De San Bernardino a la calle de Monserrat, avanza en cuesta la calle del Limón, una de las pocas del barrio que debe su nombre a una fruta y no a una persona. Los limoneros a los que hace referencia desde hace siglos la calle debieron ser los de alguno de los jardines que hubo allí en la transición del bosque de Amaniel al Madrid urbanizado.
Los vecinos de hoy y de ayer
Encontramos en un portal a dos vecinos a los que pedimos que excarven en su memoria y compartan con nosotros otras calles del Limón. Aurora, de casi 90 años, no tiene recuerdo de que la calle haya cambiado demasiado en realidad, siempre fue, como ahora, calle de tabernas. Se acuerda especialmente de unos traperos que ocupaban el local del bar Río Miño, de la atención con la que escudriñaban cada cucharilla que llevaban en mercancía. Alfonso, de 60, cuenta que hubo en la calle una panificadora bastante importante en un edificio que ya no está, se acuerda de los coloniales de Teodomiro al cruzar la Travesía del Conde Duque y nos dice que nadie menciona ya que además de la fábrica de la Mahou el imponente edificio de ladrillo del final de Limón fue también, y precisamente en la parte que da a la calle, fábrica de hielo.
Otros establecimientos de tiempo de los que hemos tenido noticia son una fábrica de escobas a la altura del 29, de la que sabemos que en los años 30 seguía en activo, y durante muchos años el Colegio de la Purísima Concepción en el 14, nada que ver con el del Luisito Cadalso de Miau (novela de Pérez Galdós), que estuvo a un paso, en la Plaza de los Guardias de Corps.
La calle ha tenido a algunos vecinos ilustres a los que no hemos podido entrevistar aunque ya nos hubiera gustado. En la calle del Limón nació en 1899 Pedro Chicote, el barman más conocido del país. Poco pudo jugar Pedro por la entonces empedrada calle, dado que se quedó huérfano a los siete años y tuvo que ponerse a trabajar en la taberna del vecino mercado de los Mostenses, donde sirvió los primeros tragos mucho antes de convertirse en casero de barra de estrellas en la Gran Vía. Por edad es muy posible que el niño Chicote coincidiera con Eugenio Noel, escritor y periodista bohemio hoy un tanto olvidado, pero de éxito a principios de siglo. Republicano, contertulio de Valle Inclán en el Nuevo Café de Levante y activista antitaurino de principios de siglo, murió en Barcelona sin un duro, tal y como nació en la calle del Limón, donde su padre tenía una barbería.
Otro joven de origen humilde que transitó la calle Limón fue Pablo Iglesias, que trabajó en una imprenta de la calle. Cuenta Gustavo Vidal Manzanares en su biografía del fundador del PSOE que allí vivió un episodio que ayudó a forjar su carácter reivindicativo cuando el dueño le hizo regar el jardincillo anejo a la imprenta. El joven Iglesias le dijo que era tipógrafo y no jardinero y allí le dejó, con sus tintas y su papel.
La calle del Limón en 2010
El primer tramo de calle tiene hoy pocos locales, ninguno hasta llegar a la esquina con la Travesía de Conde Duque, donde un taller de Montesa y Río Miño, un gallego de cierta raigambre, anuncian el tramo de más animación. En esta primera vía el protagonismo lo tiene el lateral del Palacio del Marqués de Santa Cruz, edificio del XVIII que alberga desde los años ochenta viviendas. Justo a continuación adosada, una casita baja muy modesta en ladrillo que contrasta mucho con la arquitectura del resto de la calle. Según nos cuenta Alfonso se trataba de la casa de los guardeses del palacio.
A partir de la travesía y al menos hasta darse de bruces con la plaza de la Guardia de Corps y la callecita del Cristo, la calle de Limón se puebla de las tabernillas y cafés tan habituales en la zona de Conde Duque, a saber: Rustika Café, la Taberna de Abajo, la
Taberna del Limón...
Luego, al llegar a la Plaza de la Guardia de Corps, que en tiempos fue por cierto la Plaza del Limón, se abre un mundo de amplitud y bares, con el cuartel a izquierda y la callecita de pueblo del Cristo a la derecha. Justo en ese tramo tiene casa Blanca Berlín, la factotum de una importante galería donde han expuesto algunos de los mejores fotógrafos del país.
Sobrepasando la placita, y hasta la antigua fábrica de la Mahou, poca cosa hay que alegre la vista, a excepción de La Cajita de Nori, un pequeño restaurante primorosamente decorado con pinturas en el exterior.
Y al final de la calle llega, efectivamente, la antigua fábrica de la Mahou, la que fuera durante años la casa de la cerveza favorita de los madrileños, fundada en 1890 como Hijos de Casimiro Mahou, fabrica de hielo y cerveza. La Mahou se fue del barrio en los sesenta y desde los noventa la cerveza más madrileña ya ni siquiera se hace en Madrid. Tras una remodelación del complejo el edificio fue sede del Archivo Regional, que luego cambió de marca de cerveza para instalarse en su actual sede de la antigua Fábrica de Cervezas El Águila.
Hoy los obreros se afanan en terminar una nueva rehabilitación que, con modernos aditamentos de metal, convertirá el edificio en el Museo ABC de Dibujo e Ilustración. Allí pronto podremos visitar la obra de los dibujantes que durante más de un siglo han adornado las páginas de ABC y sobre todo del antiguo Blanco y Negro. La apertura está prevista para octubre de este año, pero mucho tienen que correr para que las obras estén acabadas y los cientos de miles de dibujos – de Dalí y Juan Gris a Mingote – estén colgados en sus paredes.