La humanidad ha festejado desde tiempos inmemorables la llegada de la primavera, una estación marcada por el resurgir, la fertilidad y el culto a la naturaleza. Para las antiguas civilizaciones del hemisferio norte era una época sagrada en la que, además de la floración, se celebraban la feminidad y la virginidad como símbolos de prosperidad. Entre todas las fiestas de origen pagano ligadas a la exaltación de la primavera, surge una que ha conseguido mantenerse viva hasta nuestros tiempos: las Mayas.
Esta tradición se celebra en países de toda Europa, con mayor presencia en aquellos que baña el Atlántico, y España no es una excepción. Sus orígenes no están del todo claros, algunos historiadores apuntan a la mitología griega como posible procedencia de esta fiesta, aunque no existe documentación histórica suficiente que lo acuñe. Sin embargo, a pesar de sus difusas raíces, la fiesta de las Mayas es una de las más antiguas. Es tal su relevancia que hasta Alfonso X la mencionaba en sus cantigas.
En la actualidad, la celebración ha tomado formas muy diferentes dependiendo del lugar. Hay sitios en los que se llama la fiesta de los Mayos, en otros la de las Mayas, ambas características de la zona de Castilla, o las Cruces de Mayo, como se denomina en el sur. Cada una tiene sus propias características y sus protagonistas. En Madrid, la tradición se consagra a la figura de la Maya, una niña adolescente que recibe las ofrendas de músicos, bailarines y transeúntes mientras se luce sentada en su trono.
Solo quedan cuatro lugares en la región en los que se mantiene esta tradición centenaria: Colmenar Viejo, El Molar, Leganés y el barrio de Lavapiés. En 2023, la fiesta madrileña adquirió la condición de Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Hecho Cultural, una mención para la que sus organizadores llevaban esperando más de una década.
Este 5 de mayo, los floridos altarcillos presididos por las mayas volverán a salir a las calles de Lavapiés con una incógnita que se repite cada edición: “¿Será el último?” Un temor que aflora desde hace unos cuantos años por las dificultades que Arrabel, El Madroño y Los Castizos, las tres agrupaciones que organizan la fiesta, afrontan para encontrar gente joven dispuesta a continuar con la tradición. La gran mayoría de sus integrantes superan los 60 años de edad y cada año es más complicado conseguir niñas para el puesto de mayas. “Hay gente joven, pero no mucha, y no tienen el tiempo suficiente para participar. Trabajan, estudian y sus horarios no tienen el tiempo libre suficiente para dedicarle a esto”, explica José Luis Campos, presidente de la Agrupación de Madrileños y Amigos “Los Castizos”.
Para los grupos que hay detrás de la Fiesta de las Mayas de Lavapiés resulta frustrante ver cómo una tradición que costó tanto recuperar, se pierde poco a poco por la falta de reemplazo generacional. Lleva celebrándose de forma ininterrumpida desde 1988, cuando después de varios siglos sin presencia en la capital, estas agrupaciones decidieron traerla de vuelta. “Queríamos que aquella festividad que tenía tanta relevancia en los siglos XV, XVI y XVII volviera al barrio”, cuenta José Luis.
La ciudad llevaba sin celebrar las Mayas desde la época de Carlos III, que a mediados del siglo XVIII decidió suprimirlas. Los Castizos junto a Arrabel, El Madroño, la Peña de la Simpatía, ya desaparecida, y la Asociación de Vecinos de la Corrala se pusieron manos a la obra para volver a sus orígenes. Con los pocos recursos que tenían montaron una primera edición en la que solo había cuatro damas mayas, pero con el paso de los años fue creciendo hasta conseguir hasta diez o doce.
Ahora, más de tres décadas después vuelven a encontrarse en el punto de partida. “Esto es como todo, de momento vamos aguantando los que estamos, pero no sabemos qué pasará cuando no estemos nosotros”, señala el presidente de Los Castizos. “Si no hay un relevo, la fiesta peligra”, indican desde la agrupación.
La falta de personas jóvenes dispuestas a participar en la fiesta no es la única cuestión que dificulta la continuidad de la celebración, también resulta un gran esfuerzo afrontar el desembolso económico que supone. Las agrupaciones cuentan con el apoyo institucional para la infraestructura, la Policía Municipal se encarga de corta la calle y ofrece una pequeña ayuda económica para solventar los gastos que supone organizarla: “A los transeúntes se les ofrece vino, rosquillas y caramelos de violetas, todo eso hay que comprarlo. También adornamos las calles y los grupos que vienen a bailar a veces necesitan transporte”. Para ello, cuentan con la colaboración de la Junta Municipal del Distrito Centro, aunque de igual manera las agrupaciones invierten mucho dinero.
