MEMORIA HISTÓRICA
Sevilla, 1933: cuando la izquierda luchó para que hubiera Semana Santa y la derecha logró que no saliera ni un paso
La primavera de 2020, en pleno confinamiento por el coronavirus, no hubo Semana Santa en Sevilla (y en toda España, claro está) por mucho que fuese algo inconcebible pocas semanas antes. Hubo quien dijo entonces que era la primera vez en la historia que no había pasos en las calles hispalenses, pero en los ámbitos cofradieros se sabía muy bien que no era así porque ya había ocurrido antes, concretamente en 1933. Entonces, cuando la II República se disponía a cumplir dos años (el 14 de abril caía en Viernes Santo), no salió ni una sola hermandad tras meses en los que las autoridades republicanas de izquierda estuvieron batallando para que hubiera cofradías, mientras que las fuerzas conservadoras tiraban en sentido contrario. En 1932 sólo la salida de la Estrella impidió que aquella Semana Santa pasara en blanco, lo que no pudo evitarse un año después.
“Hubo una utilización política de las hermandades, a las que usaron como arma de conspiración contra la República”, apunta Leandro Álvarez Rey, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla que ha estudiado a fondo este intenso periodo, que en Sevilla pronto se empezó a enfocar desde el punto de vista de las hermandades. El advenimiento republicano se produjo días después de la Semana Santa de 1931, pero fue cuestión de poco tiempo que hubiese voces preguntándose qué iba a pasar en 1932, sobre todo después de que se precipitaran los acontecimientos: la nueva Constitución prohibía a los ayuntamientos subvencionar a las hermandades, el laicismo del Estado fue entendido por los católicos como una agresión, se acabaron las clases de religión, los crucifijos en los colegios...
A este convulso periodo de cambio hay que unirle una cuestión nada menor como fue la quema de conventos, la violenta ola anticlerical de mayo de 1931. “Es verdad que había un ambiente antirreligioso”, explica Álvarez Rey, pero también muchos entendieron como un ataque directo a sus creencias lo que no dejaba de ser la aplicación de una política laicista “que llevaba décadas en Europa”. “Separación Iglesia-Estado no significa persecución, otra cosa es que hubo salvajes, como los ha habido siempre”.
Puestas las bases, queda dicho que en 1933 no hubo ni un paso en la calle, pero lo que ocurrió hace 90 años fue en realidad la repetición de lo que ya se vivió en 1932, con la diferencia de que no hubo ninguna corporación que a última hora diera el paso al frente de salir como entonces hizo la Estrella. Y para saber qué ocurrió aquella Semana Santa hay que remontarse todavía más atrás, a cuando en otoño de 1931 nace la Federación de Hermandades, Cofradías y Asociaciones Piadosas de la Diócesis hispalense, en la que inicialmente no tiene nada que ver el cardenal Eustaquio Ilundain y en la que abundan como hermanos mayores los nombres de pedigrí conservador que copan los círculos económicos, empresariales, culturales... y políticos, incluyendo a diputados de partidos de derechas. En el otro lado de la mesa tenemos al alcalde republicano, José González Fernández de la Bandera, del Partido Radical de Martínez Barrios y personaje clave para frenar la Sanjurjada de 1932 (sería fusilado por ello en agosto de 1936 junto a Blas Infante, el padre de la patria andaluza), enfrascado en dar todas las facilidades del mundo a las hermandades para que salieran.
“Predisposición a no salir”
Durante estos dos años, ésta sería la constante: las autoridades republicanas de izquierda haciendo todo lo posible para que la Semana Santa se desarrollase con normalidad, mientras las fuerzas conservadoras buscaban justo lo contrario para así desestabilizar al Gobierno. Esto no significa que la izquierda fuese un bloque monolítico, porque por ejemplo los socialistas votaron en contra de unas concesiones a las hermandades que veían como un “anacronismo”. Para la derecha, por su parte, que las cofradías salieran como si tal cosa era normalizar la política laicista, con lo que de partida “hubo predisposición de las hermandades a no salir”. A este caldo de cultivo le puso palabras en una reunión con el gobernador civil el hermano mayor de San Bernardo, Antonio Filpo: “¿Cómo voy yo a sacar tranquilo a la calle un Cristo que se lo quitan a mi niño de las escuelas?”.
Una semana después, en febrero de 1932, en una asamblea a la que acudieron 37 de las 41 hermandades el resultado fue contundente, con 34 hermanos mayores a favor de no salir y sólo tres abstenciones. Al margen de cuestiones políticas, aquello suponía un desastre para Sevilla, que a la crisis económica del momento por la Gran Depresión le unía que estaba asfixiada por las deudas tras celebrar la Exposición Iberoamericana de 1929. Y teniendo en cuenta que ahora estaba prohibido que el ayuntamiento financiase a las cofradías, como había hecho históricamente, el alcalde Fernández de la Bandera propuso lo que no dejaba de ser una subvención indirecta: que las hermandades se quedasen con los ingresos por el alquiler de las sillas para ver los pasos en la Carrera Oficial, el tramo por el que desfilan todos los pasos.
La fórmula fue rechazada aunque es la misma que está vigente hoy día, y tampoco convencieron las garantías de seguridad para los cortejos en la calle que ofreció el regidor. Si a esto le unimos la indignación que provocó que Jueves y Viernes Santo dejaron de ser festivos en favor de días de Feria, las hermandades tenían más que tomada su decisión. “Las cosas están en tal punto que los católicos se consideran incompatibles con la República, el sentimiento religioso fue el cemento que unió a todos los sectores conservadores, que tenían muchas diferencias entre sí”, subraya Álvarez Rey.
