En el mitin de mitad de campaña del Partido Popular en Pozuelo de Alarcón el sábado no hubo antidisturbios. No hacían falta. Aquí no se forman tumultos, no se protesta en las calles ni existe apenas conflictividad social. Con 87.000 habitantes y una renta media disponible de 58.000 euros, según la Agencia Tributaria, Pozuelo es el segundo municipio más adinerado de España y el primero de Madrid, con un presupuesto de 110 millones de euros. El PP, como Alianza Popular antes, gobierna desde hace 38 años. No le afectó la Gürtel –aunque el alcalde de aquella época, Jesús Sepúlveda, acabó en la cárcel–, ni le hizo apenas parpadear el 15M. En sentido estricto, a la mayoría de los residentes no les va a afectar mucho que a partir del 4 de mayo gobierne en la Comunidad de Madrid la izquierda o la derecha. Hay, no obstante, una minoría a la que sí.
Además del segundo municipio más rico del país, Pozuelo también es el subcampeón de la desigualdad, tras la estela de Alcobendas, según un estudio de Fedea, así como de los que menos invierte en servicios sociales. Esta circunstancia tiene limitado impacto electoral. En el mapa de voto de las elecciones generales de 2019 hay una pequeña isla, apenas tres mesas, en las que la izquierda ganó por la mínima. No es en las urbanizaciones de chalés adosados, construidos en los años 80 para la clase media con ganas de seguir ascendiendo, ni en los grandes cotos de lujo donde residen los millonarios. Es en el barrio de Las Flores, en la zona más genuinamente urbana, edificada en el franquismo (Pozuelo fue arrasado en la Guerra Civil), con los mismos edificios de ladrillo visto que proliferaron durante el desarrollismo en Getafe o Leganés, y donde hoy mayoritariamente viven trabajadores mayores jubilados y una comunidad migrante asentada desde hace décadas, de origen dominicano, en buena parte. También en las dos manzanas conocidas como Los Elementos, de mayoría marroquí, cuyo suelo no está a nivel con las calles circundantes: el acceso es en pendiente descendente.
En el mitin del PP, la primera en tomar la palabra fue la alcaldesa, Susana Pérez Quislant, que resumió el modelo de ciudad de los populares. “Os pido que miréis alrededor”, dijo a los 400 asistentes con silla que acudieron al parque Prados de Torrejón, a 20 minutos a pie del centro, aunque poca gente se desplace andando. “Pozuelo está cuidado, está limpio, está ordenado. Tenemos 90 parques, 25.000 árboles, 8.000 autónomos, 12.000 empresas, cinco universidades, ocho colegios públicos de primera categoría”, enumeró, matizando: “Cinco concertados, porque aquí damos libertad a los padres”. “En Pozuelo”, fue terminando, “la gente viene a vivir en paz”.
El “venir a vivir” no es necesariamente un lapsus. De Pozuelo se es cada vez menos por nacimiento y más por 'merecimiento' o capacidad adquisitiva. “En la pirámide de población se ven dos bocados entre los 20 y los 40 años. Vienen a representar unos 5.000 habitantes que se van”, dice el portavoz municipal del PSOE, Ángel Bascuñana. Por los precios de la vivienda y los salarios precarios, además de por la cuestión biológica, reflexiona, “las zonas más tradicionales van reduciéndose” y se consolida el “gueto de riqueza” de fenómenos residenciales como La Finca, Montealina o Somosaguas. Estos habitantes no llevan a sus hijos a colegios públicos ni concertados, sino a los privados, que son mayoritarios.
Uno de los que se resiste a marcharse es Unai Sanz, concejal de Somos Pozuelo, la candidatura municipalista surgida en 2015 y que ha resistido a las tensiones internas y escisiones de las formaciones a la izquierda del PSOE. A punto de cumplir los 31, Sanz se metió en política tras la estela del Colectivo 1984, a caballo entre Pozuelo y el barrio madrileño de Aravaca (comparten instituto), al que estuvo ligado Íñigo Errejón o el hoy número 2 de la lista de Más Madrid, Pablo Gómez Perpinyà, que también fue edil. Después vino el 15M, que pegó bastante fuerte, dentro de lo que cabe aquí: la plaza del ayuntamiento estuvo ocupada durante dos semanas, con casi 300 personas. “Se decía que el PP no tenía modelo de ciudad, pero sí lo tiene: las urbanizaciones”, apunta Sanz, quien recuerda el caso de la llamada ampliación de la Casa de Campo o la avenida de Europa, bloques de buenas viviendas, de piscinas comunitarias, con las que Pozuelo casi duplicó su población a partir de los 80. Hoy pueden costar medio millón de euros. “Eran abogados, profesionales liberales… Hoy sus hijos se tienen que marchar. Después, si les va bien, vuelven”, explica. “La configuración de la ciudad acaba determinando la ideología de la ciudad. Se diseñó para atraer voto de derechas”, lamenta Bascuñana.
