No saltó ninguna alarma el 26 de octubre de 2014 en la oficina de Pisos.com ni en la redacción del diario ABC cuando en la publicación de su artículo conjunto sobre las diez viviendas más lujosas y caras en Madrid apareció, en el número 9, un “singular e histórico” edificio de 18 habitaciones y 7 cuartos de baño que sumaban un total de 1.749 metros cuadrados ideales como hotel o “para vivir sin estrecheces”. Tuvo que ser la escritora María Isabel Gea, autora de decenas de libros sobre curiosidades e historias de Madrid, la que lo hiciera notar pocos días más tarde en su blog.
“De entre [las viviendas publicadas], llama la atención una en concreto porque, aunque ni el diario digital ni el portal de pisos lo indican, se trata del palacete del insigne doctor e histólogo Santiago Ramón y Cajal”.
Una vez más, un bien de interés general quedaba en manos del mercado inmobiliario para que hiciese lo que quisiese con él. El palacete, situado en el número 64 de la Calle de Alfonso XII, cercano a la sede de su primer laboratorio, a la estación de Atocha y frente al Observatorio Astronómico del Retiro, junto al que se levantó la segunda sede del Instituto Cajal, salía a la venta por 6,5 millones de euros. La historia continuó según lo previsto: lo compró un millonario, el colombiano Óscar Pedraza, para convertirlo en pisos de lujo. Hoy los obreros ultiman detalles y la promotora oferta la última vivienda disponible, un piso de 400 metros cuadrados por 3,2 millones de euros.
En el patio interior, que hasta entonces estuvo lleno de plantas, había un pequeño pabellón de madera cuyo derribo fue autorizado para construir un parking robotizado (una especie de ascensor para coches). Solo la fachada tenía cierto grado de protección urbanística y se ha limpiado y mantenido, con una placa con las iniciales RC y otra con el año de construcción, 1912.
“Lo más importante de la casa es que la diseñó el propio Santiago Ramón y Cajal. La hizo como él quería”, insiste Fernando de Castro, científico titular del CSIC y jefe del Grupo de Neurobiología del Desarrollo en el Instituto Cajal. De Castro es el nieto de Fernando de Castro Rodríguez, uno de los más jóvenes y destacados discípulos directos del Nobel de Medicina español y único heredero actual del archivo de su abuelo. En él no solo conservan sus documentos científicos, también algunos provenientes del maestro y de diversos miembros de la Escuela Neurológica Española.
Entre ellos aparecen los monos (los dibujos) de la casa realizados por Santiago Ramón y Cajal. Con instrucciones manuscritas. Fue el arquitecto Julio Martínez Zapata el que los llevó a cabo y firmó la obra.
“En Viena hay un caso similar que sí se conserva. El filósofo Wittgenstein le pidió al arquitecto Paul Engelmann que le hiciera su casa”, explica Álvaro Bonet, investigador de arquitectura y portavoz de Madrid Ciudadanía y Patrimonio. “Siendo una persona intelectual, es posible que tomara estas decisiones”.
El palacete, apunta Juan Andrés de Carlos, investigador del Instituto Cajal, “fue la casa de Cajal durante sus últimos veintitantos años de vida. Falleció allí. Tenía tres plantas y él vivía en la segunda, en la terraza acristalada que da a Alfonso XII. En la planta baja tenía la 'cueva' y se recluía a trabajar”. Esta 'cueva' desapareció en 1934, cuando falleció —“sus discípulos recogieron todo y lo trasladaron al Instituto Cajal, pues él deseaba que sus pertenencias científicas se conservasen allí”— y el resto de la casa fue pasando por distintos miembros de la familia e inquilinos.
“La tercera planta la tuvo alquilada a un fotógrafo alemán llamado Zocoll, que le hizo sus últimos retratos de octogenario. Con el tiempo le tuvieron que pedir que se marchase, pues hacía muchas fiestas y ruido que molestaba a Cajal”, continúa De Carlos. “Entonces entró su hijo Jorge, con sus tres hijos, los únicos nietos que le trataron. Después la ocupó su hijo pequeño, con dos hijos: Angelines y Santiago. Santiago llegó a ser catedrático en la Universidad de Zaragoza; Angelines se casó con un magistrado de Alicante. Cuando falleció su marido, regresó al palacete”. Fue Angelines quien, poco antes de morir, lo puso en venta.
Cuando se extendió la noticia de que el palacete iba a ser troceado en pisos de lujo, científicos y asociaciones defensoras del patrimonio intentaron pararlo. Crearon un change.org para recoger firmas y solicitaron al Gobierno que la comprara y creara una casa-museo con su legado, que permanecía guardado en una habitación del CSIC. Tras salir de la 'cueva' en 1934, el legado estuvo activo en el Instituto hasta la Guerra Civil. “El Instituto estaba en el Cerro de San Blas. Era el primer alto tras el frente de batalla en esa zona. Los milicianos entraron varias veces y lo conviritieron en campo de batalla, pero Tello y De Castro consiguieron protegerlo íntegro hasta el final de la contienda. Ahí surge la idea de hacer un museo”, añade De Castro. “Cuando termina la guerra, se hace en cuanto se puede. En 1957 el Instituto se trasladó a la calle Velázquez y se mantuvo. Pero en 1989 se traslada a la calle Doctor Arce y las instalaciones previstas para el museo se convierten en oficinas”.
Los archivos quedaron un tiempo en cajas, hasta que al inicio de los años 2000 se catalogaron, escanearon y protegieron. Y ahí siguen, almacenados en una pequeña habitación (“ignífuga y con controles de todo tipo”, aclara De Castro). No será hasta dentro de unos meses cuando puedan verse en el CSIC, en una sala de 220 metros cuadrados habilitada para ello, según avanzó El País. El disgusto entre científicos, que consideran que una simple exposición no está a la altura del científico más importante de nuestro país, es notable. “Que no haya un Museo de Cajal y de la Escuela Neurológica Española es un delito de lesa patria”, considera De Castro. “Y en él han incurrido dirigentes de todo tipo: políticos, medios y clases intelectuales”.
