En La España de las piscinas (Arpa, 2021), Jorge Dioni López hace un certero retrato de algo que pasa (no exclusivamente) en Madrid y en España. La manera en que se hace la ciudad, en concreto el urbanismo de los PAU, las urbanizaciones y los chalés con piscina, fomenta una forma de vida y apuntala una mentalidad en la que dominan rasgos que son además los de los tiempos: la competencia, el individualismo, la segregación, la homogeneidad, la desigualdad, la hípermovilidad, la insolidaridad… Curiosamente, esto sucede sin que le prestemos mucha atención o, si se la prestamos, que sea en forma de pantomima full.
Cito uno de los muchos párrafos del libro que tengo subrayados: “En los cinturones hay una abrumadora mayoría de asalariados, mientras que, en los centros urbanos, las actividades económicas y las pensiones también tienen importancia. Es decir, el suburbio son pueblos de gente que cada mañana coge el coche y va a trabajar porque vive de eso, algo que debería hacer reflexionar a los partidos que buscan dirigirse a los trabajadores”. La pensada, creo yo, debería ir más allá.
Por ejemplo: hay muchas razones por las que la capital es el imán de todo lo que ocurre en el reino, económicas, políticas, de infraestructuras y, muy importantes, de relato. La concentración de medios, periodistas, productoras de cine y TV, agencias de publicidad y demás generadores de contenidos convierte la ciudad en una poderosa metrópoli que no necesita salir de las fronteras nacionales para conquistar territorios y personas y que lo hace también a partir de la difusión de narrativas que están tan centralizadas como las carreteras o las líneas de alta velocidad. No le falta razón a Ayuso cuando repite que Madrid es España; lo es porque Madrid es la que cuenta España a España.
Madrid es la que cuenta España a España
Este proceso de monopolización del relato por parte del núcleo sucede también en la ciudad y en la región. Cuando hablamos de Madrid, casi siempre estamos hablando de Centro, Chamberí y Arganzuela. Los demás distritos no suelen estar en la conversación y, si lo hacen, es por algo feo, como mandan los cánones de la comunicación colonial. Mucho menos se habla de las localidades del área metropolitana y casi nada los pueblos de lo que aún resiste como rural. La razón no puede ser demográfica. En los lugares que no se cuentan vive la inmensa mayoría de la gente. Por eso es más sorprendente que no prestemos atención a los asuntos que allí acontecen y que afectan impepinablemente a nuestra vida, ya sea en forma de elecciones políticas, educativas, sanitarias, de movilidad o de consumo, como explica Dioni López en su libro.
Entonces, ¿cuál es la razón? Se me ocurre una que tiene que ver con una costumbre comunicativa que viene de viejo. Igual que los antiguos cronistas de la villa, los plumillas y creadores de contenidos de hoy somos seres bastante precarios y más o menos bohemios que nos esforzamos lo imposible por vivir en el centro y que contamos lo que tenemos cerca. Se establece así un relato que parte de una mirada miope: parece que las cosas que pasan sólo pasan aquí. Los políticos, que también dedican buena parte de su tiempo a producir materiales de comunicación, ya sea en el ejercicio de sus cargos o en medios y redes sociales, contribuyen a que así sea. Lo que comentan y publicitan es lo que sucede y hacen o dejan de hacer en el centro. (Hay otra paradoja en todo esto: tanto los altos cargos de partidos y gobiernos como los de las productoras y medios acostumbran a vivir lejos del meollo).
Esto, claro, no significa que no pasen ni se hagan cosas en otros lugares, sólo que lo que se cuenta y, por eso, lo que parece que cuenta es lo de aquí. El tema de conversación dominante es centralista incluso en la periferia. Los asuntos importantes son los del centro, el debate es sobre ese Madrid que sólo es una pequeña parte y las personas que habitan en los alrededores también participan vehementemente en él a pesar de que no les afecte directamente, igual que hablan muy seriamente sobre campeonatos de fútbol que no han jugado ni jugarán jamás. Esto produce un doble efecto de irrealidad y hartazgo que estoy comprobando en primera persona.
Reconozco que explico todo esto un poco como converso. De hecho, lo estoy escribiendo desde una de esas ciudades vecinas con abundancia de PAU, urbanizaciones y piscinas. Ahora paso tanto tiempo en Malasaña como en un suburbio o incluso en el campo, siempre sin salir de Madrid, siempre lejos del relato sobre Madrid al que yo mismo he contribuido. Desde la distancia, confirmo la sospecha de que muchos de los asuntos y conflictos urbanos y sociales sobre los que he estado escribiendo los últimos años se ven y se viven de otra manera afuera.
En estos días se ha visto a Antonio López rematando su retrato de la Puerta del Sol. Como él y al mismo tiempo, centenares de periodistas, guionistas, realizadores, humoristas y comunicadores están haciendo el suyo de una zona que no va mucho más allá de esa plaza y contribuyendo a este relato homogéneo y limitado de Madrid. En Del rigor en la ciencia, Borges escribió sobre un imperio tan autoexigente que se propuso hacer un mapa a escala real. Fuera de la literatura es imposible esa tarea: hay casi tantas formas de vivir la ciudad como barrios, calles y personas. Pero, para entender mejor cómo funciona este sistema complejo al que llamamos sociedad, sería deseable que hiciésemos un esfuerzo por conocer y contar cómo se ven las cosas desde otros puntos de vista. Merece la pena. Como digo, la lectura de un libro como La España de las piscinas es, por eso, muy reveladora.
En La España de las piscinas (Arpa, 2021), Jorge Dioni López hace un certero retrato de algo que pasa (no exclusivamente) en Madrid y en España. La manera en que se hace la ciudad, en concreto el urbanismo de los PAU, las urbanizaciones y los chalés con piscina, fomenta una forma de vida y apuntala una mentalidad en la que dominan rasgos que son además los de los tiempos: la competencia, el individualismo, la segregación, la homogeneidad, la desigualdad, la hípermovilidad, la insolidaridad… Curiosamente, esto sucede sin que le prestemos mucha atención o, si se la prestamos, que sea en forma de pantomima full.
Cito uno de los muchos párrafos del libro que tengo subrayados: “En los cinturones hay una abrumadora mayoría de asalariados, mientras que, en los centros urbanos, las actividades económicas y las pensiones también tienen importancia. Es decir, el suburbio son pueblos de gente que cada mañana coge el coche y va a trabajar porque vive de eso, algo que debería hacer reflexionar a los partidos que buscan dirigirse a los trabajadores”. La pensada, creo yo, debería ir más allá.