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Fase 2, día 1: y los templos del consumo volvieron a abrir

Claveles y un espectáculo de mimo para dar la bienvenida. Así ha abierto este lunes sus puertas el centro comercial de La Vaguada, en el Barrio del Pilar de Madrid, tras tres meses con el cerrojo echado. Antes de que la COVID-19 lo convirtiese en un foco de contagio, este mastodonte de hormigón, plomo y piedra natural que diseñó César Manrique era el núcleo de vida del norte de la capital con los jubilados merodeando sin rumbo, las familias y los grupos de amigos comiendo en la última planta. Hoy, al 40% de su capacidad, mascarillas y geles en cada esquina, esa estampa se ha vuelto a repetir.

Aunque La Vaguada ha podido mantener un ala abierta destinada a la alimentación, ha entrado de golpe en la fase 2 como el resto de superficies de Madrid. Con más normas y protocolos -han instalado un contador de aforo digital y medidas de higiene que antes no existían-, este primer día en los centros comerciales servirá para muchos como baremo de la reactivación económica en el resto de la ciudad.

A las diez de la mañana y con la persiana de algunos comercios a medio subir, los pasillos de La Vaguada parecían autopistas llenas de clientes madrugadores. Ahí estaban Toñi y Elena, dos amas de casa de sesenta y seis años, que ya lo echaban de menos. “Antes veníamos a diario”, dicen ataviadas con ropa de deporte y con varias bolsas de Pedro del Hierro y Cortefiel colgando del brazo. “Consumir ahora también es un acto solidario, porque si no nos vamos a la ruina”, justifica la primera.

Según la Asociación Española de Centros y Parques Comerciales (AECC), la crisis les ha hecho perder casi 9.000 millones de euros en ventas durante el estado de alarma. Estos monumentos al consumismo y a las aglomeraciones se han convertido en una suerte de ciudades fantasma donde todo lo que hubiese dentro ha tenido obligación de parar, con lo que algunos negocios han salido perdiendo.

Es el caso de las peluquerías, con permiso para abrir desde hace un mes en Madrid excepto en las grandes superficies. Encarna, al frente de una cadena, lamenta este agravio. “Nos han mantenido en el ERTE hasta hoy. No nos han recolocado en otro”, confiesa. Dentro, atienden a varias cabezas a la vez, pero aún no han incorporado a toda la plantilla a la espera de ver cómo funcionan estos primeros días. Mientras, el alquiler sigue corriendo mes a mes a pesar de que les han concedido una moratoria.

Aunque a primera vista parece que la economía bulle dentro del centro, la realidad es que muchos han aprovechado su apertura para salir a pasear a una temperatura agradable. “La Vaguada es el centro de los jubilados. Ahora, porque les han quitado los bancos, pero si no alguno se estaría echando la siesta”, dic ;Lola dirigiéndose al aparcamiento con un carrito lleno de bolsas del Alcampo. Los supermercados y las tiendas de comida artesanal son lo único que se mantenía abierto, pero hoy se han encontrado con un panorama menos halagador del que imaginaban.

Elvira está sola al frente de la charcutería y observa que su clientela se ha diluido entre el resto de estímulos. “La gente ahora viene a las tiendas de ropa, pero antes éramos la excusa de muchos para entrar al centro comercial y dar un paseo”, cree ella. A pesar de lo que puede parecer, asegura que no le beneficia estar ahí dentro: “Preferiría estar en una tienda de la calle porque todas las ventas se las llevan los grandes supermercados”, reconoce.

Agnes, que regenta una tienda de chocolate belga, nota lo mismo. Hoy regala monas de Pascua porque, “aunque el chocolate es un producto que no caduca, se vende por campañas, como en Semana Santa o el Día de la Madre”. Además de haberse quedado sin promociones, llega el verano, época de helados. “Los hemos descartado porque es imposible comerlos y venderlos mientras haya que llevar mascarilla aquí dentro”, se lamenta.

Agnes debe dar la vuelta al escaparate y convertirlo de nuevo en algo de temporada. Un trabajo al que se han dedicado a contrarreloj prácticamente todas las tiendas del centro comercial, que cerraron a principios de marzo con apenas diez grados fuera y vuelven a abrir con una ola de calor azotando la capital: “Es necesario estimular al cliente, porque muchos han venido de turisteo”.

“Tres meses en tres días”

Fernando, trabajador de una tienda de deportes, sabe lo que cuesta poner a punto un escaparate dentro de La Vaguada: “Antes nos podían dar perfectamente las tres de la mañana haciendo un cambio de colección”, desvela. Aún no se ha incorporado, pero sus compañeros le han contado que el trabajo de estos días ha sido más intenso: “No solo es quitar lo antiguo y reponer con lo nuevo: es recomponer el espacio de arriba abajo”, narra el dependiente.

A unos dos metros, Mercedes, encargada en una marca de ropa juvenil, confirma que han invertido cuatro días “a puerta cerrada” en limpiar, recoger y gestionar los nuevos pedidos. Además, todo ello con una plantilla menor que cuando cerraron. Al lado, en otra gran tienda de ropa de mujer, Silvia reconoce que no ha completado el escaparate porque en apenas unos días comienzan las rebajas: “Hemos hecho un cambio de tres meses en tres días”, resume.

“La colección de invierno ha vuelto a los almacenes prácticamente sin tocar y ahora tenemos que hacerle hueco a la de verano y a los descuentos”, contesta visiblemente agobiada. En estas cadenas de ropa, como ocurre en las de alimentación, la gente ha escrito regresado dispuesta a comprar y a invertir todo lo que no ha gastado en cuarentena. “Probé con los pedidos online, pero no conseguí dar con mi talla ni con los tejidos, así que prefiero venir”, dice Arturo acompañado de sus dos hijos, de 2 y 7 años.

Estas compras presenciales son las que pretenden reactivar desde la AECC. Saben que la transformación que luce hoy ha llegado para quedarse -códigos QR, gel constante en las manos y probadores ultra controlados-, pero esperan que no sea un escollo para los clientes y que pronto regresen a estos microcosmos del consumismo de los que tanto depende el tercer sector de Madrid.

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