La Noche de San Juan, el solsticio de verano, es una fiesta del fuego, sí, pero también del agua (y de las flores). Con muchas variaciones, es común la creencia de que la luz infunde en las aguas propiedades que ungen de bienestar y salud el año siguiente. Allá donde hay mar, es noche de baños; donde hay ríos también, y las fuentes son lugares centrales en muchas celebraciones. En distintas zonas del norte de España son frecuentes las abluciones de mozas y solteros. En ciertos lugares, como Cazorla (Jaén), las mozas se hacían con cubos de agua y se producía una auténtica batalla popular de agua en portales, balcones y fuentes. En la vertiente católica de la fiesta, obviamente, el agua hace referencia a San Juan Bautista.
Según la investigadora María del Carmen Medina San Román, la de San Juan siempre fue la festividad de primavera más celebrada en Madrid, incluso desde los tiempos musulmanes, con las riberas del Manzanares como escenario. El agua siempre estuvo muy asociada también en Madrid a la noche de San Juan.
Entre las élites podemos nombrar una ocasión muy nombrada por los cronistas en la que, durante una representación suanjanesca ante Felipe IV en el estanque grande del Retiro (1640), se levantó un inusitado torbellino que acabó con todo; o los grandes festejos por la traída del agua del Canal de Isabel II, que se hicieron coincidir con este día, en 1858.
El pueblo llano tradicionalmente celebraba la víspera de San Juan en las riberas del Manzanares donde, según escribía en 1925 José Bordiú, “había mullido césped, frondosos árboles que hacían, con razón, que durante la noche sanjuanera se cometiesen locuras y extravíos”.
Las verbenas se celebraron en el Paseo del Prado desde tiempos de Carlos III y eran una sola con la de San Pedro (29 de junio). A continuación, los madrileños empalmaban las celebraciones con la Virgen del Carmen en Chamberí; encaminándose luego a las de agosto, de San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma, para despedir el verano con las de la Melonera en el mes de septiembre.
Tío-vivos, rifas, peritas de san juan, agua de cebada, madroños, azufaifas... Entre las tradiciones de la verbena contaba que las mozas veían la cara de su futuro amado en un lebrillo de agua, en la línea de lo que sucedía en otras partes de España.
A la fuente de la Mariblanca, en la puerta del Sol, acudían los madrileños a sumergirse la noche de San Juan durante la primera mitad del XIX. Después de la reforma de la plaza, en 1860, se instaló una fuente con un gran pilón y un gran chorro de hasta 30 metros, donde rápidamente se instauró también la costumbre de chapotear o lavarse la cara la noche de San Juan, como refiere, entre otros, Ramón Gómez de la Serna en Elucidario.
En 1891 el Heraldo de Madrid lo contaba así:
“Anoche, en la Puerta del Sol, se hallaban más de 500 personas alrededor del pilón de la fuente, esperando la primera campanada de las doce. Cuando esta sonó, todos zambulleron su cabeza en el agua, siguiendo la tradicional costumbre, y esperando hallar marido o mujer, según el sexo, dentro del año, si en la noche de San Juan se lavan la cabeza en la fuente de la Puerta del Sol.
Mucha gente asistió a esta operación, y algunos que se acercaron demasiado a presenciarla participaron de la ducha“.
Con frecuencia, las noticias de la época narran como la superstición se hibridaba con el jolgorio y los mozos tiraban a la fuente a alguna víctima para luego bañarse ellos. Posteriormente, la tradición se trasladó a otras fuentes, como la Cibeles, muy a mano de las verbenas del Prado. El 24 de junio de 1895, por ejemplo, el periódico El Globo decía que “el clásico chapuzón de la noche de San Juan se ha verificado este año en el pilón de la Cibeles”. En vez del reloj de la Puerta del Sol, servía el del Banco de España para certificar el comienzo de la noche mágica.
El desmadre popular siempre estuvo muy asociado a la festividad. Ya en 1642 un pregón real prohibía “que nadie bajase al río bajo pena de trescientos ducados para evitar las desgracias que suelen suceder en la noche de San Juan”. Mesonero Romanos describió la verbena de su época –en el XIX– de esta forma: “Siguiendo el espíritu del siglo, se ha democratizado la verbena de San Juan. Se ha convertido en una simple noche de bacanal de las clases inferiores, que, al son de bandurrias, invaden el Prado de San Jerónimo, sembrado todo él de puestos de buñuelos y animado por las castañuelas de los danzantes con el trasiego del mosto y la intervención de algún garrote o navaja”.
Además de las fiestas de Madrid, podemos rastrear la tradición de San Juan –que por lo demás decayó en Madrid en el siglo XX– en su periferia. En un artículo sobre fuentes contábamos recientemente cómo las fiestas del barrio de Almenara (hoy en el distrito de Tetuán) hacían coincidir San Juan con la conmemoración de la primera fuente pública en la barriada, inaugurada en 1893. Se aprovechaban las fiestas para inaugurar nuevas fuentes y es fácil imaginar que el agua de estas pudiera jugar algún papel en las celebraciones.
Tras la anexión de Canillas a Madrid, la celebración pervivió allí y, después del franquismo, la fiesta fue recuperada en algunos barrios por su espíritu popular e inspiración pagana. Un viejo vecino de Vicálvaro, por ejemplo, lo contaba de esta manera:
“Las fiestas de San Juan significaban para nosotros el inicio del verano. El más especial para mí era el día de la hoguera. A finales de los 70 la Asociación de Vecinos se reunía en un local de la calle Lago Van. Mi tía era muy activista. Llevó a lo que era el campo de fútbol de los militares, donde ahora está el centro comercial en la calle San Cipriano, pistolas de agua para quemarlas como símbolo de la no violencia.”
En las versiones actuales de San Juan en Madrid prevalecen las hogueras pero quizá en la Batalla Naval de Vallecas, que coincide con la Virgen del Carmen (la Karmela) desde 1982, podríamos ver la persistencia del espíritu de San Juan como comienzo popular del verano, emparentada, por ejemplo, con las antiguas batallas de agua de Cazorla que mencionamos antes.
“Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son”, reza el viejo lema de Madrid y parece que, de ambos elementos de la renovadora festividad de San Juan, en nuestra ciudad siempre prevaleció el agua.