Vicente Pizcueta es filósofo de formación, pero en los últimos años se ha dedicado a ejercer de portavoz de distintas agrupaciones empresariales. En 2007, como el de la Federación de Empresarios Hosteleros de Valencia en una entrevista en El País, solicitaba que la “administración se comprometa con inversión pública” dado que el turismo genera un porcentaje importante del PIB. En 2016, como director de comunicación de Noche Madrid en una entrevista en este diario, denunciaba que desde la tragedia del Madrid Arena se señala a los empresarios como responsables de los problemas de seguridad. En mayo, como coordinador de la Unión Empresarial por la Promoción Turística en Madrid, explicaba que la capital esperaba 70.000 hinchas ingleses que pagarían entre 500 y 1.000 euros por noche en la final de la Champions League.
Desde que Madrid Central está en vigor, ha aparecido en prácticamente todos los medios pidiendo cambios y acusando al Gobierno de improvisación. Lo hace en nombre de la Plataforma de Afectados. Estas son tres entrevistas suyas en Telemadrid, cada una como portavoz de una cosa, en los últimos años:
“Madrid Central es un ejemplo de libro. Después de años de abandono de las pymes, ha cuajado una plataforma que les da voz”, dice al teléfono. “Cuando haya otros problemas, este músculo facilitará los debates. Yo lo llamo defensa sectorial”.
Hay un hombre en España que lo hace todo
Pizcueta solo tiene una oficina dentro del perímetro restringido a los coches. La otra está en Valencia, donde nació en 1962. Desde ambas trabaja como consultor de comunicación para diversos clientes, casi siempre pequeñas empresas que se enfrentan a nuevas regulaciones y terminan batallando contra la Administración.
“Claro que me afecta Madrid Central. Pero no solo a mí, sino a todo lo que tenga que ver con mi actividad: comercio, servicios, despachos... En este caso, el ocio nocturno no se ha movilizado porque lo que quiere es más transporte público. Si el tema es de actualidad, los periodistas me llaman y yo lo aclaro. ¡Esta misma semana he hecho declaraciones sobre el Imserso!”, ríe. “Es una estrategia mía: muchas pymes no tienen portavoz y yo ejerzo como tal”.
En los encuentros a los que acude, Pizcueta, que ya tiene 57 años, viste camisa blanca, americana y gafas gruesas. Hace 26, cuando apenas pasaba la treintena, las cámaras de Canal Plus lo grabaron una madrugada de fin de semana en Valencia haciendo la caja de una discoteca, tomando un chupito y pidiendo un “cafetito con leche” antes de subirse al coche y marchar.
“Vicente, ¿hasta cuándo va a durar esto de las discotecas que abren una tras otra?”, preguntaba un reportero en español afrancesado. “Yo creo que van a durar mientras la gente quiera vivir de esa manera independiente la noche, si es el refugio de esa rebeldía adolescente o si es el espacio donde se quiere encontrar esa juventud”, respondía él. “Desde luego, seguirá evolucionando. Y cambiaremos con la gente, que es lo importante”, añadía.
Por aquel entonces, este hombre ya presidía la Asociación de las Zonas Especiales Valencianas, que reclamaba la legalización del horario “cañero”: el de las discotecas de día que proliferaban en los pueblos de alrededor de la capital. Ya no se salía solo de noche, sino que se habían puesto de moda las mañanas y las tardes de los domingos para ir a bailar. Se aguantaba a base de mescalina, en los primeros años, y speed y éxtasis al final. Eran los años más desbordantes de la Ruta, cuando aquel movimiento, aquella Movida Valenciana, había pasado del underground a las masas y cada fin de semana recibía a jóvenes de toda España en busca de fiestas de varios días.
Pizcueta dirigía Heaven y Barraca, dos de las discotecas más famosas de la zona. Barraca, de hecho, está considerada como la sala que lo inició todo a finales de los 70, cuando empezó a pinchar electrónica alemana.
