El pueblo saharaui lucha por la autodeterminación en el Sáhara Occidental debido a la ocupación de Marruecos. Sin embargo, esa misma bandera empieza a ondear entre las saharauis en los campamentos de las personas refugiadas en Tinduf, Argelia.
El domingo 27 de febrero, la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) celebró sus 35 años de existencia con una fuerte presencia femenina. Mientras los hombres peleaban en la guerra con Marruecos en los años 70 y 80, las saharauis organizaban la retaguardia y luego los campamentos de personas refugiadas.
Desde entonces el pueblo saharaui lucha por recuperar su patria, el Sáhara Occidental, en poder de Marruecos, que lo considera parte de su territorio. La Organización de las Naciones Unidas intenta conseguir un acuerdo entre las dos partes y que se lleve a cabo un referéndum de autodeterminación , pero los marroquíes se niegan. Las negociaciones están en un punto muerto, y se teme, ante la avalancha de cambios en el mundo árabe, que el pueblo saharaui decida de nuevo el camino de las armas.
En este momento tan crítico, el papel de las saharauis será fundamental así como en el pasado cuando construyeron las casas, las escuelas, los dispensarios y asumieron la distribución de la ayuda humanitaria; además del cuidado de la familia. La agenda de trabajo no ha cambiado mucho, aunque algunas comienzan a valorar la importancia de ser mayoría en política.
La más entusiasta es Fatma Mehdi, secretaria general de la Unión Nacional de Mujeres Saharaui (UMS). “Tenemos a finales del año el Congreso del Frente Polisario, y nos interesa estar en las elecciones”, confiesa Fatma. “Y el año que viene son las elecciones del Parlamento y las municipales”. Sin embargo es la primera en aceptar que el principal obstáculo para conseguir la participación política son las mismas compañeras: “son muy tímidas, y no se atreven a ser políticas; por eso queremos la formación política”.
En esa línea se apunta también Mariam Salec Hmaula, ministra de Educación, quien piensa que sin preparar a las mujeres no se puede hablar de igualdad de género: “una mujer preparada puede ser independiente”. ¿Y política?
Actualmente, el gobierno del Frente Polisario tiene 23 altos cargos y solo tres son mujeres: Educación, Cultura y la Secretaría de Estado de Asuntos Sociales y Promoción de la Mujer. En el Parlamento hay 19 mujeres de 51 políticos. Y ninguna gobernadora, de cuatro que existen. Números que no representan a la mayoría que conforman la población votante, donde el 70 por ciento son mujeres.
“Las mujeres tienen problemas de autoestima, le temen al fracaso. A diario los hombres fracasan, y nadie les dice nada”, exclama Mariam y explica la percepción de las saharauis en el campo político: “ellas creen que no pueden hacerlo, por tanto otras tampoco. Entonces no votan por las mujeres, cuando el trabajo en los campamentos lo hacen las mujeres. Son maestras, enfermeras y llevan todo en las dairas, donde un hombre es el alcalde y todo el concejo mujeres”.
Tampoco les gusta tener mala fama con el dinero. Salec Abda, encargado de la oficina de microcréditos en el Aaiún (una provincia de los campamentos), asegura que a las saharauis no les gusta que les llamen morosas, por tanto pagan puntal. Algo difícil en los campamentos, donde la circulación del dinero es poca ante la falta de empleo y la dependencia de la ayuda humanitaria. Ellas invierten en centros de belleza, talleres de costuras, en huertos familiares o en actividades ganaderas, comprando dromedarios, cabras o corderos.
Piezas clave
De la precaria economía que enfrentan sabe mucho Fatma Bol-la, directora de la Escuela 27 de Febrero, parte del campamento con este mismo nombre, donde se alberga el dispensario, la cooperativa, el museo, la escuela de cine, los talleres de costuras y el centro de minusválidos. Su rostro encierra la preocupación de ser refugiada, “sin apoyo, las mujeres crean productos y no tienen donde venderlos”. Pero el optimismo jamás lo pierden, de ahí el nombre de la tienda: “El Futuro”.
Tres mujeres son las encargadas del negocio. Una prepara el té y lo ofrece a la escasa clientela como signo de hospitalidad, y las otras muestran los bolsos, los porta teléfonos, las alfombras, al mismo tiempo que atienden a sus hijos e hijas pequeñas que llegan por comida. Es la hora del almuerzo.
Saula Córdova, de la ONG Mundubat, es consciente de la importancia de cada alimento que llegará a las cerca de 200 mil personas en los campamentos de refugiadas/os, durante los siguientes seis meses. Trabaja con el equipo que distribuye productos frescos. En agosto, por el Ramadán, también se repartirán dátiles, carne de camello y centeno. Por décadas, las mujeres han sido la pieza clave en la distribución de la ayuda humanitaria. Así lo reconoce Buhubeini Yahya, presidente de la Media Luna Roja Saharaui, “las que reciben la ayuda son las madres de familia. Los jefes de familia son mujeres. Es excepcional en el mundo musulmán”. Aunque esto es cierto en el sistema de reparto, en el núcleo de los diferentes hogares la última palabra siempre la tienen los hombres. La máxima autoridad es el padre, y al faltar este asume el hermano mayor.
A pesar de todo, las saharauis destacan por su soltura y seguridad a la hora de defender el derecho a la independencia de su patria en el Sáhara Occidental, ocupada por Marruecos desde 1975, y encontrar soluciones a los problemas de vivir como refugiadas en el desierto de Tinduf, famoso por ser inhóspito y el hogar de las culebras más venenosas que pueden existir en el mundo. En ese ambiente hostil se ha terminado de fraguar el temple de la mujer saharaui.
“Soy saharaui, me llamo Zahra”, dice la joven delgada, de piel morena y ojos oscuros. Con voz segura y mirada sagaz, ella acaba de explicarle al funcionario de migración argelino mi destino. Trabaja de enfermera en Madrid, España, y hacia cuatro años que no venía a los campamentos. Le da rabia ver las condiciones marginales en que vive su pueblo, su familia y por si alguien lo duda, sostiene con dignidad que “no vamos a desaparecer”.
En la sede de la Unión Nacional de Mujeres Saharaui, hay una frase pintada en una pared que difícilmente pasa desapercibida: “Por un Sáhara con mujeres libres”. La doble lucha que enfrentan es evidente. Para Fatma Mehdi, las saharauis viven una situación excepcional y su gran aspiración es ser mujeres trabajadoras en situación normal. Van a contracorriente. Por ejemplo, no tienen a estas alturas de la historia ninguna mujer experta en formulación de proyectos. “Necesitamos aprender”, confiesa, mientras apunta en la agenda que sostiene su mano izquierda otro punto a discutir en abril próximo cuando celebren el Congreso de Mujeres Saharauis.