Por el momento, la situación es sostenible, pero no saben hasta cuando: “Vamos tirando con ello y aguantando”. Si no encuentran gente joven que desee comprometerse para continuar con esta tradición, desconocen si habrá un final cercano o lejano para las Mayas, una fiesta que supone uno símbolo del Madrid más castizo y que corre el peligro de desaparecer.
La Maya, el centro de todo
Sin las niñas que encarnan la figura de la maya, la fiesta no tiene sentido. Sin embargo, cada vez es más difícil encontrar una candidata. Al igual que se complica la búsqueda de jóvenes que deseen participar en la organización de la fiesta, encontrar mayas estos últimos años se ha convertido en una odisea. “Al principio teníamos más complicación para elegir porque había muchas niñas interesadas, ahora lo complicado es encontrar una que quiera. Este año nos ha costado mucho trabajo”, aseguran desde Los Castizos.
José Luis ya ha visto pasar por el altar de las mayas a tres generaciones: su hija, sus nietas y su bisnieta. Tres épocas muy diferentes que han ido adaptándose a sus tiempos pero que siempre han mantenido la misma filosofía: la Maya es el centro de todo. Pero, ¿qué supone ser maya? Esta figura está representada por jóvenes entre la niñez y la adolescencia, de unos 12 años, que, en principio, permanecen quietas y distantes en sus efímeros y floreados tronos, ataviadas con trajes de goyesca, de comunión adaptados para la ocasión o luciendo vestimenta madrileña con mantón de manila.
Ya en los siglos XVI y XVII, la niña elegida para encarnar a la maya era la clara protagonista. Por aquel entonces, cada corrala escogía una niña, y entre todos los vecinos la vestían. Cada casa daba lo que tenía. Un collar, un mantón, una colcha o una silla para el trono. Entre todos armaban el altar de la joven y durante toda una mañana permanecía sentada. Al lado de ellas, se sentaban unas niñas que pedían dinero a los transeúntes al grito de “Echad mano a la bolsa, cara de rosa” y otras letanías, y al mismo tiempo los cepillaban. Con el dinero que sacaban, al final de la mañana, los vecinos lo utilizaban para comprar comida y celebrar con una merienda. Sin embargo, lo que al principio era una petición, terminó convirtiéndose en una exigencia y por esta razón se suprimió la fiesta.
Una vez que se recuperó, ya no había prácticamente corralas y hacerlo como sustituto con las comunidades de vecinos era complicado. Por ello, la organización de la fiesta pasó a ser labor de las agrupaciones. “Lo que antes antaño hacían los vecinos es lo que hacemos nosotros”, cuenta José Luis.
Cada cuál con sus medios y su tiempo, prepara el altar de su maya. Para las niñas era un gran honor ostentar este puesto, incluso a día hoy sigue siéndolo para las pocas que todavía se animan. Eso no cambia a pesar del paso del tiempo. En un primer momento, la fiesta se planteó a modo de competición. Se nombraba a la maya del año, pero las agrupaciones llegaron a la conclusión de que no tenía sentido porque “ponías contenta a una niña pero dejabas a ocho o nueve mal”. Ahora todas son las mayas del año y a cada una se le hace entrega de una placa en recuerdo de este día.
En cuanto a la función de las niñas, sigue siendo la misma que en sus orígenes. Se quedan toda la mañana sentadas en su altar y durante el tiempo que dura la fiesta las van rondando grupos de música tradicionales que van tocando con las dulzainas y los tamboriles y les van cantando mayos, el canto típico de la celebración. También hay grupos de danza que bailan a la niña delante del altar.
Todo empieza en la plaza de Lavapiés con seguidillas y rondón, para después trasladarse a los altares. Al final de la mañana, como los altares se adornan fundamentalmente con flores, ramas y arbustos, las mayas van hasta la iglesia de San Lorenzo y le ofrecen sus ramos a la Virgen de la Consolación, antecedidas por los dulzaineros. El acto suele terminar con una actuación del Coro de Voces Graves de Madrid.
Según marca la tradición, la fiesta debe celebrarse el segundo domingo de mayo, pero en ocasiones, como ha ocurrido este año, coincide con San Isidro y pasará a celebrarse el primero. Los altares volverán a llenar de color Lavapiés este domingo con una fiesta que representa la resistencia de una tradición salvada por los vecinos del barrio, que, con temor, miran a un futuro incierto.