En la habitación hay dos camas perfectamente hechas. Una de ellas está coronada por una colección de animalitos en miniatura. Sobre el aparador, botes de cremas, productos de belleza y un meticuloso orden. Enfrente, una pequeña mesa de estudio con cuentos y dibujos. Es el nuevo hogar de Cristina y su hijo, las cuatro paredes que les han devuelto a ambos la oportunidad de volver a empezar y mirar hacia un futuro mejor.
Está nerviosa y sostiene un pañuelo en la mano con el que a lo largo de la conversación se secará las lágrimas un par de veces. Dirige su mirada a la ventana y al suelo, alternativamente, le cuesta todavía mirar a los ojos. Está empezando de nuevo a confiar. Poco a poco. “Es difícil recordar todo lo que ha pasado”, dice a media voz. Aun así decide hacerlo porque sabe que contar su historia puede ayudar a otras.
Cristina es una de las mujeres que viven en los pisos de acogida para mujeres víctimas del Gobierno de La Rioja. Hace poco más de dos meses que abandonó el infierno y transita ahora los primeros pasos de un camino en el que no quiere mirar atrás. Pero cuesta no hacerlo. Sus manos se posan continuamente en su barriga de embarazada. En unas semanas tendrá en sus brazos a un bebé al que está aprendiendo a querer.
“Yo venía a España cargada de ilusión, jamás hubiera podido imaginar lo que me esperaba”, comienza a contar con un hilo de voz. Su hermana llevaba años viviendo aquí y un día le mandó un mensaje a través de su padre: tenía que venir con ella para conseguir una vida mejor. “Yo pensaba en acabar mis estudios, porque en Guinea no pude hacerlo, y conseguir un trabajito para poder traer también a mi hijo, allí las cosas estaban muy difíciles”.
Cristina desembarcó en Logroño totalmente perdida, “ni siquiera sabía que con mi pasaporte no podría buscar un trabajo, ella no me había explicado nada”. Cuando llevaba menos de un mes viviendo con su hermana y su cuñado, empezaron a decirle que no podían mantenerla y que si quería dinero, lo más rápido sería prostituirse. “Yo no entendía nada, estaba asustada, me enfadé con mi hermana y nos peleamos”, cuenta, “pero ella me dijo que no podía vivir en su casa, que no iba a pagarme un techo ni comida, que no haría nada por mí. Yo no conocía a nadie, había dejado a mi niño en Guinea, me negué durante semanas pero estaba entre la espada y la pared, en un callejón sin salida”. Días sin comer, insultos, chantajes...
Y finalmente llegó el día. “Acepté esa terrible realidad porque no sabía qué hacer para evitarlo. Hice ese viaje llorando. Mi propia hermana me obligaba a prostituirme; ni siquiera tenía forma de volver a casa porque ella me decía que si quería volver a mi país tendría que devolverles todo el dinero que me habían adelantado, porque fue ella quien pagó el viaje y me alojó en su casa. Mi hermana actuando como una mafia conmigo”, recuerda con la voz entrecortada.
“Mi único propósito era reunir dinero y poder traer a mi hijo. Me dije a mí misma que debía hacerlo para conseguir ese dinero”. Un par de meses en el infierno para conseguir que el pequeño viajara a España. En el caso de Cristina, su lugar de tortura se encontraba en un bosque recóndito, a 45 minutos de Nimes, en Francia. “Aquello era la guerra, entre las propias mujeres y sobre todo con la gente que venía. Allí me han violado, me han maltratado y me han robado todo lo que había conseguido ganar. Lloraba cada día porque no conocía a nadie que pudiera sacarme de allí. Pero tras ese dolor, lo único que podía hacer era volver al día siguiente para tratar de conseguir más dinero”, explica mirando al suelo, “me sentía horrible, haciendo algo que no quería, sufriendo todo tipo de violencias y volviendo una y otra vez. Veía el final de mi vida en ese bosque. Muchas veces he sentido que iba a morir pero mi hijo me mantenía con vida, sabía que tenía que salir adelante”.
Desde que el pequeño llegó a Logroño, ella iba y venía a Francia para conseguir dinero para mantenerse los dos pero las exigencias de su hermana y su cuñado cada vez eran mayores. “En uno de esos viajes cuando volví de Francia me encontré a mi pequeño en muy mal estado, no le trataban bien, vivía como un huérfano teniendo madre y ahí decidí decirle a la cara a mi hermana que no iba a volver”, recuerda, “fue así como empezó la guerra, se intensificaron los ataques, los insultos, yo estaba a punto de volverme loca. Mi hijo y yo vivíamos encerrados en un cuarto, comiendo incluso ahí, sólo salíamos para ir al baño o llevarle al colegio”.