Respecto a comprar el palacete y protegerlo, el Gobierno y la Comunidad fueron tajantes declarándose “no competentes”. El comprador colombiano, por su parte, aprovechó lo que tenía entre manos y cambió el nombre de su promoción a 'Palacete Ramón y Cajal'.
Objetos perdidos
La historia de desdichas del palacete, que hasta su venta estuvo sucio y descuidado, no termina de entenderse sin la batalla por la memoria de Cajal que libraron Angelines Ramón y Cajal y los científicos del instituto.
“Esta mujer apuntaba algo que es cierto, y es que el legado lo hizo Cajal al Instituto, pero el Instituto no tiene una figura legal como tal. El CSIC lo absorbe en 1939. El problema es que ella intentó monopolizar el debate de a quién pertenecía ese legado, si a los descendientes, al instituto o al CSIC”, explica De Castro. “Nadie ha entrado nunca en el meollo legal de esta historia y probablemente todo el mundo tenga parte de razón. Pero fue una persona que dificultó mucho las cosas”.
“Ni ella ni el Gobierno hicieron caso de la petición de crear una casa-museo”, añade de Carlos. “Lo último que hizo fue, antes de entregar la casa, llamar a una cuadrilla de gitanos para que se llevasen lo que allí quedaba, supongo que a cambio de unos pocos de euros. Quedaban cosas bastante personales: papeles, libros, cuadros, sábanas bordadas...”. Afortunadamente, indica De Castro, no los documentos y dibujos más importantes.
Hay varios testimonios de las apariciones de objetos de Ramón y Cajal en el Rastro de Madrid. Uno aparece en el libro El Rastro de Andrés Trapiello, reseñado en esta entrevista en El Mundo, donde un gitano llamado Jesús apunta: “Cartas suyas, sábanas con sus inciales, ropa, su bombín, libros con su letra... todo por el suelo. Habían vaciado los cajones y allí estaba todo revuelto, desperdigado por la casa. Daba pena verlo”. El artículo explica que Jesús acudió porque le llamó la nieta del científico, que compró lo que quiso y que lo fue vendiendo en su puesto del mercado.
El segundo aparece en la revista Comarca, de Ayerbe (Huesca), en la que un vecino 'cajaliano' cuenta cómo se entera de que hay objetos de Cajal allí. Una amiga suya que viajó a Madrid le envió varias fotografías “de un puesto situado en el Callejón del Mellizo cuyo propietario tenía bien expuestas dos fotografías enmarcadas de Santiago y su esposa Silveria, al mismo tiempo que diversos objetos y una buena cantidad de libros autoría de don Santiago y otros que trataban de él”.
No mucho después, continúa, otro vecino afincado en la capital y “muy acostumbrado a curiosear por el famoso mercadillo recibió la información de que uno de los vendedores ofrecía numerosos libros sobre don Santiago. Interesado por el tema, acudió al puesto y se encontró con centenares de obras con anotaciones manuscritas en muchas de ellas. Las inspeccionó y pudo reunir cerca de tres centenares de ejemplares. Algo después se pudo saber que dichos libros y enseres procedían del palacete. Parte de los recuerdos de Cajal y de sus parientes fueron poniéndose a la venta en el Rastro los domingos por la mañana, difuminándose por las bibliotecas de los compradores anónimos y sin que tal situación trascendiese al conocimiento público ni causase ninguna alarma”.
Además de en el Rastro, parte de los libros y objetos terminaron en la Cuesta de Moyano (justo detrás del palacete). “A mí me avisaron de que había una serie de cosas allí”, narra De Castro. “Fui al día siguiente y ya las habían vendido a un anticuario de Barcelona. En la Cuesta de Moyano hubo un goteo durante cinco o seis décadas”. Fue precisamente De Castro una de las personas que trabajó en la idea de que el legado de Cajal se convirtiera en Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO — una propuesta impulsada por Juan Andrés de Carlos y que se consiguió en 2017.
“Si un científico creó escuela en la historia fue Cajal. Supo darle al mundo varios discípulos que continuaron con su labor. Y no lo digo solo yo: ya lo escribió Sherrington, Nobel de Medicina en 1932, en el obituario que le dedicó”, concluye. “Suele decirse que fue una excepción, pero eso es una excusa para no invertir en ciencia. Si fue anómalo, ¿para qué vas a invertir ahora? Cajal fue verdaderamente excepcional en la historia de la ciencia, pero no fue una excepción en la ciencia española”
En opinión del arquitecto Bonet, que el palacete y los objetos personales hayan sido tan maltratados no es culpa de los herederos sino del Estado. “Un heredero no tiene que cargar con la responsabilidad universal de ser el descendiente de alguien. No puede ser que la sociedad le cargue la culpa, porque esto depende de cada uno y de sus necesidades económicas. Por eso hablamos de que el Estado lo compre. Existe un mecanismo que es el interés general y la expropiación forzosa, porque tiene más valor para el conjunto de la sociedad”, indica. “No deja de ser lamentable que vayas a Francia y veas la casa de Víctor Hugo o las de Shakespeare en Reino Unido. Aquí tienes la de Lope de Vega, que salvó la RAE. En Madrid podríamos tener la de Vicente Aleixandre, que está abandonada. Y en la de Ramón y Cajal el Estado tiene la fuerza suficiente para plantearse su compra. Pero la cultura siempre se deja para lo último. Es un síntoma de la decadencia de nuestro país”.