La Gen Z madrileña escucha chotis con electrofolk: “¿No tenemos cultura propia? Más bien ignoramos nuestro folclore”

Las folclóricas del siglo XXI llevan el pelo de colores, bailan chotis en Malasaña y combinan el mantón de manila con piercings en la nariz y un kilo de eyeliner. Cantan al desamor en tiempos de Instagram y rescatan el cuplé, las jotas o el género chico del cajón de los olvidados. Rosalía ya abrió la veda al introducir el flamenco en la música contemporánea, y hoy no es extraño que artistas enraizados en la canción tradicional (véase Rodrigo Cuevas) arrasen en España. El folclore vuelve a los escenarios impregnado por las tendencias o estéticas actuales, pero la cultura madrileña más profunda no parece haber cuajado en esta ola de reinterpretación.
“He oído muchas veces que las folclóricas vienen de Andalucía o que en Madrid no tenemos identidad. Creo que algunos aquí también lo hemos pensado, pero eso es porque no conocíamos bien algunas tradiciones. ¿Que no tenemos cultura propia? Más bien ignoramos nuestro pasado”. Quien habla es Irene Pérez, una joven madrileña de 21 años que vive en Alcalá de Henares. Desde hace mucho, buena parte de su día lo invierte en ir y volver de su casa al conservatorio, que está en Atocha. Unos 70 kilómetros en total, más el tiempo que pasa dentro ensayando. La música le fascina, pero no es su único interés. Se considera una apasionada de la cultura de Internet, el lenguaje moderno o los lugares comunes de la generación Z, de la que forma parte.
Los chavales nacidos entre 1997 y 2010 comparten una cultura digital ligada a la comunicación en redes sociales o las referencias dosmileras –de los años 2000– con la que Irene se siente especialmente identificada. Pero entre ellos también hay una regresión a las raíces de la que no ha quedado exenta. “Con el tiempo me di cuenta de que los chotis o la canción tradicional madrileña habían sido ignorados por todo este movimiento. Y comencé a investigar por mi cuenta”, expresa, pues aunque en el conservatorio estudió muchos tipos de música no se mencionaba prácticamente nada al respecto de la que representa a su ciudad.
“Fue ahí cuando empezó a interesarme y me pareció curioso recuperarlo, pero con una mirada actual”. Así nació La Neomoderna, un proyecto musical en ciernes que bebe de referentes tradicionales como Olga Ramos o Sara Montiel. A la primera se la conoce como la reina del cuplé y, aunque es de Badajoz, su hija –y también artista– Olga María Ramos ha dedicado algunos chotis a Madrid. Pero para definir su “alter ego”, Irene también miró hacia otras artistas contemporáneas que reinterpretan el folclore. Su favorita es Rebe, Rebequita La Bonita.
“Hace lo que le da la gana, experimenta y rompe con todo. Creo que por eso me gusta tanto”, confiesa La Neomoderna. La fórmula de Rebe es simple, pero efectiva: estética vintage, reminiscencias a lo tradicional, un vesturario con tintes flamencos y videoclips a lo kitsch. Un espejo en el que, con más o menos similites, también se reflejan otras artistas en boga que han fusionado facetas del pop, la electrónica y la música tradicional (María Arnal) o incluso el flamenco con el trap, receta del éxito de Dellafuente.
En su propio repertorio, Irene Pérez ha hecho suya esta tendencia y readaptado algo más que los sonidos. El electrofolk que hace de base a los chotis o la canción tradicional viene, asimismo, con sus letras actualizadas a nuestro tiempo. La artista está comenzando a buscar un hueco en la industria con sus primeros cuatro singles y nuevos trabajos que desvelará en cuestión de meses. En su versión del famoso villancico tradicional la marimorena, La Neomoderna hace gala de humor con tintes de crítica social reinventando las estrofas con historias sobre el Madrid que vive su generación.
“Por el centro de Madrid / ya no quiero ni asomarme. / Se ha llenado de turistas / y de gente en el Black Friday”, canta justo después de ironizar con la privatización de los espacios públicos: “En el parque de mi barrio hay estrellas, sol y luna / y con tanta Policía no se ve casi ninguna. / No se ve casi ninguna y una empresa lo ha comprado, / ahora cuesta 15 euros ir a ver el alumbrado”.
Las tendencias cambian y lo viejo no se esfuma: se resignifica. Géneros como la música ligera, con estribillos reconocibles y pensadas para el público general, comenzaron a difundirse a finales del siglo XIX y su deriva se extendió hasta principios del XX, siendo un habitual de los locales de cabaré. “Llamaron mi atención cuando supe que fueron lugares de ebullición para la comunidad LGTBI cuando su existencia no era tan aceptada. Fui a ver quién componía esas canciones y eran, en su mayoría, hombres gays o disidentes del siglo pasado”, expone La Neomoderna.
Lo extraño ahora es encontrar en Madrid algún garito donde suene esa música local tradicional. En su día lo fueron Las noches del cuplé, un templo del género en pleno Malasaña que dirigía la mismísima Olga Ramos. En 1999, con la excusa de unas obras en la finca, cerró después de 31 años. Ni siquiera se respetó la placa de la fachada que años antes colocó el Ayuntamiento, y donde podía leerse: “En la finca de este viejo rincón de Madrid, la vionista y cantante Olga Ramos con su arte mantiene vivo el cuplé”.

Hoy en día no abundan este tipo de establecimientos. “Es algo curioso que ocurre con la cultura chulapa: ahora vemos su música como algo lejano, pero es que en aquellos años ya se entendía como una cosa vintage”. La concepción de un Madrid castizo y chulapo surgió por primera vez a mediados del siglo VIII con la proliferación del chotis y el organillo, un instrumento que se popularizó en las verbenas. Siglos después revivió en distintas etapas, pero siempre se ha relacionado al pasado común en la región.
0