La guerra del Rayo Vallecano: un estadio (vacío) contra su directiva
Era el último partido en casa de la temporada y el segundo con público. Las 1.500 entradas, un aforo muy reducido por el coronavirus, se agotaron en media hora. Pese a la euforia de ver al equipo jugándose el ascenso, los cánticos en el campo del Rayo Vallecano, que se oían nítidamente desde fuera, no eran de aliento al equipo. “¡Presa, vete ya!”, recuerda Esteban García, de 40 años, abonado que no consiguió entrada y estaba en los alrededores con los amigos, buscando una pantalla para ver el encuentro. ‘Presa’ es Raúl Martín Presa, presidente del Rayo, que acabó ascendiendo de categoría. Directiva y afición llevan años enfrentados, y el último episodio del desencuentro ha sido el estreno en casa en la máxima categoría: solo fueron 583 personas, de las 2.000 entradas a la venta.
El personalismo, la falta de comunicación y un proceder en la toma de decisiones que se percibe como errático lastran la imagen de Presa entre amplios sectores de la afición, incluida la Federación de Peñas. Su presidente, Antonio Castilla, muestra su indignación: “Este hombre no consulta nada con la afición representativa y hace lo que le da la gana. Es como un dictador. Se cree que el Rayo es una empresa, pero un club de fútbol tiene una parte social”, protesta. El último conflicto deriva de que los abonos no se han podido renovar aún, y las entradas para el primer partido se pusieron a un precio fijo de 25 euros. Solo se vendió la cuarta parte.
En el Rayo se suceden episodios esperpénticos para un club de Primera División. Las jugadoras del equipo femenino empezaron la pretemporada sin contratos laborales en vigor, firmados a última hora tras protesta de la Asociación de Futbolistas y amenaza de inspección de la Seguridad Social. El club achacó el problema a que los encargados del trámite se habían ido de vacaciones sin permiso. Al enterarse, el jefe de contabilidad dimitió del cargo. No era la primera vez que la situación de las jugadoras llamaba la atención. En diciembre de 2020, la plantilla se quejó de que después del partido solo les hubiesen dado un bocadillo de jamón york. El club dijo que, desde el punto de vista dietético, el tentempié cumplía los requisitos.
En oposición frontal a Presa está Accionistas ADRV, la plataforma que engloba a los aficionados que poseen una participación minoritaria en el club. Este sector apunta a que los problemas vienen de lejos. Presa, hijo de un empresario con negocios de serigrafía, tomó en 2011 el relevo de la familia Ruiz-Mateos, que había hecho del club una carta más del castillo de naipes que demostró ser su holding empresarial. Tras un acuerdo opaco y el pago de una cantidad simbólica, el flamante directivo, con el asesoramiento jurídico del por entonces abogado Javier Tebas, hoy presidente de la Liga, sacó al equipo del concurso de acreedores en tiempo récord, previo ascenso a Primera.
“Le regalaron el club”, se rumia Ángel Domínguez, quien recela de que todavía tenga vínculo laboral con el club Jesús Fraile, apoderado con la anterior directiva y hoy pendiente de entrar en prisión por no pagar el IRPF y el IVA del Rayo en varios ejercicios de la última etapa de Ruiz-Mateos. También está condenada en firme Teresa Rivero, esposa del empresario jerazano y antecesora en el cargo de Martín Presa. A Fraile le encomendaron en 2016 la gestión del restaurante ubicado en los bajos del estadio.
El club no ha querido dar su opinión sobre el conflicto con la afición. “Con ‘una parte’ de la afición”, precisa únicamente un portavoz, que en todo caso señala que “no hay nada que decir”. Pero es difícil encontrar a defensores del equipo directivo, incluso entre quienes tratan de ser ecuánimes y no cargar las tintas, como los exjugadores. Entre estos, pocos son más queridos que Jesús Diego Cota. Histórico lateral derecho, debutó en 1985 y se retiró en 2002, siempre en el Rayo. Vivió cuatro ascensos a Primera y, como colofón, la clasificación del equipo para competición europea. Toda su vida ha estado vinculada al barrio; hoy sigue siendo abonado. La opinión de Cota es, pues, informada: “Raúl tiene que cuidar a su gente. Nuestros valores son la cantera, la unión. Vallecas siempre ha sido así. El presidente es él, desde que los clubs se convirtieron en sociedades anónimas ya sabemos quién manda, pero se puede tener comunicación, por mucho que se suba a Primera. Si no cuidas a tu gente, a tu historia, a tu cantera, al final eres un club miserable”.
