Javier o Nicolae: la barrera de los nombres que discrimina en los colegios a las familias migrantes

Llamarse Nicolae penaliza a la hora de obtener información para matricularse en un colegio madrileño. Un estudio realizado por un investigador del Instituto Europeo Universitario revela, a través de un experimento con 2.500 correos electrónicos enviados a centros públicos, concertados y privados de la región, que las familias con nombres españoles tienen más tasa de respuesta que las familias con nombres extranjeros.

A Manuel y Carmen, que quieren matricular a su hijo Javier en la escuela, los colegios les responden el 77% de las veces. Si los que buscan centro son Ion Dumitru y Ioana para su pequeño Nicolae, la tasa baja al 68%. Ahora bien, si Ion y Mihaela mandan el mismo correo pero explicitan que su niño se llama Javier, el porcentaje de contestación repunta hasta el 73%. “Solo por señalizar que las familias eligen un nombre español la diferencia de discriminación se reduce un 50% respecto a las que eligen un nombre extranjero”, explica David Martínez de Lafuente, autor de la investigación titulada Call me by your name: a field experiment on cultural assimilation and ethnic discrimination in schools.

El especialista en Economía de la Educación concluye, con los resultados obtenidos, que “se premia el esfuerzo de asimilación cultural”. Aunque ve una trampa también en esa afirmación. “Poner un nombre español es más una cuestión de percepción de integración que de integración real. Se interpreta como estar dispuesto a una renuncia a tu identidad cultural asociada a tu país de origen”, afirma en conversación telefónica con eldiario.es. 

La investigación también indagó en la posible relación entre esta xenofobia –consciente o inconsciente– y la zona en la que se ubican los centros educativos, aunque no se encontró evidencia de que en áreas más ricas –con el precio más alto de alquiler por metro cuadrado– la discriminación se acentuara.

Tampoco se aprecian diferencias en función de si se trata de un colegio público, privado o concertado o por las preferencias políticas de los habitantes de la zona. “Se entiende por tanto como un fenómeno social de carácter trasversal. La población nativa muestra a priori aprensión y desconfianza ante la población migrante”, dice Lafuente en base a los resultados. 

Un miedo basado en prejuicios, según el profesor de Sociología de la UNED, Héctor Cebolla. “Esa desconfianza de los padres blancos, de clase media, funcionarios... no tiene mucha base porque sus hijos tendrían resultados parecidos si fueran a esos colegios que temen”, apunta. Cebolla asegura que “no existe ninguna evidencia del efecto de la concentración de migrantes en los centros en los países que tienen investigación solvente al respecto”. Para el sociólogo, los resultados académicos de los niños y las niñas “tienen que ver mayoritariamente con el nivel de renta”.

El estudio de Martínez de Lafuente no solo abre el debate sobre los prejuicios sobre el rendimiento académico condicionado al entorno, sino especialmente sobre la percepción de la diversidad. “Desde el punto de vista no cognitivo es grave porque para crear una sociedad equitativa tenemos que normalizar la diversidad”, añade Cebolla. 

Los prejuicios: inmigración y precariedad

La psicóloga y fundadora de Educación contra la Discriminación, Paola Hurtado, habla de esas ideas preconcebidas. “Antes de saber el estrato socioeconómico, se relaciona inmigración con precariedad y con abandono escolar”, dice la experta, que considera que hay que hacer “mucha pedagogía” para empezar a concebir socialmente la diversidad como “un tesoro”. “El reto está en mejorar la percepción de la diversidad, que es un crisol. Eso evitaría que las familias decidieran irse a Majadahonda para escolarizar a sus hijos porque piensan que en Fuenlabrada está todo mal”, ejemplifica. 

Este experimento puede hacerse en la Comunidad de Madrid porque existe la llamada “libertad de elección de centro educativo”. Toda la región es una zona única y las familias pueden elegir el colegio o instituto público o concertado que deseen para sus hijos e hijas. La distribución de los alumnos y alumnas se hace atendiendo a un baremo de puntuación en el que se incluyen variables como la cercanía al domicilio o que ya tengan hermanos o hermanas estudiando allí. 

Algunos expertos han apuntado a esta política como parte del problema de la segregación de las aulas madrileñas por nivel de riqueza. No porque el distrito único sea segregador per se, sino porque “beneficia a las familias que pueden elegir, que tienen acceso a la información y que pueden desplazarse”. Lo dice Javier Murillo, investigador responsable de un un estudio publicado el año pasado en la Revista de Sociología de la Educación que concluye que Madrid es la comunidad autónoma de España con las aulas más desiguales. A nivel europeo también se sitúa a la cabeza, casi al nivel de Hungría y Rumanía. Según los resultados de aquella investigación, el 45% de los alumnos y alumnas de 15 años de la región tendrían que cambiarse de centro escolar para que los institutos tuvieran estudiantes de todas las clases sociales. 

Especialistas en educación y docentes de la escuela pública llevan años hablando de los colegios “guetto” como aquellos que, por su situación geográfica y población, tienen un alumnado con más dificultades de aprendizaje. Esta segregación “puede generar aislamiento”, dice el sociólogo Héctor Cebolla. “Hay colegios que se estigmatizan con el boca oreja. Este tipo de afirmaciones se basan en creencias arraigadas y tienen poco fundamento”, apostilla. 

Para Hurtado, “existe la idea de que la inmigración baja la tasa de rendimiento”. “Está asentada en el sistema educativo desde hace tiempo”, indica la psicóloga, que relata los efectos de estos prejuicios en la vida escolar de los niños y las niñas de otros orígenes o de ascendencia extranjera (aunque sean españoles). “Las exclusiones parten de ideas previas, como dar por hecho que no terminarán sus estudios. Hay que hacer mucha pedagogía para romper la pescadilla que se muerde la cola: baja expectativa crea más abandono y fracaso también”.

Con este estudio, Martínez de Lafuente asegura que pretende “entender mejor la naturaleza de la discriminación en la educación”. “Es relevante para guiar las futuras políticas y que puedan garantizar el deseado principio de igualdad para todos y todas”, concluye la investigación.