“Comencé de disc jockey en el Cala [Calavera], una discoteca de verano. Luego pasé a director artístico de Chocolate. Luego Pachá, que la cambiamos de nombre [para que no se asociara al movimiento hippy de Ibiza, que ya había decaído, y porque eran muy auténticos y no querían una discoteca llamada así]. Después Barraca y finalmente Heaven”, explica. “Fueron unos años muy intensos, más de lo que hubiera podido imaginar. Empecé para ganarme unas pelas mientras estudiaba Filosofía, pero por mi perfil era el que hacía de portavoz. Éramos una generación de jóvenes idealistas. Se podría decir que éramos promotores, aunque ese concepto aún no existía. Nuestra promotora era El País de las Maravillas. Llegábamos a acuerdos con los dueños de las distintas salas”.
En el libro ¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1995, donde interviene varias veces, añade: “Ingenuos, soñadores... Teníamos una visión romántica y comprometida. No teníamos formación para una gestión empresarial de ese volumen, no teníamos vocación de empresarios. Yo estaba más preocupado por ser auténtico. Y creo que lo hicimos bien. Pero fundamentalmente morimos de éxito porque vino demasiada gente”.
Así, más tarde llegarían los controles de drogas de la Guardia Civil, la caída de calidad musical (cada vez más repetitiva, sin directos e industrial), la demonización del fenómeno en los medios (a lo que contribuyó el crimen de Alcásser, que se produjo cuando las niñas iban a una de las muchas discotecas que había) y su decadencia y punto final.
La batalla del relato
En los últimos años han proliferado artículos, documentales, libros y podcasts sobre la famosa Ruta del Bakalao. Cuentan sus protagonistas que el nombre venía del “bacalao” como sinónimo de hachís, del “bacalao” como sinónimo de que había chicas o del “bacalao” cuando no quedaban discos de importación en las tiendas y “ya estaba todo el bacalao vendido”, que terminó derivando en “bacalao” para todo, incluida la música que se pinchaba allí. Menos mediático es el nombre de Ruta Destroy, un término que puso el propio Pizcueta y que mantienen en los círculos más cercanos.
“La Ruta Destroy es un póster que hicimos en Barraca, Heaven y Zona. Y Destroy era también una marca de calzado del circuito más underground”, explicaba el filósofo en el libro. “Yo seguía manteniendo mi espíritu rupturista, libertario, y 'destroy' quiere decir eso. Lo de 'ruta del Bakalao' era un concepto periodístico, que se asoció a una campaña que nos hizo muchísimo daño y desvirtuó el componente cultural del fenómeno musical. La denominación de 'Destroy' se asimiló por ser más auténtica. Y no me gusta reivindicar la autoría, pero sí que la asumo”.
Otra atribución que le corresponde es la de los cuños en las discotecas, o cobrar por salir y volver a entrar. “No estoy especialmente orgulloso, pero es que no cabían todos. Eso terminó haciendo mucho daño, porque había un proceso natural: la gente iba al parking y ya no entraba en la discoteca”, añade. En cualquier caso, Pizcueta siempre ha reconocido que fue mucho mejor gestor cultural que hombre de negocios. “Yo era el moderno en la facultad y el filósofo en la discoteca. Que una discoteca tuviera un filósofo al frente era una cosa muy marciana. Eran finales de los 70, recién empezada la democracia, sin leyes del espectáculo porque están transferidas a las comunidades y no se desarrollan. Así que hay autogestión de la diversión. En mayo decorábamos la discoteca con banderas soviéticas, reivindicando el mayo francés. Había un componente político en el ocio”.
Para entender del todo bien lo que significó, recomienda el libro En Éxtasis, el bacalao como contracultura en España, del periodista Joan Oleaque. “Se editó en 2003 en catalán y hace pocos años en castellano, lo que provocó el 'revival' ochentero”. Ese fenómeno se repasa también en Regreso a la Ruta del Bakalao: 20 años de aquellas fiestas locas que duraban 4 días, Regreso a la Ruta del Bakalao: 20 años de aquellas fiestas locas que duraban 4 días un reportaje del periodista David López Frías en El Español.