Cristina pagaba 200 euros a su hermana por la habitación y hacía la compra para toda la familia, pagaba también el agua y la luz, pero nada era suficiente. Fue entonces cuando descubrió que estaba embarazada. “Intenté abortar pero no podía, ese embarazo era fruto de la prostitución, no quería tenerlo”. Descubrió que en Logroño no se practicaban interrupciones del embarazo y tuvo que irse a Pamplona. Para cuando lo consiguió era tarde. “Al hacerme la ecografía vieron que era un embarazo de cinco meses y ya no se podía hacer nada”.
“Cuando le dije a mi hermana que estaba embarazada por su culpa, porque me había obligado a prostituirme, su respuesta fue decirme que iba a echarme a la calle”. Unos días después su cuarto estaba ocupado por otro inquilino y todas sus cosas y las de su hijo fuera. Ambos tuvieron que meterse en un pequeño almacen rodeados de trastos.
Habían tocado fondo. Tenían que salir de allí. A través de una vecina guineana que le indicó el camino, Cristina consiguió llegar a Cruz Roja y contar por primera vez su historia. Allí contactaron con un alojamiento de emergencia del Gobierno de La Rioja y, tras un primer encuentro con una trabajadora social, Cristina decidió que ella y su hijo saldrían de aquella casa y del entorno de malos tratos en el que vivían.
Pero todo se precipitó. En esos días, Cristina tuvo un enfrentamiento con su cuñado porque él acusaba a su hijo de algo que había hecho él mismo. “Empezó a insultarme, a decirme que era una mantenida, se lanzó desde el salón a mi cuarto y comenzó a pegarme, me golpeaba sin parar, mi hijo se escondió llorando muy asustado debajo de la cama mientras mi cuñado se abalanzaba sobre mí, me lanzaba contra la pared y me decía que si dormí allí una noche más, me mostraría quién era él”, recuerda con lágrimas en los ojos, “también me dijo que aunque le contase esto a alguien nadie iba a creerme porque yo estaba indocumentada y él no. Pero yo lo tenía claro, prefería ser detenida que seguir viviendo allí con mi niño”.
Salió de casa buscando ayuda pero era fin de semana y no sabía dónde ir. Recordó que alguna vez, al pasar por el Ayuntamiento había visto que allí había policías así que cogió a su hijo y acudió allí. “El chico que estaba en la puerta me dijo que allí no podía poner denuncia pero él mismo llamó a la Guardia Civil. Así fue cómo me encontraron y empezaron a salvar mi vida”. Ese mismo día Cristina y su pequeño salieron de aquella casa, primero en acogida de emergencia en una residencia de monjas y después en el piso de acogida para mujeres víctimas en el que viven ahora.
“Estoy empezando por fin a recuperarme, me encuentro fuera de esa energía que me hacía sentir que no era nada. Estaba muerta en vida, no era yo”. Gracias a la compañía, las dinámicas y la terapia del piso de mujeres, Crstina comienza a conocerse de nuevo, está recuperando la esperanza mientras ve cómo su hijo mejora también día a día, “empiezo incluso a ver un futuro con el bebé que está a punto de nacer, tengo que empezar de cero con ellos, sacarles adelante y vivir en paz”.
Ha descubierto una red de apoyo que desconocía y que le ha devuelto a la vida. Se siente agradecida porque ha salido del infierno “fuerte, sana y viva” porque “otras muchas no pueden decir lo mismo, no salen de ahí, mueren o enferman”. Ahora mira adelante con la certeza de que nunca volverá atrás, pero el dolor sigue ahí. Es consciente de que tardará en curarse, tal vez no lo haga nunca, pero sabe también que tiene fuerza suficiente para hacer lo que más desea: vivir.
Recursos contra la violencia machista:
- Teléfono de información de la mujer 900 71 10 10
-Las mujeres víctimas de violencia de género en La Rioja tienen a su disposición la aplicación AlertCops
-Red de alojamientos de mujeres
- Centro asesor de la mujer (CAM) 941 294550
- Oficinas de asistencia a la víctima del delito (OAV)
- Logroño: 941 296365
- Calahorra: 94114 53 48/6
- Haro: 94130 56 25/6
- 016 Servicio telefónico de información y de asesoramiento jurídico en materia de violencia de género
- Red Vecinal contra la violencia de género e intrafamiliar 941244902/ 636759083
- SOS Rioja 112
- Teléfono de emergencias de Logroño 900 101 555
- Instituto de medicina legal de La Rioja 061
- Policía Nacional 061
Servicio de atención a la familia. (SAF) 941 272 054 - 941 272 071
- Policía Local 092
Unidad de Prevención Asistencia y Protección (UPAP) 941 272 109
- Guardia Civil 062
- ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata a Emergencias) a través del 112
- Punto de encuentro familiar: 941 291 695