El veraneante sigue preguntándose qué tipo de locura les ha entrado a los empresarios del pueblo donde reside y de qué forma sus especulaciones cambiarán el entorno en el que tanto ha disfrutado a lo largo de los años.
En el mercado de productores locales de los domingos veraniegos del pueblo en el que resido durante mis vacaciones, Ribadeo, en la Mariña luguesa, una experiencia afortunada de revitalización de la producción agraria y alimentaria de proximidad, me cobraron cinco euros por un kilo de tomates de la variedad conocida por estas tierras como tomate de Santiago. Le dije a la vendedora: si llega a haber intermediario los tomates me cuestan quince euros. Me miró con sorna gallega y me contestó que esos tomates nunca llegarían al mercado a ningún precio.
Días antes un empresario de mucho éxito del negocio hostelero me contó su nuevo emprendimiento. Con los excedentes del negocio ha comprado un edificio completo en el centro del pueblo y lo ha convertido en un complejo de apartamentos turísticos. Y como él otros muchos particulares están invirtiendo cómo locos al calor del crecimiento del turismo procedente de la España tórrida hacia lo que se empieza a llamar la “fresquera” del Cantábrico. Y en especial a la región comprendida entre la Mariña de Lugo y la bahía de Santander. Apartamentos, hoteles gastronómicos y todo lo que pueda imaginarse uno que pueda ser un negocio que sirva para sacarles los cuartos a los visitantes.
Nada que objetar. Algunos imaginan un nuevo circuito de negocios similar al de la costa mediterránea. Otros incluso valoran la posibilidad de que nazca un nuevo y gran mercado veraniego o estancial basado en el fenómeno de la búsqueda de refugios climáticos en asociación con el fenómeno del teletrabajo.
El caso es que ya está suficientemente acreditado por los especialistas la conexión entre desarrollo turístico y cambios negativos en la estructura social de partida. Cambios que van desde el paradójico fenómeno de la caída de población hasta el deterioro múltiple de la calidad de vida. Daños ecológicos, subida de costes de la vivienda, expulsión de las poblaciones vulnerables, cambios de las relaciones sociales e insuficientes recursos sociales y logísticos para atender poblaciones flotantes y/o alternativamente excedentes productivos anti rentables. En Santiago de Compostela ya están empezando a darse cuenta de la importancia del fenómeno del turismo de masas y está surgiendo un debate social muy interesante. No somos pocos los que peinamos canas y hemos conocido unas cuantas muertes por éxito.
Por supuesto que cada circunstancia, cada situación local, implica modelos diferenciales e implican salidas distintas. Pero lo peor que le puede pasar a una sociedad determinada es que las cosas fluyan sin un contexto de entendimiento y sin consensos de base. Que nazcan bajo el principio del interés particular de unos sectores u otros y sin el entramado y la complicidad social.
Creo que las regiones cantábricas, verdadero tesoro climático, cultural, paisajístico y ecológico merecen una oportunidad que les evite cometer errores ya muy conocidos. Evitar que se conviertan en un nuevo mediterráneo.
La gentrificación no es sólo cosa de los viejos barrios de las grandes ciudades. Empiezo a pensar que en el norte español alguien está escribiendo un nuevo cuento de la lechera.