CRÓNICA

La marcha de Asun y los ‘rebeldes sin casa’ de Orcasur

Víctor Honorato

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“Nos hemos hecho luchadoras a la fuerza”, explica Asunción Carbonell, la ‘Asun’, veterana militante por el derecho a la vivienda, de 68 años, los últimos 13 intentando mantener un piso digno. A la junta de distrito de Usera llega la mujer con su sobrina a las 10h, dos antes del arranque de la manifestación de hoy domingo, para esperar a los compañeros del barrio de Orcasur, en el sur de Madrid, y llegar a Atocha puntual a las 12h. La logística de una marcha obliga a calcular cuánto puede aguantar el cuerpo, con casi siete décadas a la espalda y más de una década de inestabilidad vital.

Asun ya supera la edad de la jubilación de quienes viven en la economía formal, pero otras compañeras más jóvenes muestran en el rostro una edad mayor de la que figura en sus carnés. “Los cuerpos no aguantan, la gente envejece de una forma que no es natural”, explica Laura Barrio, de 49 años, una de las fundadoras de la Asamblea por la Vivienda de Usera, que explica que en cada desahucio está el germen de una enfermedad crónica, de una espiral de desprotección descendente. “Pasas de la propiedad al alquiler formal, luego al informal, al contrato verbal y el dinero en mano […] Y seguimos sin implantar medidas que estabilicen a la gente”, critica.

Asun y una decena de compañeros deciden subirse al autobús que va a Atocha y evitar el paseo al metro, pues luego el recorrido será largo y la fatiga acecha. En el bus charla de los nietos, que le cogen el teléfono para jugar y la dejan incomunicada, de que antes se tenían muchos más hijos. Eran otros tiempos, en los que también tuvo que vivir en una chabola —estuvo ocho años —, antes de acceder a un piso. La crisis hipotecaria dio con sus huesos en la calle, hoy lucha por que no la echen de la vivienda que okupa por necesidad, un piso vacío que ahora es oportunidad de negocio. “Primero era del banco, ahora de Cerberus”. Lleva 10 intentos de desahucio y múltiples tanteos para conseguir un alquiler social que no llega. “Me avasallan, me acosan, pero no me voy”, insiste.

La factura física de la desesperación

En Usera se junta viejos compañeros de batalla con otros más jóvenes, del Sindicato de Inquilinas. Todos se dan cita en Atocha una hora antes del arranque de la manifestación. Llega también Rosario Reyes, de 59 años, que ha recuperado el cabello —no los dientes —que perdió en los peores momentos de la última década, cuando se vio con que su casa en San Martín de la Vega se subastaba por impago. Acabó con los activistas de Orcasur tras tocar en cuanta puerta encontraba, desesperada. Hoy pelea por recuperar la propiedad de la vivienda. “Estamos resurgiendo, y aunque no lo logre, he recuperado mi vida […] Ha sido muy duro, mis hijos han vivido la miseria”, recuerda.

Rosario ataca al elefante inmobiliario. “La culpa no la tenemos nosotros; son las malas gestiones, la especulación, las inmobiliarias; y el Gobierno alimentó eso, no les pone un límite”, se queja, pero reta: “Vamos a acabar con eso”. Al llegar a Atocha, se pone unos instantes tras la pancarta del grupo, que reza “Usera: barrios para vivir, no para especular”. Pero al rato se aleja del grupo, lleva sobre el pecho una tela con chapas para vender a los interesados que quieran colaborar. Traen mensajes feministas, reivindicativos, contra los desahucios. 

Perder la casa, pasarela a la “muerte civil” 

El peligro es “la muerte civil”, insiste Barrio, que advierte de que perder el piso es una pendiente que no se aplana “yéndote a una casa peor o no saliendo de cañas”. “¿Cómo sales de ahí? No basta el dinero; necesitas credenciales sociales, avales, dinero en la cuenta, antigüedad laboral… Y lo hemos naturalizado”, critica. Pero en Atocha todos están de acuerdo en que no puede ser, incluida una mujer de 61 a la que llamaremos Raquel, porque ha venido a pesar de estar de baja, porque asistir hoy es una obligación. “Me está temblando la gelatina”, dice de la columna vertebral. Para poder venir ha tenido que dejar a su hija, ya mayor, pero con una discapacidad intelectual severa, a cargo de una vecina. “Tenía que venir”, dice. Casi se excusa por no poder expresarse bien. “Así como vos me gustaría aprender a hablar, Rosario”, alaba a la compañera. 

La marcha arranca a paso lento, en Atocha hay un tapón y da tiempo a ver la cartelería. Hay muchos mensajes irónicos. “Dame otra idea, lista”, dice una, en alusión al portal inmobiliario Idealista. Hay juegos de palabras aprovechando el inglés, como ‘alkiller’ (el alquiler mata, viene a decir). O carteles y camisetas con la estampa de James Dean, rebelde ya no “sin causa”, sino “sin casa”. Ahí están los de Orcasur, en el medio de un pelotón que avanza lentamente, ajenos a los parones y cortes que se producen por las discrepancias entre algunas de las organizaciones convocantes. 

A quien no se ve por ningún lado es a Asun. Solo después de varias vueltas es posible localizarla prácticamente en la cabecera, con su pancarta personal, con una chaqueta que manda “guerra” contra el fondo inmobiliario. Lleva ya dos horas de caminata, al preguntarle si las piernas le aguantan, mira a los ojos y responde: “Tienen que aguantar”.