Rígido control
“Para comprar un paquete de folios, un bote de pintura, tiene que dar el visto bueno él, así es imposible”, se queja Gelo Domínguez, que apunta también a cuestiones administrativas como la habitual demora en la venta de entradas, que complican los desplazamientos de las aficiones visitantes. “Es una persona peculiar, que trabaja de manera arcaica. Los fichajes, bien, para que la vaca siga dando leche. El resto está abandonado”, insiste. La asociación denunció a Presa en 2018 por la gestión de los fondos de la fundación del Rayo. La causa fue declarada compleja y sigue en fase de instrucción.
“A Raúl es difícil conocerlo”, reflexiona Cota. “Al llegar, tenía ideas positivas. Yo creí en él. Decía que le encantaba el Rayo, que tenía ganas de hacer cosas importantes, de trabajar con la cantera. Al final, ya lleva 10 años, hay cosas que no está cumpliendo como debería”, señala. “Es complicado, tampoco es que lo haya hecho tan mal. Ha estado cinco años en primera, con un octavo puesto, saneó el club, que subió como líder en Segunda… ¿Cómo es posible que a cada partido sigan gritándole? Pero es que no lo quieren. A lo mejor se toma las cosas a mal cuando las digo, pero se las digo de buena fe. Pudiendo ser uno de los mejores presidentes de la historia, lo está llevando todo de una manera que me da un poco de tristeza. Es incomprensible y tiene que hacerse un autoexamen”, continúa el antiguo capitán, triste por ver cómo aficionados “de toda la vida” se han apartado. “Cuarenta o cincuenta años de afición y se quitan […] Me molesta y me duele”, lamenta.
Fútbol y política
Vallecas es un barrio obrero, de fuerte tradición izquierdista, que se manifiesta en la afición del equipo. Con todo, en la época de los Ruiz-Mateos, recalcitrantemente de derechas, se había llegado a una entente, pese a todos los desmanes financieros. La masa social tenía cierto cariño por Teresa Rivero, a la que se recuerda llevando a los nietos al estadio para el roscón de Reyes, o paseando a los jugadores por el barrio en autobús, según recuerda Cota. Con Presa, nada de eso se ha repetido, con el agravante del fichaje de Roman Zozulia, jugador ucraniano que se identificó con los sectores fascistas del golpe de estado en su país en 2014. La contratación se llegó a firmar, pero ante las airadas protestas de Bukaneros, la peña más radical, el club desistió del fichaje.
El coronavirus también dio pie a otra polémica. El padre del presidente falleció el año pasado y el número dos del club, José María Sardá, cuestionó en la presentación de la equipación las cifras oficiales de muertos “y las indecisiones políticas” que, según él, estaban causando “grave desconcierto en la sociedad”. Meses después, en plena campaña electoral en Madrid, la presencia en el palco de dirigentes del partido ultraderechista Vox incendió los ánimos. Unas 300 personas protestaron simbólicamente yendo a ‘desinfectar’ el estadio, vestidos con trajes aislantes. “Fue una provocación”, resume Gelo Domínguez.
La Comunidad de Madrid, propietaria del Estadio, ha destinado 1,7 millones de euros a arreglarlo, pero las obras se han demorado, y el avejentado aspecto del recinto evidencia,que hay equipos de tercera con mejores instalaciones. En las verjas, pintadas acusatorias: “Testaferros”, dice una. “Contra la farsa”, clama otra. Al otro lado de la avenida, enfrente del campo, hay un mesón, el Moreno, donde se reúnen algunas peñas. En 2017, el club cargó contra el local porque en sus toldos se reproducía el escudo del club. El negocio es hoy propiedad de Tony, de origen chino, que no quiere ni oír hablar del tema. “Nosotros de eso no nos enteramos”, justifica. Al otro lado de la barra, con camiseta del equipo, está únicamente Román, hablando por teléfono. Cuando cuelga, da un sorbo a la cerveza y zanja: “La culpa es del que está ahí arriba”.
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