece de forma natural, todo ello me invitaba a creer que estas plantaciones tenían la posibilidad de consolidarse como otro cultivo alternativo que enriquecería el mosaico agrícola de Ordoyo, dibujado con teselas de viñedo, cereal y lavandas.
La desolación que ocasiono en el ánimo el paisaje quemado, que se tornó a esperanza con el encuentro de las plantaciones de aromáticas donde todavía se advertía cercano en el tiempo el paso de las llamas, ha resultado estimulante al recorrer de nuevo este espacio dos años después, a mediados del endiablado mes de julio de 2023, y quedarse prendado por las nuevas sensaciones que los campos de lavanda regalaban: la intensidad cromática de las 20 hectáreas en plena floración camelaban impúdicas las retinas, resultaba imposible evitar que la vista cabalgase a pelo, que saltase los ringles alineados y, trepidante, corriese entre el desfile ordenado de canteros amoratados, que frenara excitada ante la amabilidad del muro calizo de la Pellejera para volver de nuevo a la carrera, ahora cuesta abajo hacia la Ermita de Ordoyo. Por la envolvente intensidad de la fragancia, aunque sutil, que enervaba la pituitaria y en respiraciones profundas, sumían el ánimo en un estado de relajada quietud, que si frotabas con amabilidad entre las manos varias espigas florales de lavanda y las acercabas a la nariz una frescura de hábil penetración remozaba el tracto respiratorio hasta recalar en los bronquiolos, se ampliaba la capacidad respiratoria; o escuchar los sonidos propios de las horas primeras o finales de una jornada de mediados de julio: no faltará la sinfonía apasionada… crue, crue, crue… cuik-cuik-cuik… crue, crue… cuik-cuik… crue, crue, crue… de los abejarucos que comienzan ya, adultos y pollos, a reservar nutrientes para afrontar con éxito su próximo viaje migratorio, que encuentran un goloso festín en planeados vuelos rasantes sobre los sonoros campos de lavanda; a ellos se unirán los cantos reiterados de cogujadas, alondras y totovías en altos vuelos suspendidos. Pueden sorprender también los aparentes ladridos acompañados de las alocadas carreras persecutorias de la etapa final de los escarceos amorosos de los corzos… y este sinfín de sonidos interpretan sus partituras orquestados con el persistente murmullo alado de millones de abejas que liban con ansiedad el néctar caprichoso de las flores de lavanda, me contaba un apicultor de la comarca que “las flores de espliego -así llaman a las lavandas- son de susto fácil, basta una tormenta o cierzo fuerte, para malograr el néctar”… Una y otra vez torna la mirada, encandilada a plena luz del día, a las plantaciones por el fulgor morado de las cuantiosas ringleras, con cientos de borlas de lavanda encaradas contra la gravedad, hileras que se pierden a la fuga en la confluencia de las mismas o en el cruce con otra plantación que discurría ceñida al terreno en otra dirección… No te cansas de mirar,… oler,… escuchar,… de volver a mirar.
Ahora solo le queda a este apasionado de los paisajes de Ordoyo imaginar con que le sorprenderán este mes de Julio de 2024: de momento he recibido noticias de que las extensas laderas de viñedo de Bodegas Campo Viejo, que trepan hacia Gatún en permanente reinvención, verán enriquecida su variedad enológica y cromática en primavera y otoño con nuevas cepas de uva blanca, que se unirán a las ya enraizadas de tempranillo y en menor proporción de maturana. Quiero pensar también que Chema y Enrique, tal como vistieron de flor las plantaciones, quedasen contentos de la cantidad y calidad de los aceites de lavanda acarreados en la 1ª cosecha reseñable, la del 2023, y hayan decidido proseguir con la plantación de nuevas hectáreas de aromáticas, lo costeros que se presentan los terrenos confieren a estos cultivos de lavanda una particular vistosidad que los diferencian de los que encontramos en llanura…
Y puestos a imaginar, me resulta fácil acercarme durante el ocaso de una calurosa tarde, ya del mes de Julio de 2025, pues este año será ya imposible, junto a los muros de Iglesia de San Miguel, del ya desaparecido poblado de Ordoyo, mientras disfrutamos de los genuinos cavas “Dioro Baco” o “Baile de brindis” de Grávalos, de los afrutados, frescos y envolventes blancos de Bodegas Campo Viejo, del blanco pegado a la tierra, misterioso, elaborado por Ana Pérez Velilla en la recién nacida Bodega Vinos y Viñedos de Villarroya o la agradable acidez en boca del tempranillo blanco de la pequeña Bodega de Roberto Herce de Quel, acompañados por las viandas preparadas para el evento por el Bar Matías de Grávalos… Y para alcanzar la sublimación de las sensaciones, escuchar los ritmos propios del jazz, en un concierto donde las improvisaciones de sus intérpretes nos garantizan en este entorno, con el violáceo de las lavandas de fondo… el paraíso. O como no sentir la tentación de imaginar otro evento en alguno de los altozanos enfrentados a los impresionistas viñedos de Ordoyo, a mediados de octubre, pasadas las vendimias, donde una jugosa tabla de embutidos del Ismael de Muro de Aguas y quesos de la comarca preparan una apetecible cama para la cata templada de algunos crianzas o de atrevidos tintos jóvenes de las bodegas arriba referidas, mientras se procede a la lectura de varios relatos cortos seleccionados para el momento y el lugar… y dulcificar el final de la tarde con el buen hacer de la chocolatería Peñaquel, adivinas de dónde es… Crees que será mucho imaginar.
Busca donde está Ordoyo, cómo llegar y acércate ahora a este desconocido tesoro paisajístico de la Rioja Baja, es uno de sus momentos de gala. No te defraudará.