Primer día de cierre perimetral en Chamberí: “¿De verdad que este barrio está confinado?”

En el estanco situado al inicio de Blasco de Garay las conversaciones suelen ser cortas. Un paquete, filtros, lo pago con tarjeta y poco más. Pero hoy es el primer día en el que esta zona de Chamberí está cerrada perimetralmente, y Pepe, el estanquero, no evita comentarlo con sus clientes habituales. “A ver qué tal que esté el barrio confinado”, le dice la encargada de la tienda de flores cercana.

Los universitarios que compran tabaco antes de entrar a clase en el ICADE, al otro lado de la calle pero también en una manzana confinada, le dan poca importancia: “Nosotros vamos y volvemos de casa a la facultad, no nos afecta mucho”. Otros ni se han enterado: “¿Cómo? ¿De verdad que este barrio está confinado?”, pregunta a Pepe un joven cliente, que luego se tiene que marchar fuera del barrio. “Se supone que tienes que llevar un salvoconducto para salir”, le recuerda el estanquero.

La situación de desconcierto-desconocimiento era general esta mañana en la zona básica de salud de Guzmán el Bueno, donde desde la medianoche rige un confinamiento para sus  21.366 residentes, que les impide entrar o salir del área durante al menos -eso indicó la Consejería de Sanidad- las próximas dos semanas. Algunos lo tenían muy claro, como varias madres y padres de alumnos del colegio San Cristóbal, que comentaban el tema del día en un corrillo, de los de con distancia de seguridad, junto a la frontera del cierre perimetral en Magallanes. Se quejan de que no hay zonas verdes ni de esparcimiento en la zona y que vienen días complicados. “No podemos ir al parque del Oeste, ni tampoco usar las zonas infantiles”, protesta Íñigo, padre de tres niños en zona confinada que, sin embargo, sí que puede ir con ellos a los bares de su barrio, que siguen abiertos. “No voy a poder cruzar la calle para ir a comprar al Mercado de Vallehermoso”, lamenta otra madre.

Por el barrio se ve poco movimiento, aunque a Chamberí le cuesta desperezarse los lunes. Lo notan en la arrocería El Trato, abierta desde las 9.30 en la acera confinada de la calle Fernando el Católico -la de los impares- y que todavía acoge pocos clientes. “No sabemos cómo nos va a afectar, de momento no hemos tenido cancelaciones de mesas, más bien al contrario”, explican a Somos Chamberí desde el otro lado de la barra. Algunos apuraron el último fin de semana sin restricciones a la movilidad: “Hemos estado completos, el sábado y el domingo”, añaden.

Aunque el decreto de la Comunidad advierte que solo se puede entrar en esta zona de Madrid para actividades esenciales como ir a trabajar o a estudiar, la mayoría de comercios siguen abiertos, así como varios centros culturales ubicados dentro del perímetro que tiene más de 500 nuevos casos de Covid-19 por cada 100.000 habitantes, la barrera que enciende ahora las alarmas. Tanto el Teatro Galileo como la Casa de México o la Sala Berlanga mantienen su programación, aunque en teoría ahora solo pueden acudir los vecinos circundantes. Porque, técnicamente, ir a ver el altar de muertos más famoso de Madrid no es una causa de fuerza mayor para romper el confinamiento. Pese a que esta semana sea Halloween.

También se mantienen abiertos los dos centros de El Corte Inglés atrapados en el área confinada -Arapiles y Princesa- y que durante estos días se reconvierten en comercio de barrio por decreto. Algunos de sus clientes parecen no haberse enterado y acuden como cualquier día normal. “Se ve más o menos la misma gente”, explica a este periódico uno de los jóvenes que buscan financiación de los transeúntes para su ONG, mientras decenas de personas atraviesan el cierre perimetral cruzando el paso de cebra de la calle Princesa.

De momento, los controles de las autoridades para hacer cumplir el confinamiento son un tanto laxos. El único operativo por la mañana estaba situado en la entrada de la calle Fernando el Católico, donde tres policías municipales informaban a los vecinos las nuevas restricciones, además de explicar a los conductores que podían atravesar la zona pero no parar hasta llegar a Moncloa. “Es difícil explicar a la gente que una acera está confinada y la otra no”, admite uno de los agentes en conversación con este medio. “Pero es normal que al principio no lo entiendan porque es el primer día”, dice condescendiente. “En Usera esto lleva ya varias semanas y allí ya están acostumbrados”.

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