La calle de la Luna está llena de historias de recuerdos, negocios que ya no están -como Chocolates el Indio, la taberna de Pascual, el mítico
Café de Luna, frecuentado por bohemios- y lugares emblemáticos que, mal que bien, siguen en pie, como el desvencijado Palacio de la Infanta Carlota.
En esta calle también se perdió un número, el 10, no se sabe cuándo. En nuestros días no existe propiamente un edificio de viviendas con tal numeración, dado que del 8 se pasa al 12, haciendo quizá las veces de 10 el local en el que se sitúa un bar, el Baraka.
Es por eso que actualmente no es posible situar con precisión dónde estuvo la vivienda de la que con tanto detalle habló Azorín en uno de sus artículos de prensa, a través del cual nos da a conocer cómo era el interior de una casa de la baja burguesía del barrio, de Madrid, en el siglo XIX.
Vamos a recordarlo:
Una casa de Madrid (1) Fragmento- La sala y el gabinete
“Estamos en 1848 [...] Paseando por las calles de Madrid hemos llegado a la casa de una familia amiga, viven nuestros amigos en el número 10 de la calle de la Luna. La vivienda es modesta; modestos son sus moradores; subamos un momento a charlar con ellos.Son estos un anciano- el abuelo-, un matrimonio y un niño -el nieto-... La casa no es muy espaciosa. Examinémosla. Consta de un recibimiento oscuro, de una sala, un despachito, de un comedor, de varias alhanías o alcobas. La sala -pieza principal de la vivienda- está pintada al temple; una consola de caoba se yergue junto a una de las paredes; sobre ella, simétricamente colocada, aparecen dos floreros hechos con diminutas conchas y, entre ellos se levanta un fanal, la figura de un templario -nada menos que un templario- con su larga capa y su cruz de Malta. Floreros y templario se reflejan en un ancho alinde colocado sobre la consola. Al cuerpo ofrecen descanso un sofá y ocho sillas de enea, blancas, con vivos y dibujos en negro. De las paredes penden diez o doce cuadros: litografías amarillentas, litografías hechas en Lyón y en Málaga, que representan las aventuras de Lavalière o las tristes gestas de Chactas.
Junto a la sala hay un reducido gabinete; está separado de esta por unas mamparas con las cortinillas de seda roja. Cuatro sillas y una cómoda componen el menaje del gabinete. La cómoda, otro gran cuadro: una imagen grabada en cobre, del Cristo de los Guardias de Corps. El anciano que vive en la casa guarda cuidadosamente en la cómoda su ropa blanca. Dos artefactos hay también en la estancia que sirven útilmente a este proyecto morador de la vivienda. Fijaos bien: uno es un molde de madera, a modo de cabeza humana, en que el anciano coloca todas las noches, antes de acostarse, su peluca; otro es un reloj: un reloj por el cual este hombre ha regulado toda su vida, un reloj que ha contado sus alegrías y sus tristezas, un reloj que el día que este anciano -su fiel compañero- expire continuará marchando con su tic-tac impasible, inoxerable.“
AZORÍN. Páginas escogidas. Editorial Saturnino Calleja.Madrid (Capítulo “la Critica”-Una casa de Madrid)
PARA SABER MÁS:
-VVAA, Madrid en la sociedad del siglo XIX.Volumen 2.Revista
Alfoz/Comunidad de Madrid.1986.Madrid.1986
-ARBAIZA BLANCO-SOLER,SILVIA, Madrid desarrollo de una capital.Ediciones
la Librería.2017.Madrid.