Durante quince años, Pizcueta participó de uno de los movimientos contraculturales más importantes de España, más masivo pero menos mediático que la Movida Madrileña, y del que hasta hace poco tiempo solo había quedado la idea de los jóvenes drogados bailando makineo sin control. Por eso agradece que ahora se esté “produciendo cierta revisión de su componente cultural”. Sin embargo, y aunque aparece en casi todos los reportajes sobre la Ruta, Pizcueta nunca ha querido mezclar sus dos facetas. Es una cuestión de relato.
“Estoy muy orgulloso de aquella etapa, que genera cierta leyenda. Pero en el 97 me corté la coleta y la cerré. Tuve un periodo de reflexión y decidí dedicarme a la comunicación. Me formé durante cinco años en una empresa y más tarde monté la mía, Comunicación Estratégica”.
De luchar contra el Arzobispado a luchar contra Gallardón y Carmena
Aunque también se ha dedicado a las pymes de Valencia, hace tiempo trasladó su labor a Madrid. “Le suponía un dolor de cabeza a Rita Barberá, que no paró hasta que no prescindieron de mis servicios ciertas organizaciones. Por eso me desplacé”. Desde entonces, Pizcueta ha sido el artífice comunicativo de la Plataforma por el Ocio y la Plataforma de Afectados por Madrid Central.
“Hace diez años tuvimos problemas con Gallardón. Creó el horario de desalojo de los locales, que les quitaba media hora de apertura. Eso provocó una reacción”, cuenta. “Aquellas crisis generaron conciencia: las asociaciones tienen que defender sus intereses y el debate mediático es fundamental para presionar a la administración”. Quince años después, ha repetido defendiendo a las pymes ante Madrid Central.
¿Cómo? Hace un año, cuenta, hubo varias reuniones con el Ayuntamiento para tratar cómo funcionaría la nueva medida. No había un plan cerrado, así que varias asociaciones de hostelería explicaron su visión (por ejemplo, que muchas veces necesitan el coche para salir a solucionar problemas). En un encuentro en CEIM, la Confederación Empresarial de Madrid, sus representantes acercaron posturas. “Y en septiembre concluimos que teníamos un problema, porque nos decían: no os preocupéis. Pero la cuenta atrás acechaba. El 3 de octubre [un par de meses antes de entrar en marcha] hicimos la primera presentación”.
A ellos se sumaron otros afectados -abogados de oficio, algunos colegios, las empresas de mantenimiento de gas, de transporte de mercancías...- y pusieron en marcha su campaña. “De protesta, por un lado, y recopilando la casuística no contemplada por otro, para forzar la negociación con Inés Sabanés y Marta Higueras”.
En el fondo, su mensaje es sencillo: quieren que el cambio llegue a toda la ciudad, pero que contemple las excepciones necesarias para que los comerciantes puedan funcionar con normalidad. Consiguieron varias y ahora su prioridad es abordar la transición ecológica, “que desborda a las pymes, porque su capacidad de innovación e interlocución con la administración... es la que es”.
En su época de promotor rutero, Pizcueta no solo peleó contra la Administración por los horarios. También contra los controles, que se intensificaron con el boom mediático y hasta con la Iglesia.
“Creo que toda mi labor arranca en un momento en el que teníamos muchos problemas con el arzobispado, porque en pleno boom del SIDA repartíamos preservativos en las puertas de las discotecas”, concluye. “En este caso, los pequeños se han sentido traicionados porque se les ponía en el mismo saco que a las grandes empresas. Ha habido todo tipo de negociaciones en el Ayuntamiento y las pymes se han quedado en tierra de nadie, de: oye, yo no tengo nada que ver con la contaminación. Yo lo que quiero es llegar cada día a abrir mi negocio”. Como antaño, Pizcueta considera su defensa una cuestión social.