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Y los piquetes tomaron café en el bar de la estación

Rioja2

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Jaime quería ir a Santo Domingo de la Calzada. Llegó a media mañana del miércoles a la estación de autobuses de Logroño mochila al hombro y compró el billete. Ningún problema para la transacción económica en taquilla, todas estaban abiertas, con sus empleados tras el mostrador aguantando una mañana menos habitual de lo normal, pero aún así rutinaria y tranquila. De todas formas, Jaime no estaba lo que se dice tranquilo, y no porque su autobús no fuera a salir de los andenes, sino porque ni siquiera se encontraba en ellos. Los sindicatos habían encontrado el Talón de Aquiles del transporte riojano y, simulando a Paris, clavaron justo ahí la lanza en forma de piquete. Ese Talón se llama Autobuses Jiménez, responsable de casi todo el servicio regional, que no ha podido cumplir sus servicios mínimos pactados en la huelga por imposición sindical, ya que sus vehículos no pudieron atravesar la frontera generada frente a sus cocheras del Polígono La Portalada.

“Tendrían que ir siete furgones de la policía para allí y verás qué rápido salían los autobuses”, Jaime se queja de la aparente pasividad policial, “se quedan mirando, pero no hacen nada”, la estación está protegida por su propia seguridad privada y por un par de policías cuyo coche está aparcado en la zona de autobuses, “les he preguntado y me dicen que no pueden hacer nada”, Jaime dice que tiene manera de ir a Santo Domingo y que, de todas maneras, otro autobús sale seguro a las siete de la tarde. Aún así se va indignado de allí, mochila al hombro.

Jon Gorrochategui, gerente de la estación de autobuses, ha estado explicando la situación a Jaime. Y también al equipo de Rioja2 trasladado hasta allí para comprobar los efectos de la huelga general en el sector transportes. La regla de tres es simple, si falla Autobuses Jiménez, “falla casi el 80% del servicio”. Jon comenta como la flota de Jiménez abarca desde transporte de empresa hasta escolar, pasando por la unión de la capital riojana con las principales cabeceras de comarca, y con capitales provinciales como Burgos o Zaragoza.

“Por lo demás todo ha funcionado con normalidad, empresas como PLM o Yanguas, con menos flota de vehículos, han cumplido los servicios mínimos”. Jon lleva mucho tiempo como gerente en la estación de autobuses y tiene en su haber “dos huelgas generales y una del sector”, lo que le da pie a cierto racionamiento empírico, “las otras veces, a partir del mediodía, todo volvió a la normalidad”, nada hace pensar que fuera a suceder algo distinto.

También es curioso que una huelga general pueda llegar a generar más trabajo. No es curioso por el hecho de que sea una de sus reivindicaciones, generar más trabajo o, por lo menos, hacer del poco trabajo que haya una cosa más digna. Es curioso por unas palabras que Jon ha dicho en referencia a la posibilidad de que los piquetes, coreando eslóganes ante los comercios en la vecina San Antón, pudieran aterrizar en el vestíbulo de la estación, “vendrán, pondrán pegatinas y dejarán todo el suelo lleno de panfletos, al final más trabajo para las chicas del servicio de limpieza”.

Los piquetes, de todas maneras, sí han aparecido por la estación. Muy de madrugada. Jon ya estaba ahí. Han pegado unas cuantas pegatinas, han lanzado unas cuantas octavillas y, como el frío apretaba más que la reivindicación, han aprovechado que la cafetería de la estación no estaba de huelga “para entrar en calor”. Ni tan mal les ha venido, el ayuno siempre se predica mejor tras el almuerzo.

Dejando de lado la estación de autobuses, comprobamos que otros servicios de transporte resultan más paralizados. En la estación de tren unos carteles colocados sobre las taquillas abiertas al público, con dos empleados pocos dados a hablar a su atención, avisaban de que en el día no iba a circular tren alguno. En el vestíbulo de la estación provisional de tren no había nadie, el posible viajero hubiera dudado incluso de abrir la puerta de no ser porque algo de luz brillaba en el interior. Los empleados de taquilla me dicen que no salen trenes. Lo sé porque lo he leído, pero ante la insistencia de preguntar si ha habido alguna coacción durante la jornada sólo encuentro silencio por respuesta. Un silencio del que no quiere líos, un silencio justo y comprensible, que incluso se manifiesta cuando pregunto si, por lo menos, tienen servicio de venta.

Un viajero entra y pregunta si hay trenes, y le dicen que no, se va y salgo con él por la puerta. Por las calles es difícil ver autobuses de línea, porque los servicios mínimos los han convertido en autobús de línea. Un vehículo por trayecto y la gente, preparada, ni siquiera hace bulto en paradas que no sean centrales, como Labrador o Banco de España. Ya saben lo que les toca para desplazarse de un sitio a otro en este día de huelga. Esperar un tiempo, quizá para algunos hasta mañana o, por el contrario, seguir caminando. De todas maneras, más tarde o más temprano, al final todo pasa.