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Sotés, las ventajas de un pueblo pequeño, cerca de Logroño

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“La vida en Sotés es la típica de cualquier pueblo de La Rioja”, dice su alcalde Antonio Rodríguez Alonso. Somos un pueblo pequeño, explica, con la ventaja de que solo estamos a 16 kilómetros de Logroño y “hay muchos hijos del pueblo que se han subido a vivir al pueblo por lo que también hay mucha actividad”.

Un pueblo, que aunque carece de tienda física, cada día se acercan hasta la localidad unas furgonetas que hacen las veces de pescadería, frutería, carnicería...tenemos todos los servicios, el médico viene todos los días a pasar consulta y tres casas rurales que, cada fin de semana, cuelgan el cartel de completo”. Quizás, lamenta el edil, “solo nos faltaría una pequeña tienda de ultramarinos pero, al estar tan cerca de Logroño, si necesitamos cualquier cosa, en menos de 20 minutos estamos en Logroño”.

Los servicios están cubiertos y las cuentas del Ayuntamiento saneadas. Y es que la llegada de la planta de gas al municipio fue “la salvación”. Antonio Rodríguez Alonso llegó a la Alcaldía de Sotés en 2015, cuando la planta ya estaba funcionando. “Fue una inyección económica muy importante porque, antes la situación era bastante agobiante”.

Los beneficios económicos, explica, son para todos porque con la nueva Ley de Hidrocarburos, el 1% de la producción va a ser para los propietarios colindantes al yacimiento. Es decir, matiza, en un radio de 1,5 kilómetros, los dueños de los terrenos van a recibir un 1% de la producción, cantidad que dependerá de los metros cuadrados que tenga cada uno.

Pero además, “hay un 4% que será para el Ayuntamiento de Sotés y para la Comunidad Autónoma”. Este 4% “aún no está estipulado cuánto será para el Consistorio y cuánto para la Comunidad pero lo que sí tenemos claro es que será una fuente de ingresos extra e importante con la que poder seguir haciendo cosas en el pueblo”.

El presupuesto de Sotés ronda los 400.000 euros. Un presupuesto ajustado con el que mantener el pueblo y acometer obras, “como la reparación del frontón”. Quizás haya sido la obra más importante, dice. Y es que se ha cubierto para que los chavales del pueblo puedan jugar allí durante el invierno. “Como frontón se queda pequeño pero está pensado más bien como un sitio de ocio para los chavales, sobre todo durante las duras tardes de invierno,”. Está en el centro del pueblo, es un lugar muy utilizado por chavales y había que tenerlo en condiciones, sentencia.

También la iglesia del pueblo se ha reformado. Mejoras para las que se ha contado con la colaboración del Gobierno de La Rioja y las aportaciones voluntarias de los propios vecinos. En total, calcula, en la iglesia se han invertido unos 80.000 euros en la recuperación de las pinturas y las capillas. El suelo, “se ha cambiado con los donativos y aportaciones de la gente del pueblo”.

Porque los soteños, asevera su alcalde, es gente que responde. Tal es así que, gracias a la colaboración de los vecinos, se están recuperando tradiciones como la Quema de Judas o la Fiesta de Santa Águeda, en febrero. “Aquí colabora todo el mundo, cuando el Ayuntamiento propone alguna actividad la respuesta es excelente, tanto por parte de los jóvenes como por parte de los mayores”.

La última semana de julio, “tenemos una Semana Cultural muy importante con importante programa de actividades sin olvidarnos de la fiestas del pueblo, San Juan en junio y San Martín el 11 de noviembre”.

Muchos atractivos que están calando entre los jóvenes que han elegido Sotés como lugar de residencia. Y es que explica, las parejas jóvenes tienen muchas ventajas. Al margen de que la vivienda es mucho más barata, los que tienen crios pequeños cuentan con un autobús que los desplaza hasta el colegio de Navarrete a las 9 de la mañana y los traen de regreso al pueblo por la tarde. Comen en el comedor, y al ser estudiantes desplazados, este es gratis. Lo mismo ocurre con los que van al instituto, un autobús lo recoge en el pueblo y los lleva hasta Fuenmayor.

En definitiva, concluye Rodriguez, Sotés cuenta con todas las ventajas y la tranquilidad de vivir en un pueblo pequeño sin renunciar a la capital de la que tan solo le separan algo más de 10 minutos.