Los muros que bordean el Manzanares a la altura del Puente del Rey no siempre estuvieron visibles. Ahora que el río fluye debajo, las piedras han quedado al descubierto y su tonalidad oscura da pistas de que el agua estuvo embalsada hasta hace poco tiempo: durante años, allí no hubo más que una sucesión de piscinas estancas. En 2016, sin embargo, un proyecto para renaturalizar el ecosistema de la zona comenzó a cambiar la postal. El Ayuntamiento de Manuela Carmena invirtió 1,2 millones de euros para poner en marcha la primera fase de la iniciativa, que fue presentada por la ONG Ecologistas en Acción, y la vida poco a poco regresó al Manzanares. El tramo urbano del río, de unos 7,5 kilómetros, se repobló con especies autóctonas y exóticas; los malos olores y los mosquitos desaparecieron, y los vecinos volvieron a asomarse al río.
“Es que antes no había nada que mirar”, comenta Marimar Iturraste, de 54 años, que tres veces a la semana llega andando desde Villaverde. “Ahora, sí”. Desde que el equipo de gobierno de Manuela Carmena, con el apoyo de todos los grupos municipales, autorizó que se abrieran las compuertas de las presas, hace ya tres años, la recuperación ha sido un éxito medioambiental. Primero, aparecieron islas y orillas, que en seis meses se empezaron a cubrir de eneas, carrizos, álamos y sauces de cinco especies; la calidad del agua mejoró y la población de peces como el barbo creció; con ello, amentó la cantidad y variedad de aves: hoy hay unas 68 especies; se liberaron tortugas y, hace poco, fueron noticia las primeras nutrias.
“Ahora, tenemos un río que ya es un río”, afirma Santiago Barajas, portavoz de Ecologistas en Acción. La rápida recuperación ha sorprendido a los ambientalistas, que esperaban alcanzar el mismo resultado, pero en un período más largo, de entre cinco a siete años. “Los árboles se han salido de todas las tablas de crecimiento”, cuenta el ingeniero agrónomo apuntando a un ejemplar que ha alcanzado los once metros cerca del Puente de Segovia.
-Os presento al árbol más alto del río. Mirad qué tronco.
Barajas recorre con un grupo de unas cien personas la vera del río para mostrar los resultados. Binoculares en mano, señala a los visitantes diferentes especies. Se oyen los chillidos de algunos pájaros que, dice, a veces confunde con la puerta de un coche que se cierra. Diferentes Ayuntamientos y universidades europeas han llegado a Madrid para estudiar la recuperación del río, que se ha hecho de forma controlada porque, como explica Barajas, sucede en medio de una ciudad con más de tres millones de habitantes y con infraestructuras que atraviesan el área.
El Manzanares nace en el norte en la sierra de Guadarrama y desemboca en el río Jarama, en Rivas-Vaciamadrid, 92 kilómetros al sur. Antes de la renaturalización del tramo urbano, la mayoría de las especies habitaban las zonas protegidas al norte y al sur de Madrid, pero no estaban en contacto porque el tramo del medio, el que pasa por los distritos de Arganzuela, Usera y Carabanchel, estaba contenido por muros o escolleras. “Se embalsó con el único fin de que pareciera un río grande, como el Sena o el Támesis. Pero Madrid se merecía un río de verdad, no unas piscinas oscuras y malolientes”. Así lo recuerda también Tomás Domínguez, de 68 años, “como una zona degradada, de malos olores y mosquitos”. Llegó a Madrid hace 40 años desde un pueblo a la vera del río Guadiana, en Extremadura. “Cuando me lo mostraron, no pensé que fuera un río”, recuerda ahora mientras pasea durante la mañana del sábado cerca del Puente de Toledo junto al grupo que guía Barajas.
-Ese es un barbo. Las autóctonas de peces se han hecho con el control del río.
El fondo arenoso se ve a través del agua, cuyos parámetros han mejorado no solo a ojo, lo confirman los análisis de abril de la Confederación Hidrográfica del Tajo. Y ahora suena cuando corre. En algunas zonas, la profundidad alcanza el medio metro y en otras es apenas una lámina. El caudal medio, que nunca ha sido demasiado fuerte, es de tres metros cúbicos por segundo, aunque en los últimos meses ha bajado por la falta de lluvias. “La circulación libre del agua ha generado no pocos beneficios de regeneración natural”, destacaba el verano pasado la entonces delegada del Área de Medio Ambiente y Movilidad, Inés Sabanés, que durante la ejecución del plan se encontró con los reclamos de los remeros que usaban un tramo embalsado del río para practicar el deporte.
La polémica llegó cuando el Ayuntamiento volvió a embalsar un tramo de 1,5 kilómetros después de que finalizaran las obras de reparación de la presa 9, cerca de Matadero, y alumnos y profesionales de la Escuela Municipal de Remo regresaron al río, como estaba previsto en el plan original. Los vecinos y los ambientalistas criticaron el cierre y el Consistorio decidió dar marcha atrás porque consideró que primaba el “interés general”. El Gobierno local se coordinó con el Canal de Isabel II y ofreció a los deportistas el embalse de Valmayor como alternativa.
Lorena Rodríguez, encargada de Escuelas en la Federación Madrileña de Remo, asegura que fue “una falsa alternativa” y que desde hace un año solo entrenan en tierra. A veces, en algún pantano. “Pero es complicada la logística. El barco más corto mide 8 metro del largo”, dice Rodríguez. “En ningún momento hemos estado en contra del plan, pero nos dijeron que íbamos a ser compatibles, que se harían una serie de adaptaciones en el tramo y que podíamos compartir el espacio”, defiende la remera, que practica el deporte desde hace 25 años, y agrega: “Somos los principales interesados en que el agua tenga mejor calidad”. Los deportistas han solicitado reunirse con el nuevo equipo de gobierno y están pendientes de una respuesta.
Fuentes del actual gobierno municipal de José Luis Martínez-Almeida (PP) han dicho a este periódico que “aún no hay nada decidido” y que “se está estudiando” el futuro del proyecto. El Ayuntamiento anterior había aprobado en noviembre un presupuesto de 4,8 millones de euros durante dos años para el mantenimiento y la conservación integral del río, que se sigue abriendo paso.
—¡Un andarríos chico!
Barajas se interrumpe todo el tiempo para señalar la flora y la fauna que dan vida a la zona. “Ahora es un río vivo”, dice y hace notar que las aves vuelan siguiendo el cauce del Manzanares, por el nuevo corredor ecológico, y no de forma transversal. Y recuerda una anécdota del pasado invierno, cuando ornitólogos de todo el país se movilizaron para ver un ejemplar de agachadiza chica que llegó a Madrid desde el Círculo Polar Ártico, “una especie rarísima” en España. No ha sido la única sorpresa que les ha dado el río: “Cuando se levanta el pie del cuello de la naturaleza, esta explota y se abre camino”.