El lanzamiento de mis vecinos
El diccionario de la RAE recoge como quinto significado de la palabra ‘lanzamiento’ el “despojo de una posesión o tenencia por fuerza judicial”. Una acepción jurídica que desconocía pero cuya realidad práctica se materializó hace unos días en el rellano de mi escalera cuando las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado echaron abajo la puerta de mis vecinos, ante la mirada impertérrita de unos señores cuya función, supongo, era asegurar el cumplimiento de la ley. Una legalidad que generó un ruido ensordecedor en todo el edificio, previamente rodeado por efectivos de antidisturbios que controlaron los accesos y las salidas e impidieron el paso de los viandantes en una manzana a la redonda.
Los vecinos del piso objeto de la operación policial llevaban años formando parte de mi vida cotidiana. Con el mayor de los niños solía coincidir muchas mañanas al salir de casa y, sin embargo, cuando un día nos cruzamos por la calle y se paró en medio de la acera para saludarme, yo me quedé mirándole sin caer en la cuenta de quién era. “Soy el vecino”, me dijo, con esa mirada seria pero cercana con la que solía darme los buenos días y con la que un día en el ascensor me preguntó a dónde iba yo después de contarme que él tenía que ir al colegio. Con su padre, en cambio, solía encontrarme al volver del trabajo o al bajar a tirar la basura por la noche, y siempre me esperaba en el ascensor cuando me veía abriendo la puerta del portal. Mientras subíamos juntos me preguntaba qué tal el día y al llegar a nuestra planta me decía que descansara y se despedía dándome las buenas noches. Su presencia se había convertido en una rutina cálida y familiar que me hacía sentir un poco menos solo en una ciudad en la que las relaciones con los vecinos suelen ser más bien distantes.
No hemos podido despedirnos en persona. Mientras la policía intentaba tirar abajo la puerta de su casa, yo salía de la mía con prisa para ir al aeropuerto. Al abrir la puerta y aparecer en el rellano con mi maleta la comisión judicial me miró como si fuera una interrupción molesta e inoportuna en la ejecución del lanzamiento que les había sido encomendado. Sin mediar explicación alguna, me indicaron que cogiera el ascensor y bajara. Cuando llegué a la planta baja y las puertas se abrieron, me quedé unos segundos dentro del ascensor con la mirada perdida. “¿Está usted bien?”, me preguntaron los policías que custodiaban el portal. No supe qué decir. Cogí la maleta y me fui.
Al volver a casa varios días después descubrí una pegatina blanca en mi mirilla, que el día del lanzamiento me había pasado desapercibida, pero que me hubiera impedido ver desde dentro lo que ocurría en el rellano. Mientras quitaba la pegatina, rascando con la uña porque no se iba fácilmente, me pregunté si formaría parte también de un procedimiento establecido para el correcto cumplimiento de la ley. Y pensé que al menos tenía que contar lo que yo había presenciado. Por mis vecinos, y para que todas las administraciones se tomen en serio el problema de la vivienda.
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