Guía para descolonizar la memoria de tu centro escolar: el caso del Ramiro de Maeztu
El 20 de noviembre de 1977 la prensa daba noticia de la recolocación por parte de los bomberos de la estatua de Franco situada en la plaza que separaba el colegio Ramiro de Maeztu del instituto del mismo nombre. Los estudiantes habían bajado de su podio al dictador con la fuerza tractora de un Renault 5. Eran los años de la transición y en el Ramiro se movían las aguas subterráneas de los tiempos.
Frente a una dirección de otro momento –que pervivía en aquel, acaso aún un poco suyo– nacería durante el periodo la Demencia, el grupo de animación del club Estudiantes. Los seguidores del Estu llegaron para remover la institución con su impronta ácrata, contracultural, tocante con la entonces omnipresente izquierda radical…y su hedonismo de transgresión humorística.
Por el Ramiro de Maeztu pasaron el actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez, la reina de España, Letizia Ortiz, y algunos cuadros de lo que hasta ayer llamábamos Nueva política. Sin embargo, su historia no comienza durante aquellos años de efervescencia política, como avisa su nombre y nos recuerdan ahora los historiadores Jesús Izquierdo –ex alumno del centro– y Emiliano Abad García.
Los investigadores se han hecho cargo de una guía de reciente aparición titulada Educar para obedecer, publicada dentro de la colección Hacer memoria, auspiciada por la Secretaría de Estado de Memoria Democrática (SEMD). En ella, se plantean la necesidad de problematizar la memoria y abordar el pasado de la institución. Miran su origen y desarrollo funcional al régimen franquista, aún presente en su configuración material. Ahora que se habla tanto de descolonizar los museos, nos muestran que también se puede –debe– hacerlo con nuestro propio instituto.
Una sucesión de memorias
En 2006 dos jóvenes historiadores volvieron al que había sido su instituto para fotografiar una placa que sirve de elemento narrativo en su libro La guerra que nos han contado (Alianza, 2006) y de su reedición aumentada (Postmetrópolis, 2017), que salió con el subtítulo Memoria e historia de 1936 para el siglo XXI. Se trataba del propio Jesús Izquierdo y Pablo Sánchez León. Aunque la inscripción ya no colgaba hace tiempo de las paredes de la institución, pudieron acceder en una zona de almacén a la gran placa de mármol encabezada por el Águila de San Juan y un medallón de Franco. La placa había sido falsificada en algún momento, cubriendo el primer mensaje, proveniente de la fundación del instituto durante la posguerra, por uno nuevo.
Donde se podía leer al principio:
“Este instituto, saqueado y destrozado por el furor marxista, fue reorganizado y reconstruido bajo el signo de nuestro invicto caudillo Francisco Franco, siendo ministro de educación nacional el excmo. sr. don José Ibáñez Martín, MCMXXXIX. Arriba España.”
Pasó a figurar:
“Este edificio, destrozado por los horrores de la guerra, fue reconstruido por el insigne caudillo de España Francisco Franco, siendo ministro de educación nacional don José Ibáñez Martín. MCMXXXIX. Arriba España”.
Significativamente, el furor marxista desapareció para dar paso a la reformulación que el propio franquismo hizo de la guerra a partir de los sesenta –y que debemos en buena medida al historiador Ricardo de la Cierva–, la necesaria reconducción del espíritu cainita hispánico.
La inscripción se había cambiado en 1978 –tres años después de muerto Franco– después de que llegaran peticiones oficiales solicitando que se quitara, y fue retirada en 1986. En la genealogía del Ramiro hay otras placas que desaparecieron tan sigilosamente como esta o permanecen silentes, y que nos hablan de una historia silenciada. La que reconocía en el gimnasio al propio Maeztu, “mártir de la patria”, en “el Año de la Victoria”; o la que aún se puede leer en la fachada que reza Instituto Nacional de Enseñanza.
En todo caso, las dos placas superpuestas mantenían una falsedad que se ha reproducido en las historias oficiales del Ramiro de Maeztu: el instituto no es la reconstrucción del previo Instituto-Escuela, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza y creado por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) en 1918, sino una creación del franquismo situada en el mismo lugar.
El Instituto Ramiro de Maeztu fue fundado en los Altos del Hipódromo solo tres días después de la rendición republicana, aunque se inauguraría solemnemente en noviembre de 1940. Durante los meses que median entre una fecha y otra, el edificio del antiguo Instituto-Escuela fue convertido en prisión para mujeres con hijos menores, según figura en la guía. Es peor, incluso, según en la edición de 2017 de La guerra que nos han contado en “un cementerio para los bebés recién nacidos de las reclusas, y para el robo de los supervivientes a sus madres ejecutadas”, según informó el experto en presas republicanas Fernando Hernández Holgado a Pablo Sánchez León.
En 1942 se colocó la primera estatua ecuestre de Franco del país, que no era otra que la que sería objeto de la agresión política durante los años de la transición. Su autor, Fructuoso Orduña Lafuente, también elaboraría un conjunto estatuario de atletas para la zona deportiva inspirado en los del Stadio dei Marmi del Foro Mussolini de Roma.
En las inmediaciones de la Nevera, el primer campo del Estudiantes –inaugurado en 1957 y finiquitado por Filomena– se instaló una cruz de los caídos de forja. También una estatua de la Virgen del Pilar, matrona de la Hispanidad y del colegio. Ambos símbolos perduran desvaídos, medio ocultos y con sus significados borrados por la indiferencia causada por la falta de explicaciones.
Estos son algunas de las memorias materiales que los historiadores rescatan para subrayar la sustitución de una institución laica y liberal –republicana durante los años treinta– por otra falangista, nacionalcatólica y que, a la postre, huyó sin mirar atrás por la senda de la progresiva despolitización.
El rastro colonial del Ramiro de Maeztu
Si bien es fácil imaginar un patio de colegio en formación cantando el Cara al sol –lo hemos oído mucho a nuestros mayores– más sorprendente es conocer la pátina colonial que acompañó a la institución. Hemos de buscarla en el Hispano-Marroquí, un internado situado entre los edificios de lo que hoy es la Residencia de estudiantes, con su alusiva decoración neomudéjar.
Dirigido en primer lugar por Manuel Chacón Seco (hijo de militar africanista), pasó a continuación a las manos de Antonio Magariños, catedrático de latín recordado por la fundación del equipo de baloncesto e inmortalizado en el nombre del pabellón deportivo, el Magata.
El Hispano-Marroquí fue pensado para educar a los hijos de las élites del protectorado marroquí y de otros destinos africanos, como Guinea Ecuatorial. También acudieron huérfanos de las huestes marroquíes del ejército golpista. Bajo los parámetros de la política de reconstrucción colonial del Régimen, albergó a una media de diez chicos de buena familia cada año y duró hasta la independencia del protectorado, en 1956.
Como los círculos tienen la costumbre de cerrarse, la Demencia adquirió algunas de aquellas querencias islamizantes, así fuera en clave humorística, acudiendo a los partidos con chilabas, kufiyas y gritando “¡España, mañana, será musulmana!”. Según explican en la guía Izquierdo y Abad, las tradiciones escolares pasadas por la batidora de la Demencia se podrían remontar al recuerdo del jugador de baloncesto, e interno del Hispano-marroquí, Abdelwahed Bensiamar, que fue estrella del equipo en los primeros sesenta. El círculo de las memorias cierra, sí, pero para no perderse en sus contornos hay que querer mirar hacia atrás.
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