He estado en un restaurante crudivegano, Crucina, recomendado por mis queridos vecinos y sus consortes (en concreto C. y G.). Para el que no lo sepa, el crudiveganismo se caracteriza por cocinar, únicamente alimentos de origen vegetal, a menos de 40 ºC para que mantengan perfectamente sus cualidades, estén vivos (tal como ellos dicen), lo cual resulta saludable a la par que ecológico y éticamente positivo. Comparto plenamente esos tres principios, yo misma procuro comer carne y pescado sólo una vez a la semana y productos derivados (véase huevos, lácteos...) algo más a menudo, pero intento comprar dichos alimentos con etiquetas de garanticen, de algún modo, que los animales sean “tratados bien” (siempre que matar/explotar a un ser vivo se pueda hacer con delicadeza…). A pesar de compartir los principios básicos de los crudiveganos (no practicarlos), siempre he sido algo recelosa con la comida vegetariana en general, tal vez por mi infancia marcada por música inconveniente, tal vez porque he nacido en un país en el que comer carne y/o pescado todos los días se considera, erróneamente, hacer dieta mediterránea, tal vez porque siempre trato de buscar el punto medio y no me tomo la vida demasiado en serio. Sea como sea, recuerdo que hace años fui a un vegetariano en el Sur de Francia: una casa de campo llena de atrapasueños y símbolos de la paz, algo descuidada, regentada por una pareja, ella cocinera de falda larga y pelo largo y él, relaciones públicas, también de pelo largo, todo muy hippy, y la comida resultaba una especie de agregado de alimentos que no conseguía convertirse en un todo armónico. No entiendo por qué pasaba eso, pero ésa fue mi impresión en aquel momento y me quitó las ganas de volver a probar ese tipo de cocina.
Una vez expuestos mis prejuicios sobre los vegetarianos debo decir que Crucina no lo es, sino que va más allá, es crudivegano y el primer restaurante que practica ese tipo de cocina en España. ¡Me alegro que hayan elegido Malasaña para hacerlo! Según su web, la idea de este restaurante nace del interés por este tipo de cocina de la española María de Vera y el griego Yorgos Ionnidis (el cual se encargaba de presentar los platos el día que fuimos).
Bueno, vamos a la experiencia. El local es amplio, tiene unas 20 y tantas mesas dobles, la decoración es sencilla y algo fría (los techos de oficina no son muy acogedores y la distribución de las mesas recuerda un comedor de colegio), sólo tiene algún toquecito “amable” en la iluminación pero, para mi gusto, al conjunto, le falta calidez.
Al solicitar la carta, Yorgos nos ofrece explicarnos la teoría en la que se basa la cocina, lo cual es de agradecer, pero yo ya había estudiado en casa, así que le dijimos amablemente que conocíamos el tema. De cualquier forma, una vez que vamos probando los platos le preguntamos diversas cuestiones sobre la cocina crudivegana que él, pacientemente, nos explica.
Proponen un menú de degustación (rollitos de calabacín, ensalada mediterránea, lasaña tricolor, moussaka, tiramisú, baklavá y copa de vino o agua por 45 € IVA no incluido). La carta es mucho más amplia de lo que esperaba (mis prejuicios y yo considerábamos que la cocina crudivegana debía poseer una modesta gama de platos). Ofrecen una vasta selección de zumos (a 5,75 €) y batidos (sin azúcar ni lácteos, a 7 €) de nombres evocadores y mezclas curiosas y atractivas: Piel de Seda (zumo de pera y jengibre), Líquidos fuera (zumo de naranja, manzana y fresa), Cutis de Melocotón (batido de leche de coquitos de Brasil y albaricoques), Crudicao (leche de macadamia y avellanas, cacao puro ecológico y sirope de agave), entre otros. Mi alcoholismo se decanta por un vino (aunque tienen también cerveza Daura sin gluten y otra ecológica, alemana, 4 elements), según nos dice el dueño, ecológicamente sostenible, un blanco: Legaris (14 €/botella, 3 €/copa), de Rueda, con poco sabor a verdejo y más a sauvignon blanc, normal, nada destacable. De tinto tienen un Ribera del Duero. Según nos comenta Yorgos, están trabajando en ampliar la carta con nuevos vinos ecológico-sostenibles (supongo tras ver que aquí somos bastante dados a la bebida).
Se nos pasa pedir la cesta de panes (sin harinas, lo consideran una materia muerta): pan francés de ajo, pan de calabacín y coco y pan de pasas (3,25 €), tiene buena pinta.
