Frente al Palacio Real de Madrid se encuentran varias parejas vestidas de chulapos para bailar un chotis junto a un altavoz en la calle Bailén ante la atenta mirada de la ciudadanía que pasa por la zona. Es un domingo soleado de invierno, no cabe un alfiler en las terrazas, hay una eterna cola para entrar a museos como el Cerralbo o las Galerías de las Colecciones Reales y la multitud pasea entre los Jardines de Sabatini y el Campo del Moro. De pronto, un estruendo acapara la atención de todos. Una mascletá había dado comienzo. Comentarios de incredulidad e incomprensión inundan la plaza y, tras unos minutos de explosiones, llega el silencio.
La Comunidad de Madrid apuesta desde hace tiempo por grandes eventos con mucha repercusión para promocionar la capital. Desde una mascletá a la llegada de la Fórmula 1 o los incesantes intentos por conseguir los Juegos Olímpicos, una batalla que lleva años librándose. La ciudad se ha convertido en un parque temático en el que la espectacularidad y el ruido monopolizan los esfuerzos de las instituciones. Sin embargo, tras los grandes nombres del cartel, en este festival los artistas y festividades locales quedan en un segundo plano directas a la travesía que les conduce al olvido.
Es el caso de las fiestas de Hortaleza que este año comenzarán con recortes anunciados el mes pasado. Por primera vez en la historia se ha suprimido el primer viernes de los festejos, además de eliminar el presupuesto destinado a la programación de las asociaciones, a las que pide que actúen “de forma gratuita”. Las diferentes entidades vecinales se han pronunciado en contra de la decisión y han manifestado que merecen “respeto y consideración” ya que “las Fiestas no son propiedad de la Junta Municipal, sino de todo el vecindario del distrito”.
Esto se suma a lo sucedido en octubre cuando David Pérez, concejal del distrito madrileño, canceló la Feria de Asociaciones, un evento que congregaba decenas de entidades del distrito y centenares de personas en una jornada festiva. Destruyendo así parte de uno de los tejidos asociativos más importantes y diversos de la ciudad de Madrid y dejando a los vecinos sin una parte importante de organización y comunidad que se llevaban a cabo en el barrio. Paradójicamente, el mismo distrito en el que se llevará a cabo la Fórmula 1.
Sin embargo este no es el único recorte cultural que se ha producido en los últimos meses. El flamenco, nombrado por la presidenta Isabel Díaz Ayuso como Bien de Interés Cultural dentro del Patrimonio Inmaterial de la región, también ha sufrido cancelaciones ante la que parecía una apuesta fija de las instituciones. Dos semanas después del nombramiento, se producía el anuncio de que el Ayuntamiento de la capital suspendía el Festival de Flamenco de 2024. Un evento que según la delegada de Cultura, Marta Rivera, consideraba que “después de analizarlo, por número de actividades, por número de público, por efectividad del Festival... no estaba dando los resultados” que querían.
La realidad es que en la pasada edición del acontecimiento se congregaron más de 7.000 espectadores, lo que significaba más del 70% de ocupación y 13 eventos con el cartel de sold out (entradas agotadas). Tras ello, el Ayuntamiento de Madrid enviaba una nota de prensa en la que aseguraba que aquel episodio “suponía la consolidación plena de este festival como cita obligada de la afición flamenca madrileña, con una valoración muy positiva por la calidad de los montajes y la buena respuesta del público a los espectáculos programados”. Tras el cambio en la dirección de la concejalía, el evento ha sido cancelado y, pese a que desde las instituciones se asegura que “se estudian otras opciones”, el certamen permanece a la espera.
Junto a los recortes en fiestas de barrio y a festivales considerados como Bien de Interés Cultural, también se encuentran edificios de gran valor histórico que han sido olvidados. Es el caso de la casa de Vicente Aleixandre, Velintonia, que en el año 2021 fue nombrada por el Consejo de Gobierno regional como Bien de Interés Patrimonial. Por aquel entonces, la Comunidad de Madrid aseguraba que se garantizaría la conservación de su valor simbólico. Tres años después, en la actualidad, el domicilio que fue escenario de la vida del Premio Nobel y lugar de reunión de miembros de la Generación del 27, entre otros, se encuentra a subasta por 3,1 millones de euros.
Si bien este no es el único edificio olvidado de la región. El Palacio de los duques de Osuna, también conocido como Palacio de los Farinelli, se halla en la localidad de Aranjuez. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 1983 y el 3 de marzo de 2014 se incluyó en la Lista Roja de Patrimonio, una recolección de edificios o monumentos en alto riesgo de desaparición por diferentes motivos. Fue en 2018 cuando este en concreto sufrió un incendio tras años de olvido por parte de las instituciones de la comunidad. Esto produjo la pérdida de parte del inmueble y la caída de uno de sus tejados. En la actualidad pasa desapercibido aquel lugar en el que se cantaban canciones para el deleite de la burguesía del siglo XVII.
Mientras que a nivel musical se consolida una escena que reivindica el origen madrileño, la inversión cultural de la región se encuentra a la cola de la del resto del país. Es el caso de C. Tangana, que con su disco El Madrileño situó a la capital entre los discos más vendidos de la historia de España, reivindicando el estilo castizo y uniendo a diferentes generaciones. También los raperos Natos y Waor, donde en cada merchandising que sacan lucen con orgullo la bandera de la región y también en múltiples letras como “veo siete estrellas en el cielo de mi cuarto”. O Recycled J, un artista que presume de su origen en el barrio de Carabanchel y que, como él dice, “soy de Madrid, de la madre que me parió”.
Según los últimos datos de los que se tienen registro, el Instituto Nacional de Estadística coloca a la Comunidad de Madrid en la cuarta empezando por la cola que menos gasta per capita en cultura, unos 31€ por ciudadano empatando con Castilla La Mancha y lejos de los 111€ de Navarra que lidera la lista. En el año de la pandemia, probablemente el momento más delicado para la cultura, el gobierno regional redujo hasta un 10% la inversión, al año siguiente otro 2% y, pese a que en 2022 aumentara considerablemente, todavía es lejano aquel porcentaje de finales de la década de los 2000. Entonces era de un 1,74% del PIB, en la actualidad es del 0,81%, casi la mitad.
La capital se ha convertido en un destino ideal para inversiones millonarias extranjeras y, ante el ruido de diferentes macro eventos, la cultura y festividades locales quedan en un segundo plano a la espera de conseguir su turno en la oda de la espectacularidad y ruido mediático, expectantes para conseguir aquello que hace comunidad: las costumbres de sus barrios y pueblos.