“Aquí quien manda eres tú”
Así las cosas, y aunque es comprensible la inquietud de las cofradías por el ambiente tan inquieto que se respiraba, lo cierto es que las autoridades se volcaron en materia económica y de seguridad, y nunca se prohibió la salida de las hermandades, que fue la versión que el franquismo instauró como verdad histórica. Prueba de ello fue la salida de la Estrella, cuyo cabildo de hermanos argumentó que “esta cofradía, que es del pueblo, al pueblo se debe, que es tanto como decir que se debe al régimen constituido legalmente”. Acusada de esquirol, a la corporación trianera se le puso el sobrenombre de la Republicana, aunque las fuerzas conservadoras se encargarían poco después de darle la vuelta a la tortilla y presentarla como la Valiente, con lo que se alababa que había sido la única con el arrojo suficiente para desafiar el supuesto veto gubernamental y el clima de hostilidad religiosa.
Aquel Jueves Santo de 1932, a la Virgen de la Estrella le cantó la Niña de la Alfalfa una saeta que muestra el ambiente que se vivía: “Se ha dicho en el banco azul/ que España ya no es cristiana/ y aunque sea republicana/ aquí quien manda eres tú,/ Estrella de la mañana”. Durante la procesión hubo tensión, incidentes y la imagen (que procesionó sin joyas) fue tiroteada. No hubo heridos ni daños graves, pero los sucesos fueron esgrimidos por las fuerzas conservadoras para reprochar que las autoridades no habían sido capaces de garantizar la seguridad de una única hermandad. Pocos días después, el fuego arrasaba con la iglesia de San Julián y la popular Virgen de la Hiniesta, lo que abonó el discurso de que el futuro de la Semana Santa sevillana estaba en peligro si no ganaban las fuerzas conservadoras.
“La derecha no dudó en instrumentalizar y rentabilizar políticamente el tema de la Semana Santa”, incide Álvarez Rey, sobre todo en un 1933 que empezó de la peor de las maneras, con los sucesos de Casas Viejas en Cádiz. Lo ocurrido a la Estrella fue el principal argumento para justificar que hace ahora 90 años no hubiera ni un solo paso en la calle, una decisión que esta vez se encarriló desde el primer momento pese a los intentos en sentido contrario del gobierno local. Las hermandades cambiaron su salida por una vigilia en la Catedral, como ya hicieron casi todas en 1932, a lo que unieron un abundante reparto de comida entre los pobres.
O izquierda o cofradías
Lo que se daba en llamar las fuerzas vivas y la prensa local, mayoritariamente conservadora, acabaron lanzando según Álvarez Rey un mensaje cristalino, que no era otro que “para que las cofradías sevillanas volvieran a la calle la izquierda tenía que ser expulsada del poder”. La ocasión llegó en noviembre de 1933, tras el cese de Azaña de la Presidencia del Gobierno, un periodo electoral en el que Sevilla se inundó de pasquines con un mensaje muy claro: “Hace dos años que no salen las cofradías sevillanas. ¡Piensa en tu cofradía, sevillano, antes de votar! Y piensa en todo lo que tiene que cambiar antes de que puedan salir”.
En 1933 las derechas decidieron ir unidas (“entendieron perfectamente a lo que obligaba la nueva ley electoral, que le daba el 80% de los diputados a la primera fuerza y el 20% restante a la segunda”) frente a la separación de la izquierda, un contexto que suena singularmente contemporáneo. La candidatura única conservadora arrambló con 10 de los 16 escaños en disputa, pese a que en conjunto recibió muchos menos votos (80.000) que los 130.000 que cosechó una izquierda fragmentada.
La llegada de la derecha al Gobierno de la República fue mano de santo, tal y como se desprende del giro radical en la postura de las hermandades: en 1934 aceptaron la misma fórmula económica que habían rechazado dos años antes, dieron por buenas las medidas de seguridad que antes nunca eran suficientes y consiguieron que el nuevo alcalde, Emilio Muñoz-Rivero (también del Partido Radical, Fernández de la Bandera dejó el cargo al ser elegido diputado), volviese a declarar festivo Jueves y Viernes Santo. Eso sí, se produjo una fractura en el frente común que hasta entonces habían sido las fuerzas conservadoras, ya que la ultraderecha insistió en que no se podía volver a procesionar sin más, unas fricciones que tuvieron su reflejo en que al final sólo salieron 14 hermandades, básicamente las cofradías de barrio.
La normalidad se recuperó ya en 1935, con llamamientos como el de la Cámara de Comercio a “deshacer la leyenda de la Sevilla roja, injustamente forjada”, y se mantuvo incluso en 1936 tras la victoria del Frente Popular en unas elecciones en las que la derecha volvió a jugar la carta de las cofradías pero esta vez con peores resultados, dada la unión de la izquierda. El nuevo alcalde, Horacio Hermoso (de Izquierda Republicana), mantuvo las mismas garantías económicas y de seguridad pactadas en 1934, además de la consideración de festivos de Jueves y Viernes Santo. Aún así, tuvo que enfrentarse a un boicot de las élites locales más intransigentes, que decidieron no renovar sus abonos en las sillas del punto más noble de la Carrera Oficial, a lo que el regidor respondió invitando a los niños del hospicio y de las escuelas municipales. Pocos meses después, el 29 de septiembre, era fusilado por los sublevados en la tapia del cementerio.
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