Selección de sopas suaves (crema de espinacas, gazpacho de algas, de fresones, crema exótica de plátano y aguacate) y de ensaladas hipervitaminadas (griega con calabacín, mediterránea de algas, italiana, de aguacate y de espinacas y rúcula). Todo muy atractivo, pero buscamos algo mas consistente.
De entrantes proponen nachos con guacamole mexicano al cilantro, enrollados de alga nori, tabla de kesos (con k, porque no son quesos “de verdad”, son sin lácteos), caviar de berenjena con pan de pita crudivegano, crubocaditos de pollo ilusorio, delicias de Italia y quiche primaveral provenzal.
Elegimos la quiche quiche(11,50 €) para compartir M. y yo. Según dicen: una delicia, con 30 horas de deshidratación, con aroma a queso, salvia y tomillo, cremosa, rellena de berenjena, calabacín y tomate cereza. Venía presentada toda ella con spaghetti de calabacín y berros y, como se puede ver en la foto, camuflado entre las hierbas y en modo stand by, se puede observar al ser de otras veces, ¿será el mismo o será otro ser? El otro estaba despierto... ¿Serán dos en uno como el pájaro y toda esa historia? Ufff, ¡qué nerviosa me estoy poniendo! Mejor dejarlo.
Bueno, a lo que vamos, la quiche, que a mí no me recuerda en nada a una quiche (tal como la conocemos todos), resulta exquisita, una auténtica explosión de sabores: templada, llena de aromas, difícil saber todo lo que ha conformado un plato tan riquísimo, pero hay toques de especias varias, limón, resulta suave, delicada… ¡sorprendente! Y una buena ración (¡qué alegría!, pensábamos que tal vez tendríamos que acabar en un kebab).
Pasamos a la sección del menú “Segundos que sorprenden”, entre los que ofrecen: rollitos de calabacín rellenos al estilo Salónica, moussaka, champiñones al curry amarillo, albóndigas nórdicas del mar, hamburguesa de nueces y champiñón, lasaña tricolor, pizzas (de karne [véase previamente el uso de la “k”] y Mediterránea) y spaghetti vegetales (al curry, al pesto, bicolores y lejano Oriente).
Elegimos la lasaña tricolor (12,95 €): está formada por finas láminas de calabacín entre las que se interponen capas de pesto suave, crema de tomate y tomate fresco y keso cheddar y viene adornada con rúcula. Resulta un todo armonioso, delicado y con mil matices, muy rico.
El otro plato es la moussaka moussaka(14,95 €), realizada con bechamel sin harinas ni lácteos, con karne de frutos secos, aguacate, canela, tomate concentrado y, en la decoración, una tira de crema de tomates secos, ¡es realmente suculenta! Para los omnívoros, como yo, resulta fascinante descubrir una moussaka sin carne tan sustanciosa. ¡Impresionante!
Finalmente, de postre creo que no tienen aún muy preparada una selección así que nos ofrecen directamente el tiramisú. El bizcocho lo hacen con leche de almendras y frutos secos y la crema es una mezcla a base de leche de frutos secos, todo ello va decorado con cacao amargo. Una vez más, resulta asombroso.
Recomiendo encarecidamente, a todas las personas recelosas de la cocina vegetariana (respecto a la crudivegana no creo que haya prejuicios específicos porque ni siquiera se conoce), que vayan a este restaurante. Es impresionante la cantidad de sabor que pueden destilar sus platos marcados por la leche de diversos frutos secos, las especias y los productos vegetales (de mar y de tierra). La relación calidad/precio me resulta excelente, ya que la experiencia es para no olvidar.
P.S. Creo que el menú incluye, dependiendo de las estaciones, alimentos de temporada, ¡un motivo para volver!
P.S. 1 Es una pena, pero es una cocina que resulta complicada de reproducir en casa, por ingredientes y elaboración... De cualquier forma, me parece que ofrecen cursos que, seguramente, resultarán interesantes.
P.S. 2 ¿Alguien me podría decir por qué en este tipo de restaurantes tienden a poner nombres de platos de carne en sus cartas (véase hamburguesa, pollo, albóndigas... )? ¿No podrían inventarse otros? ¿O es que saben que el público necesita ver en un menú algo que suene a carne (aunque sea de mentirijillas)?
- Crucina, Calle Divino Pastor 30, Tel. 914453364. Horario, lunes a jueves: 13.00 – 16.00 y 20.00 – 23,45; martes a sábado: 13.00 – 16.00 y 20.00 – 23,45; domingo: 13.00 – 16.30.