Tanto por Instagram (@mi.psicologa)@mi.psicologa como en consulta me encuentro con frecuencia con personas que a sus problemas les suman un terrible sentimiento de culpa por no estar bien. Son víctimas de la tiranía de la felicidad y del pensamiento positivo, males propios del tipo de sociedad en la que vivimos, que estigmatiza a quienes sufren.
Como bien dice Giorgio Nardone: “Pensar en positivo para superar el dolor produce el efecto contrario”. No se puede provocar adrede algo que sólo ocurre de manera espontánea como, por ejemplo, la alegría. Es más, cuanto más se fuerza más se inhibe, más inalcanzable se
vuelve.
Funcionan así el resto de las emociones pero también la conducta sexual (erección, eyaculación, excitación, orgasmo), el sueño, el funcionamiento intestinal, los temblores, tics, espasmos musculares, el apetito y los deseos. No podemos obligarnos a tener ganas de algo, cuanto más lo hacemos menos lo conseguimos, menos ganas tenemos.
Mi supervisora, que es muy sabia, me dice que los libros de autoayuda sirven cuando estamos bien y esto es lo que pasa con el pensamiento positivo.
Uno de los autores de autoayuda que más vende en España, Rafael Santandreu, hace afirmaciones como las siguientes:
-“Nuestro cambio pasará por decirnos en toda circunstancia: estaré bien o mal según dirija mi pensamiento. No a causa de mis adversidades o éxitos”. (Ser feliz en Alaska, 2016).
-“Los pensamientos son los causantes de las emociones: si aprendes a pensar de forma adecuada aprenderás a sentir de otra forma: ¡Garantizado!”. (Las gafas de la felicidad, 2014).
-“La depresión te la provocas tú, sólo si te esfuerzas mucho conseguirás deprimirte”. (Extraído de una entrevista en prensa).
Si no sufrimos ninguna enfermedad mental y leemos estas frases pueden generar en nosotros un cierto bienestar porque alimenta la sensación de control que ya tenemos, pero si hemos sido víctimas de alguna situación traumática o padecemos, por ejemplo, depresión nuestra vivencia al leerlas será totalmente distinta.
Yo no consigo leer estas frases sin enfadarme. Me parece una injusticia brutal responsabilizar al enfermo/a de su enfermedad y a la víctima de
su dolor.
Hay otras frases sobre el poder del pensamiento con las que sólo puedo reírme, como ésta extraída del famoso libro El secreto (la he tenido que leer muchas veces para asegurarme de que ponía lo que estaba leyendo): “Deshazte de todos los pensamientos limitadores. La comida no puede hacerte engordar, salvo que tú pienses que puede.” ¡Toma ya!
También en El secreto podemos leer: “Te conviertes en lo que piensas, pero también atraes lo que piensas”. ¿Qué efecto crees que puede tener esta afirmación en una persona con hipocondría? Lo he visto en consulta y es demoledor.
En la misma línea, en Los cuatro acuerdos, del Dr. Rui, podemos leer: “Continuamente estamos lanzando hechizos con nuestras opiniones. Por ejemplo, me encuentro con un amigo y le doy una opinión que se me acaba de ocurrir. Le digo: ”¡Mmmm! Veo en tu cara el color de los que acaban teniendo cáncer“. Si escucha esas palabras y está de acuerdo, desarrollará un cáncer en menos de un año. Este es el poder de las palabras”.
Está demostrado el poder de las expectativas, el efecto placebo y nocebo, pero de ahí a hacer esta afirmación hay un abismo. Sí, para quedarse sin palabras.
El Dr. Miguel Ruiz se supera más adelante, en el mismo libro, afirmando: “Si tienes la necesidad de que te maltraten, será fácil que los demás lo hagan. Del mismo modo, si estás con personas que necesitan sufrir, algo en ti hará que las maltrates”. Y se queda tan ancho.
Todos estos mensajes tienen en común que son ciegos a los factores sociales, económicos, políticos y culturales, como el género, la etnia o el nivel sociocultural que estructuran el poder y lo distribuyen de manera desigual. Crean la ilusión de que todos y todas somos iguales y si no somos felices es que no pensamos correctamente. La culpa es nuestra, y se patologiza el sufrimiento derivado del maltrato y la injusticia.
Como dice Bárbara Ehrenreich en su ensayo Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, la felicidad se ha convertido en un deber. La autora propone escapar del “viaje interior” y ponernos a trabajar para mejorar el mundo real. Nuestro cerebro tiene como objetivo sobrevivir y reproducirse, no que seamos felices.
Necesitamos darnos cuenta de que tenemos todo el derecho a sentirnos tristes, con miedo y enfadados porque la situación no es para menos. Solamente saliendo del individualismo y comprobando que todos y todas estamos en el mismo barco seremos capaces de llegar a buen puerto.