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Patrimonio Madrid
Los autómatas de madera de Ángel Ferrant vuelven a la fachada del Albéniz

Tres de las figuras recolocadas en la fachada del Albéniz

Luis de la Cruz

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Los autómatas de madera del escultor Ángel Ferrant están de vuelta en la fachada del Teatro Albéniz (calle de la Paz). El pasado 31 de marzo se colocaron en la fachada del céntrico teatro, que está acabando sus obras de rehabilitación, ocho de las once figuras que originalmente adornaban su frontal. Se trata de un retablo de figuras humanas, encargadas en 1943 para el propio teatro, que representan distintos tipos regionales y se llaman autómatas porque estaban provistas de un mecanismo formado por un cigüeñal y un pequeño motor que les permitía mover los brazos (tocando una guitarra, abanicándose, balanceando el torso...).

El Teatro Albéniz fue encargado a principios de los cuarenta a los arquitectos José Luis Durán de Cottes y Rafael López Izquierdo. Luego se incorporó al proyecto Manuel Ambrós Escanella, precisamente en la fachada y la decoración del coso. Ambrós creó los nichos para contener las figuras de Ferrant, que por cierto fueron muy polémicas y no gustaron, entre otros, a los arquitectos titulares del edificio.

Las figuras siguieron al filo de la polémica por su ubicación a la intemperie. En 1949 el viento se llevó una de las figuras, cayéndose sobre un coche aparcado. Y, al parecer, cuando el retablo se ponía en funcionamiento los conductores se quedaban mirándolo, por lo que se decidió dejar de ponerlo en marcha. Las figuras fueron desinstaladas en 1983, pasando a exponerse en vestíbulo del teatro.

El Albéniz, que forma una misma manzana con el antiguo Teatro Madrid –luego hotel, que da a Carretas y abrirá como hotel de lujo– es un buen ejemplo de edificio polifuncional, en el que siempre convivieron el teatro (convertido en cine en 1955), la sala de fiestas del sótano (Fantasía, Folies y Xairo, según la época) o una galería comercial. En 1985 la Comunidad de Madrid lo alquiló para usarlo como teatro y funcionó como espacio público hasta que este uso caducó por la inauguración de los Teatros de Canal, por lo que la administración pública renunció a su compra y en 2006 fue adquirido por una inmobiliaria que llegó a anunciar su demolición. En 2008 cayó por última vez el telón tras una función de La vida es sueño.

El final de la función propició entonces el comienzo de un movimiento ciudadano que hizo mucho ruido en la sociedad madrileña de la época, la Plataforma de Ayuda al Teatro Albéniz, que se propuso convertir el teatro en Bien de Interés Cultural para preservarlo. Tras algunas negativas, se consiguió que fuera declarado Bien de Interés Patrimonial en 2015, una protección inferior que alcanza al escenario, el patio de butacas, las escaleras y los accesos a las tres plantas, además del nombre y el uso artístico del espacio.  En 2017 se creó la socimi Silicius para poner en marcha un hotel en la parte del solar que da a Carretas –el Hotel Madrid–, procediendo para ello a la rehabilitación a la que obliga la declaración de Bien de Interés Patrimonial del teatro, de la que se hizo cargo Antonio Ruiz Barbarin, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. La idea de los propietarios, según trascendió en 2019, es alquilar el teatro a un operador privado para su explotación.

Ángel Ferrant comenzó su carrera en Madrid en la estela del realismo más clásico, pero un viaje a París en 1913 le dio a conocer el Futurismo. Se relacionó con el mismo Marinetti, con quien mantuvo una relación epistolar. Después de distintos destinos relacionados con la carrera docente y artística, volvió a Madrid en 1934.

Desde Junta Delegada de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico, tuvo un papel relevante durante la guerra en la puesta a salvo de obras de arte y en el seno de la nueva institución realizó el fichero fotográfico de las obras recogidas por la Junta.

El retablo del Albeniz supuso su vuelta a la carrera artística tras la guerra. En lo sucesivo, aceptó algunos encargos alimenticios, como los relieves de la columna del Descubrimiento en La Rábida, y se volcó en una obra más intimista sobre objetos hallados —conchas, piedras o palos—, perspectiva desde la que conectó con la Escuela de Altamira del pintor alemán Mathias Goeritz. Aún obtuvo en 1960 el premio especial de escultura en la XXX Bienal de Venecia, solo un año antes de su fallecimiento.

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