En el mitin del PP estuvo también Enrique Ruiz Escudero, consejero de Sanidad y presidente del PP local. Escudero fue concejal en las filas del Partido Demócrata Español, una escisión del PP por la derecha de cuando Aznar coqueteaba con el centro, reabsorbida en la casa madre más o menos cuando estalló la burbuja inmobiliaria. Su hermana, Almudena, es hoy concejala de Obras. Contento de estar en casa, Escudero celebró: “Me siento como Futre en las grandes noches en el Calderón”. El guiño a Paulo Futre, delantero del Atlético de Madrid a finales de los 80 y los 90, es doble, porque el exfutbolista también ha vivido en Pozuelo, en la urbanización Monteclaro. “Futre, [Juanma] López [también futbolista del Atlético, menos fantasioso en el césped], Hugo Sánchez [rival de Futre en el Real Madrid] y Lolo Sainz [entrenador del Madrid de baloncesto y de la selección]”, insiste en recordar Faustino Calcerrada, de 90 años, empleado de mantenimiento de la urbanización durante muchos años.
Faustino vive hoy en un extremo del barrio de Las Flores, con su mujer, Juana López, de 81 años. Llegaron a Madrid hace más de seis décadas, procedentes de Arenas de San Juan (Ciudad Real). “Esto eran cuatro casas viejas, no había hospitales”, recuerda él, que se levanta del banco de la plaza para explicarse mejor. Sus tres hijos nacieron en casa. Cuando Juana se ponía de parto, Faustino tenía que salir a toda prisa a buscar a la comadrona. Hoy viven bien. Tienen dos pisos en el bloque, tiraron los tabiques para unirlos, él cobra 1.300 euros de pensión, han estado en Benidorm, en Tenerife. Votarán a la derecha.
“Aquí, el que no trabaja no come”
Con la minoría emigrante de Pozuelo sucede lo que en tantas otras partes: votan poco. “Hay un desfase de voto del 10% al 15%”, calcula el socialista Bascuñana. En un bar de Las Flores, tres mujeres sentadas ante sendos cafés confirman esa impresión. Una de ellas, de unos 50 años, 30 de ellos en España, según dice, cuida de un hombre con dificultades de aprendizaje. “Este nada, es como un niño”, previene. Ella no quiere decir su nombre, cuenta que a Ayuso no la votará, pero aún no sabe si irá al colegio electoral o no, ni por quién optaría, en caso de ir. La segunda se llama Ana, dice que no votará. La tercera, algo más joven y también anónima, ya algo molesta ante la intromisión, zanja: “Aquí, el que no trabaja no come”.
No lejos de allí, en el bar La Ciudadela, charla con una clienta el dueño, Majid Mohil, iraní que llegó en los 80, cuando en España las fronteras eran más porosas, según su propio relato. Afín a Podemos, Mohil recuerda que hace unos días increpó a un hombre que arrancó un cartel electoral de Mónica García pegado en la puerta del supermercado de enfrente. Se lanzaron un par de improperios, pero la sangre no llegó al río. La tensión política general no tiene gran expresión en Pozuelo, donde la derecha es tan mayoritaria como educada, salvo alguna excepción en las fiestas del pueblo, donde “algún imbécil” todavía brama ante las casetas de los partidos de izquierda, en palabras de Bascuñana. “Siempre hay alguno que te llama hijoputa”, coincide Sanz. Pero son sucesos anecdóticos, como cuando el color de la maquetación de la revista municipal pasó del morado, en homenaje al pendón de Castilla, al azul marino, justo coincidiendo con el nacimiento y primer ascenso de Podemos.
En el Ayuntamiento, la izquierda se tiene que armar de paciencia. Desde 2019 el PP no tiene mayoría absoluta, pero se apoya en Ciudadanos o Vox. Bascuñana opina: “Cuando el melón está abierto, te puedes enfrentar de una manera más agresiva, más consolidada como bloque. Aquí, cambias la posibilidad de apuntarte el tanto a por que la iniciativa salga adelante. Hay que ser moderado, aunque a veces los partidos no lo entienden”. Sainz escribe en la revista municipal y se explaya en los plenos del ayuntamiento, pero reconoce que el trabajo es “poco emocionante”. “Mucha gente no está arraigada. Viven aquí como podrían vivir en Boadilla, y el voto lo deciden por las dinámicas nacionales. En las elecciones municipales, había gente que se acercaba al puesto a decirme que iban a votar por Carmena”, recuerda. Del año de pandemia, señala las dificultades para poner en marcha una despensa vecinal.
Sanz considera que un cambio de gobierno tendría un efecto inmediato, por el esperado foco en las políticas sociales. “A lo mejor en un sitio como Móstoles, por ejemplo, no se notaría tanto. Aquí sería tremendo”, se ilusiona. Bascuñana apunta, igualmente, a la situación de los “colectivos en situación de doble marginalidad: precariedad por las bajas rentas y un contexto en el que impera la riqueza”. La alcaldesa Quislant hacía otro diagnóstico en el acto del sábado. “Tenemos buenas instalaciones deportivas, buenas actividades culturales, la mejor oferta educativa y de ocio. Pozuelo siempre ha sido un puntal fundamental de las mejores políticas”.