Los carteles de películas míticas colgados con pinzas en el Dos de Mayo eran la seña de identidad de Alfredo, gran coleccionista y vendedor de objetos de cine, que todos los fines de semana llevaba desde su tienda de la calle Palma para colocarlos con paciencia en su puesto de esta plaza de Malasaña junto a fotos, programas de mano, libros o incluso claquetas.
Era una enciclopedia andante del cine en el centro de Madrid. Construyó su profesión en torno a su pasión por el celuloide, que aterrizó físicamente hace muchas décadas en un pequeño local situado en el número 16 de la calle Palma. El gusanillo por el séptimo arte le entró en la adolescencia, gracias a sus padres, con los que compartía sesión continua los jueves, en la que empezó a atesorar carátulas o posters que al principio eran objetos fetiche y que se acabaron convirtiendo en su modo de vida.
En su tienda de Palma fue atesorando estos recuerdos y otros que le iban llegando: programas de mano originales de películas de hace décadas, guías de estreno de películas, fotos de rodajes, álbumes de cromos, revistas y postales de época de Marlon Brando, uno de sus actores preferidos. Aseguraba que contaba con más de 20.000 referencias.
Hace dos décadas, empezó a trasladar su material a la principal plaza de su barrio todos los jueves, viernes y sábados, para montar junto a otras personas el Mercado del Coleccionismo del Dos de Mayo, del que se convirtió en el principal impulsor y organizador. Allí era visitado por curiosos, seguidores de estrellas de cine del pasado o incluso por los propios directores de las películas de sus materiales.
El jornalero del celuloide, le llegaron a llamar en un reportaje publicado hace 17 años en los diarios locales del grupo Vocento. En el artículo Alfredo ya advertía sobre el lento olvido de una época del cine que solo sobrevivía en locales como el suyo: “Antes, si se moría algún actor importante venía alguien a comprar algún documento relacionado con él. Ya no ocurre. Fernando Fernán Gómez murió el año pasado y no se notó nada”, decía entonces.
El negocio alrededor de aquellas películas se fue acabando poco a poco. Con el cierre de Cinemaspop en 2018, Gilda se convirtió en la última referencia para los amantes del cine en el barrio. Hasta este fin de semana: Alfredo Puig falleció el sábado víctima de un infarto a los 65 años.
El recuerdo que deja Alfredo en el barrio es hondo. Ya en el año 2016, recibió un premio simbólico en su barrio, el de las 7 Maravillas del barrio de Maravillas, por “invitarnos a recuperar la sabiduría de lo antiguo y su constancia tras 25 años de dedicación”.
Hoy, la impulsora de estos galardones, Maruja -más conocida como la Abuela Maravillas- ha querido despedir a Alfredo con unos versos, que reproducimos: