“Bluetooth activado”: el ensayo de la Semana Santa madrileña entre altavoces, cañas y guiris
En una noche de fiesta salen todos menos Jesús “el Pobre”. Madrid no trabaja mañana, las terrazas que ocupan las plazas públicas del barrio de Palacio están a reventar y la cofradía de la iglesia de san Pedro el Viejo está de ensayos generales. Falta poco para su gran noche y la escultura no sale. Hay que evitarle las inclemencias. Se queda en la iglesia, que es una de las más antiguas que conserva esta ciudad que todo lo destruye. Destaca sobre los tejados del barrio por la torre mudéjar. Está cerca de uno de los after más conocidos de la zona y en medio de la ruta turística. Un grupo de norteamericanos se ha encontrado la atracción en plena plaza. Cuando se les explica lo que sucede dejan de reír. La gravedad del momento también choca con la tabla de queso manchego, el tinto y la caña doble que se ha pedido una pareja. Siguen las maniobras desde las sillas, junto a su simpático perro golden retriever que no quita la vista del plato.
Esta noche los 42 cofrades ensayan la salida de la iglesia por la que deben sacar una imagen hecha del tamaño de la penitencia. Apenas sobran unos centímetros por los lados de la puerta. La altura también roza los límites. Los costaleros cargan a pulso los maderos que portan el conjunto. A hombros no cabría. La escultura de Jesús Nazareno lleva en el templo desde 1756 y nadie sabe quién la realizó. Representa al protagonista tras ser flagelado y coronado de espinas por Poncio Pilatos, que lo planta delante del pueblo de Jerusalén para que decida a quién salva: si a ese al que llaman “mesías” o al tal Barrabás. El resto es historia o leyenda.
La talla es demasiado delicada como para exponerla a los errores humanos en uno de estos ensayos que hacen a diario o en una de estas calles enrevesadas. El trono es mucho más grande que las esquinas por las que tiene que doblar en su trayecto. Es el espectáculo de la penitencia, del paso corto, las caras rojas y la maniobra milimetrada. Los aplausos llegarán este jueves con la superación de las complicaciones en los giros. La fe en el esfuerzo que mueve montañas y pasos entre la oscuridad de una ciudad con ceremonias de alquiler.
Suela de esparto
Han dado las nueve menos cuarto de la noche. La conexión wifi va y viene, como la música que acompaña el trasiego de la talla. Las cornetas y los tambores de la marcha son interrumpidos por el bluetooth, que no termina de activarse. “Bluetooth activado”, avisa el sistema antes de que vuelva a sonar la fanfarria procesional. La música recuerda al “Cristo del Amor”, del militar y compositor Alberto Escámez, un clásico de los años cuarenta en Málaga. “Bluetooth desactivado”. La mujer que arrastra el altavoz con ruedas sonríe cada vez que el sistema decide bajar a la tierra los ensayos. El paso lleva candelabros en las esquinas y lo vestirán con claveles, rosas rojas y lilium morado
Antes del rico trono del “pobre”, otro grupo de costaleros ha sacado el paso de la Dolorosa. Tampoco porta la talla, que es obra de Lourdes Hernández Peña, una imaginera sevillana que la hizo en 1999. El paso es más alto que el otro y para sacarla de la iglesia los hombres cargan los maderos sobre sus hombros y a gatas. “Venga señores, un pasito y paramos”. Atienden a una las órdenes, que animan la gravedad del ritual. “Vamos de frente. Bueno”. “Al cielo con ella”. Y aplausos. Se enciende el altavoz y suena la música para ambientar el balanceo del paso con las platerías envueltas en plásticos.
Los familiares y vecinos mandan callar a los que brindan por una noche infinita. En la ciudad de la jornada laboral interminable, las calles piden más jarana que fe. Pero en esta plaza los panas también atienden a la salida de los dos pasos. Dejan de ronear cuando la cosa se complica o hay que aplaudir el esfuerzo. “Bien ahí esos pateros buenos”. “Seguimos aguantando”, dice uno de los que cargan el peso, colorado y sudando en esta noche fría. Entre la cuarentena de participantes hay jubilados y jóvenes. Hay mucho chándal, fajas y pasitos cortos con suela de esparto. El calzado es el único protocolo que repiten todos. Lo demás, comodidad y sudaderas. Al recortar el plano y enfocar la puerta de la iglesia, la ciudad desbordada por la propia ciudad, simula ser un pueblo que se graba a sí mismo en vídeos que se comparten por grupos de Whatsapp. “Bluetooth activado”. Suenan las cornetas.
6